sábado, 4 de julio de 2020

Memoria y desmemoria de Monterrey (10)

Pedro Conde Sturla
3 julio, 2020


Grupo de egresados del Tecnológico de Monterrey. Fuente externa

Ya sé que más o menos lo he dicho y repetido en estas notas, esta especie de diario sentimental y aguado, estas memorias dulces de la muy ilustre y chingona ciudad de Monterrey, pero lo cierto es que había un poco de todo entre los dominicanos que allí estudiaban en los gloriosos años de 1960. Había en verdad para elegir y digerir. Había bohemios y abstemios, había tarados y genios, había santos y santones y variedad de diablos y diablillos y diablejos. Un despelote de madre.

sábado, 27 de junio de 2020

Irreverencias y profanaciones de Mark Twain (12): Un bosquejo de familia

Pedro Conde Sturla
26 junio, 2020
Mark Twain y su amigo en Quarry Farm, John T. Lewis. 

Uno de los personajes inolvidables de “Un bosquejo de familia” —si acaso no lo son todos—, es el negro George, aquel esclavo liberto que había ido a la casa de los Clemens “a limpiar unas ventanas y se quedó casi la mitad de una generación”. Mark Twain dice que “no había nada de común en él” y que era una persona muy apreciada y respetada en toda la comunidad de Hartford. George tenía habilidad para los negocios, era un exitoso apostador y también prestamista (entre muchas otras cosas), y logró hacerse modestamente rico hasta que se hizo rico sin modestia.

sábado, 13 de junio de 2020

Irreverencias y profanaciones de Mark Twain (10): Un bosquejo de familia

Pedro Conde Sturla
12 junio, 2020
La vida de Mark Twain parece en más de un sentido una broma pesada, una jugarreta del destino, una mala pasada. Sus padres procrearon siete hijos, de los cuales fallecieron tres a la más tierna edad. Apenas cuatro de ellos vivieron más allá de la infancia, como era común entonces. Mark Twain sería uno de los afortunados. Vivió hasta los setenta y cinco años una vida de infortunio: de grandes éxitos literarios y grandes infortunios.

sábado, 6 de junio de 2020

El regreso de las naves (4 de 4)

Pedro Conde Sturla
5 junio, 2020
Quizás lo peor de todo, en relación a la expedición de Magallanes, es que a pesar de los tantos medios invertidos, los sacrificios y los numerosos muertos que costó, el descubrimiento del estrecho no sirvió nunca para nada. El estrecho era y sigue siendo una trampa mortal para todo tipo de embarcaciones, peligroso en extremo, y por demás inútil. Muchos barcos más se perderían, otros motines se producirían, flotas enteras quedarían destartaladas a causa de los vientos.
Un uso práctico le darían los pescadores de ballenas y sobre todo Francis Drake, que “lo utilizará, medio siglo más tarde, como escondrijo, para, desde allí, irrumpir en las colonias españolas de la costa occidental y saquear los barcos que llevan la plata”.
Prontamente quedó el glorioso descubrimiento del estrecho en el olvido, reducido a una mera curiosidad geográfica. Para peor, ni siquiera el descubrimiento de la Islas Molucas, las fabulosas islas de las especies, dio a España los beneficios que había de esperar. Magallanes había pagado por ellas con la vida y el emperador Carlos I las vendió a Portugal a precio de vaca muerta.
Capítulo 13
Los muertos no tienen razón (úlima parte)
Stefan Zweig
Circunstancia más trágica todavía: el mismo hecho a que Magallanes lo ha inmolado todo, incluso él mismo, resulta vano, al parecer. Magallanes quiso ganar, y ganó, las islas de las especias para España, poniendo su vida en la empresa, y he aquí que lo que él empezó como gesta heroica acaba en mísero mercado: por trescientos cincuenta mil ducados revende el emperador Carlos a Portugal las islas Molucas. El camino de Occidente que encontró Magallanes es poco frecuentado, el estrecho que él inauguró no reporta dinero ni ganancia alguna. Hasta después de su muerte persiguió la desdicha a quienes en Magallanes confiaron, pues casi todas las flotas españolas que quieren emular su arrojo de navegante naufragan en el estrecho de su nombre, y los españoles y los navegantes, temerosos, preferirán arrastrar sus cargamentos en largas caravanas por el estrecho de Panamá, antes que correr el riesgo de cruzar los sombríos fiordos de la Patagonia. Tan general se hace al fin la reputación de peligroso del estrecho de Magallanes -cuyo descubrimiento tan universalmente fue festejado-, que cayó en olvido dentro de la misma generación, convirtiéndose en un mito, como antes.
Treinta y ocho años después de la travesía de Magallanes, en el famoso poema La Araucana se manifiesta abiertamente que el estrecho de Magallanes ya no existe, que se ha hecho difícil de hