lunes, 13 de agosto de 2018

BIBLIOTECAS A LA HOGUERA (1-3)

Pedro Conde Sturla
Agosto de 2016

(1)

El incendio del palacio donde se encontraba la biblioteca de Asurbanipal fue, a juicio de algunos historiadores, beneficioso para la preservación de la misma.

La biblioteca de Asurbanipal era un modelo de organización que hubiera prestado inestimables servicios de generación en generación si no hubiese desaparecido durante siglos (unos veinticincos siglos) en las aguas negras de la historia. Desapareció en al año 612 a.C., junto a la portentosa ciudad de Nínive y el imperio asirio, cuando una rebelión de los babilonios provocó la muerte, la esclavización de sus habitantes, el incendio de sus palacios, la ruina total de una civilización. Su descubrimiento a fines del siglo XIX sacó a la luz uno de los más ricos tesoros arqueológicos de todos los tiempos. El mismo, o parte del mismo que hoy está siendo sometido a la más sistemática destrucción y saqueo a consecuencia de las devastaciones de lo que alguna vez fue Iraq por parte del imperio del bien y sus aliados.
La reconstrucción virtual de los palacios de Nínive nos deja todavía con la boca abierta y así también la descripción del inmenso patrimonio cultural de la biblioteca de Asurbanipal, de su avanzado sistema de clasificación y ordenación de los documentos escritos en ambos lados de tablillas o tabletas de arcilla cocidas al horno. Documentos que en otros tiempos y lugares se escribirían en cavernas, en las paredes de cámaras y antecámaras sepulcrales de las pirámides, en sarcófagos, en papiro, en pergamino, en cuero, en madera, en papel, en soporte digital. Algo parecido a lo que hoy día llamamos libros.



“Las tablillas estaban ordenadas en series por temas. Los trabajos literarios, por ejemplo, Enuma elish o la Épica de Gilgamesh, ocupaban unas doce tabillas. Algunos trabajos matemáticos, astrológicos y mágicos ocupaban alrededor de cien tablillas. Cada tablilla terminaba con un pie de imprenta que indicaba su incipit y el de la tablilla siguiente de la serie, más el titulo de la serie (que era el incipit de la primera tablilla) más el número de orden dentro de la serie. Muchos pies de imprenta incluían el nombre del autor y sus instrucciones respecto del uso de la tablilla; otros registraban el nombre del escriba y detalles de su compilación, se consignaba su propiedad. Algunos eran extremadamente pomposos”.
Había un poco de todo en la biblioteca de Asurbanipal, incluyendo edictos reales de puño y letra del rey, lista de ciudades y monumentos, diccionarios, compendios y tratados de historia, matemáticas, astronomía y astrología, magia religión, arte, literatura, ciencia en general…
“Según el recuento realizado parece ser que una cuarta parte de las tabletas recuperadas contienen tablillas de agüeros que pretendían interpretar todas las peculiaridades observadas en los cielos y sobre la tierra, así como los hechos incidentales y accidentales de la vida cotidiana.
“La mayoría de los conocimientos que poseemos sobre medicina en Babilonia y Asiria se han obtenido del descifrado de unas 800 tabletas, en ella se encuentran mezclados textos médicos, exorcismos, encantamientos y plegarias, todos los cuales eran usados como métodos terapéuticos.
“Los temas astronómicos y astrológicos eran de gran importancia como lo reflejan la gran cantidad de tabletas que conservan los registros de observaciones astronómicas y de predicciones del periodo 2800 a 607 a. C. Una de las tabletas de hace aprox. 2600 años dice: ‘El 15 del mes de Ululu la Luna fue visible al mismo tiempo que el sol: el eclipse no ocurrió’.
“De esta biblioteca procede el horóscopo más antiguo datado el 21 de mayo de 1114 a. C. Este posteriormente debió pasar a la Biblioteca de Alejandría como refleja una reseña de Ptolomeo. El alcance del culto astrológico de los sacerdotes caldeos queda reflejado en una obra encontrada llamada Iluminación de Bel atribuida al rey Sargón.
“En cuanto a la religión caldea se han encontrado tabletas que contienen el panteón mesopotámico, este refleja más de 2500 divinidades. La relación comienza por Anu, padre de los dioses, y Enfll, la diosa madre, continúa con Nergal principal dios infernal.
También han sido encontradas tabletas que contienen diccionarios completos de palabras sumerias y sus significados asirios”.
El incendio del palacio donde se encontraba la biblioteca de Asurbanipal fue, a juicio de algunos historiadores, beneficioso para la preservación de la misma. El fuego, a fin de cuentas, no hizo más que endurecer las tablillas precocidas, contribuir a su preservación. Los grandes desastres históricos y naturales, como dicen los entendidos, no son siempre o totalmente perniciosos.
En cambio a la Gran Biblioteca de Alejandría, que era supuestamente depositaria de la más vasta cultura de la época, le fue muy mal con el fuego. Los egipcios no escribían en tabletas de arcilla cocidas al horno sino en frágiles pápiros y los papiros tienen carácter inflamable. Hay quien habla de un primer incendio, parcial, que se atribuye a la intervención de Julio César en una guerra de sucesión entre Cleopatra y uno de sus hermanos en el año 48 a. C. Otros dicen que ese fue el único y definitivo incendio. Otros -los cronistas romanos de la época-, no mencionan a Julio César ni al incendio. La destrucción total, varios siglos después, se atribuye según las preferencias a los cristianos (concretamente al fanático obispo Teófilo), o a los musulmanes (concretamente al perverso califa Omar).

(2)


En fin que, el temperamento efímero o relativamente perecedero de las bibliotecas es cosa muy demostrada. El incendio de la de Asurnanipal (año 612 a.C) y la de los Ptolomeos en Alejandría (año 48 a. C.) no son excepciónales.

La destrucción y el saqueo de bibliotecas (y el patrimonio cultural de la humanidad en general) no pertenecen lamentablemente al pasado, representan una constante histórica que no deja de sorprender y persiste hasta nuestros días.
El incendio del templo de Diana en Éfeso por obra y gracia de un pastor que quería ser famoso y cuyo nombre no debería ser recordado, constituye un episodio de ingrata memoria, pero los franceses también hicieron desastres durante la etapa jacobina de la revolución. Cometieron crímenes de lesa cultura, entre otros.
   En los territorios de Iraq y Siria, en las ciudades de las mil una noches, se lanzan ahora mismo alegremente toneladas de explosivos que provocan incontables pérdidas materiales y culturales y sobre todo pérdidas en irrecuperables vidas humanas. En un legendario país de África, la República de Malí, la famosa biblioteca de la no menos legendaria Tombuctú  estuvo a punto de desaparecer recientemente a manos de una horda de vándalos que se creó a raíz de la devastación de Libia. Para peor, hace algunos años, en la civilizada Europa -en la casi civilizada ciudad italiana de Nápoles-, la Biblioteca Girolamini, uno de los tesoros más importantes del patrimonio cultural europeo, fue víctima del saqueo y no a manos de los bárbaros, como en la época de las invasiones, sino de su propio director y comisario, Massimo Marino de Caro, un nombre que debería ser repetido y recordado junto a los de sus cómplices.
Antigua biblioteca de Sarajevo
En fin que, el temperamento efímero o relativamente perecedero de las bibliotecas es cosa muy demostrada. El incendio de la de Asurnanipal (año 612 a.C) y la de los Ptolomeos en Alejandría (año 48 a. C.) no son excepciónales.
En el siglo VIII d. C. le tocaría el turno a la Biblioteca de Constantinopla, fundada en 315 por el mismo Constantino. Tenía en principio 7.000 rollos y se dice que pudo llegar a tener más de 100 mil. Fue quemada piadosamente por el papa León III el Isáurico. (Isáurico tenía que ser. Dino-Isáurico).
A finales del siglo IV d. C,  cuando el emperador Teodosio I  declaró religión oficial al cristianismo, se desató una persecución de los paganos. Los seguidores del obispo Teófilo de Alejandría, destruyeron todos los libros depositados en el Serapeum de esa ciudad (un santuario dedicado al culto de Serapis). Destruyeron “los restos de la Gran Biblioteca y las de los templos. El sacerdote hispano Paulo Orosio, que viajó a Alejandría veinte años después, escribió en su Historias contra los paganos: ‘Existen hoy templos, que nosotros hemos visitado, cuyos estantes de libros han sido vaciados por los hombres de nuestro tiempo’”.
En general, “la destrucción del Serapeo ha sido vista por muchos autores, antiguos y modernos, como representación del triunfo del cristianismo sobre otras religiones”.
El destino de la biblioteca de San Juan de Letrán constituye una paradoja. Era en gran parte obra de los papas, contaba  con numerosos libros de diversos autores clásicos griegos y latinos (Cicerón, Tito Livio) y fueron incinerados en el 590 por el papa Gregorio I, que se hacía llamar “el cónsul de Dios” (es decir, tenía rango diplomático celestial). “A partir de este pontífice se consideró que la sola proximidad de un libro pagano puede poner en peligro un alma piadosa”.
Papa Gregorio I
Entre historia y leyenda los hechos de los pirómanos se repiten, en definitiva, una y otra vez:
“Egipto es declarado islámico en 604; los Libros de la sabiduría estaban depositados en los Tesoros reales, pero en 633 Omar proclamó: ‘…si lo que dice en ellos es conforme al Libro de Dios no permite ignorarlos, pero si hay algo en ellos contra el Libro, son malos, sea como sea, destrúyelos.’ Se utilizaron como combustible.
“Por haberle privado de su amor, la esposa del rico príncipe fatimí Mahmud al Dawla bin Fatik, después de su fallecimiento destruyó su biblioteca, una de las cuatro más admirables de El Cairo. El príncipe, gran poeta, adoraba leer y escribir noche tras noche.
“Los cruzados sitiaron Trípoli en 1099. Rendida la ciudad sin combate, los vencedores, entre otras tropelías, prendieron fuego a la Biblioteca. Un sacerdote, viendo la multitud de ediciones del Corán depositadas en sus estanterías ordenó su incendio.
“La Biblioteca de Constantinopla es de nuevo devastada por los turcos en el 1453.
“La biblioteca de la Madraza de Granada, la primera Universidad de esta ciudad, fue asaltada por las tropas del cardenal Cisneros, a finales de 1499, los libros fueron llevados a la plaza de Bib-Rambla donde se quemaron en pública hoguera. El edificio de la Madraza una vez clausurada la Universidad fue donado por el rey Fernando para Cabildo (Ayuntamiento) de la ciudad, en septiembre de 1500.
“La Biblioteca Nacional de Sarajevo fue quemada a finales de agosto de 1992. El incendio fue causado por el fuego de artillería del ejército serbio-bosnio. El edificio no tenía valor estratégico ni importancia militar, pero constituía el gran símbolo de identidad de un pueblo; poseía unos dos millones de libros y miles de documentos y manuscritos de gran valor, conservados a lo largo de siglos tanto por musulmanes como por serbios ortodoxos, croatas católicos y judíos.
“En 2003, durante la Invasión de Irak por parte de tropas estadounidenses y británicas, se quemaron alrededor de un millón de libros de la Biblioteca Nacional de Irak”.

 ( 3)

La Biblioteca Girolamini de Nápoles no tuvo tanta suerte. El caso, con sus ribetes surrealistas, se parece un poco a lo que ocurría aquí hace muchos años, en una época felizmente superada, con el Archivo General de la Nación.

La historia de la biblioteca andalusí de Tombuctú, República de Malí, ha tenido hasta ahora un final más o menos feliz. En Malí (1,240,000 km²) florecieron tres imperios africanos de considerable extensión e importancia y parte de su legado arquitectónico ha sido declarado patrimonio cultural de la humanidad. (Con anterioridad, a fines del siglo XIX, Malí se había convertido en patrimonio colonial de Francia y seguiría siéndolo hasta su relativa independencia en 1960).
En su mejor época, alrededor del siglo XIV, Tombuctú se estableció como centro de copiado de libros y es depositaria de valiosísimas colecciones de textos antiguos en árabe, griego, hebreo y otras lenguas. Allí también se fundó una de las primeras universidades del mundo.
“Es el hogar de la prestigiosa Universidad de Sankore y de otras madrazas, y fue capital intelectual y espiritual y centro para la propagación del islam en toda África durante los siglos XV y XVI. Sus tres grandes mezquitas, Djingareyber, Sankore y Sidi Yahya, recuerdan la edad de oro de Tombuctú”.


La historia o parte de la historia de la biblioteca andalusí de Tombuctú empieza en Toledo en el año 1467, cuando Toledo estaba a punto de dejar de ser la ciudad de la tolerancia (“la ciudad de las tres culturas, por haber estado poblada durante siglos por cristianos, judíos y musulmanes”) para convertirse en la ciudad de los reyes católicos, ciudad de la intolerancia.
De esta suerte, amenazado por los vientos de la reconquista, “Alí Ben Ziyad al-Quti, un acomodado jurista andalusí de origen visigodo perteneciente a una familia islamizada”, toma prudentemente la vía del exilio y no sorprende que fuera a parar a Malí y a Tombuctú junto a su preciada familia y sus más preciados bienes. Entre ellos su biblioteca personal en tres idiomas, un “impresionante fondo documental.”
“Con los siglos y las generaciones, esta original colección del noble musulmán en la que se recoge una parte de la historia de Al Andalus ha vivido numerosos avatares, uniéndose y disgregándose según soplara el viento de la historia, y aumentando de tamaño hasta llegar a los 12.714 manuscritos de los que se compone” o componía hasta una época reciente.
En el año 2012, a consecuencia de la devastación de Libia y el saqueo de sus arsenales se originó en toda la zona de influencia un caos de consecuencias todavía imprevisibles. Bandas armadas de fundamentalistas islámicos tomaron Tombuctú y una considerable parte de Malí. Se produjo “el destrozo de 16 mausoleos, la quema y expolio de miles de manuscritos, daños al Patrimonio de la Humanidad”.
Gracias a los buenos oficios “del chófer Baba Pascal Camara, guardián en funciones de la Biblioteca Andalusí de Tombuctú”, pudo salvarse, escondido en maletas y baúles, su invaluable “colección documental manuscrita de más de 500 años de antigüedad”. Si alguna vez labiblioteca de Alí Ben Ziyad se salvó del fundamentalismo cristiano, ahora se salvó, y de puro milagro, del fundamentalismo islámico. 



Bibliotca de Gerolimi
La Biblioteca Girolamini de Nápoles no tuvo tanta suerte. El caso, con sus ribetes surrealistas, se parece un poco a lo que ocurría aquí hace muchos años, en una época felizmente superada, con el Archivo General de la Nación. La amenaza era interna, no externa.
“La Biblioteca Girolamini, en Nápoles, es uno de los tesoros más importantes del patrimonio cultural europeo. Dentro del complejo de una iglesia del siglo XVI en el centro de Nápoles, los estantes de madera de la Biblioteca Girolamini se elevan hacia paredes decoradas y techo abovedado.
“Auspiciada por la orden de los Pobres Ermitaños de San Jerónimo, que fue fundada por el beato Pedro Gambacorta, se abrió al público en 1586. En su corazón alberga cerca de 170.00 obras, entre las que se encuentran numerosos manuscritos, 120 incunables, 5.000 cinquecentinas y unas 6.500 composiciones musicales del siglo XIV al XIX (su archivo operístico es impresionante). Este templo de los libros antiguos fue víctima de un escándalo sin precedentes en la primavera de 2012, cuando miles de obras fueron robadas de su interior.
“Ediciones centenarias de Aristóteles, Descartes, Galileo y Maquiavelo, volúmenes de Séneca o Virgilio, además de una edición única de la ‘Enciclopedia’ de Alembert y Diderot, el original de ‘La Divina Comedia’, la edición parisina de 1610 de ‘Jerusalén liberada’ de Torquato Tasso o la ‘Teseida’ de Giovanni Boccaccio desaparecieron del edificio napolitano. ¿El responsable? El mismísimo director de la biblioteca, Marino Massimo De Caro. Una historia llena de intrigas, traiciones y escándalos con políticos, coleccionistas, marchantes de arte, anticuarios y hasta un cura implicados.
“Pero, ¿cómo se descubrió el expolio? Todo fue fruto de la casualidad. En marzo de 2012, Tomaso Montanari, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Nápoles, acudía a la Biblioteca Girolamini para hacer una consulta. Lo que vio aquel día le horrorizó: estanterías vacías, libros apilados al azar y basura por el suelo. Montanari escribió un artículo describiendo la precaria situación de la institución en el periódico ‘Il Fatto Quotidiano’, en el que colaboraba habitualmente.
“El hecho provocó la reacción inmediata de la Cultura italiana y doscientos intelectuales (entre ellos Dario Fo y Dacia Maraini) firmaron una carta en la que pedían explicaciones al ministro de Cultura (entonces Lorenzo Ornaghi) acerca de cómo De Caro, ‘un hombre que carece de los títulos académicos mínimos o la competencia profesional para honrar el puesto’ (tenía conexiones con Berlusconi y fue socio de un anticuario de Buenos Aires conectado con el robo de mapas en la Biblioteca Nacional), había sido nombrado director de la Biblioteca Girolamini.
“El ministro Ornaghi no tuvo tiempo de responder, pues el propio De Caro tomó la iniciativa y se plantó al día siguiente en la oficina del fiscal para denunciar un delito. Acababa de darse cuenta de que habían desaparecido 1.500 libros de ‘su’ biblioteca. Pero le salió el tiro por la culata, ya que De Caro y sus colaboradores (hasta trece personas) fueron grabados por dos bibliotecarios de la Girolamini retirando cajas de libros antes de que repararan en la presencia de las cámaras y las taparan.
“Massimo Marino de Caro, director de la biblioteca, y Sandro Marsano, comisario, fueron arrestados junto a otros cuatro trabajadores. El director fue procesado y condenado a prisión domiciliaria. Una trama propia de una novela negra que, de hecho, ha servido de inspiración para el  libro de Donna Leon (Nueva Jersey, 1942), ‘Muerte entre líneas.”’
Donna Leon es una apreciada escritora estadounidense de novelas  policíacas y de misterio con un velado trasfondo político y social. Reside en Venecia y sus obras han sido traducidas y se traducen a numerosos idiomas, pero por algún tipo de  acuerdo, entendimiento, alguna soterrada prohibición, no se traducen al italiano. 
Italia es un estado delincuente coludido con la mafia. Muchos ejemplares de la biblioteca Girolamini de Nápoles no se han encontrado ni se encontrarán.

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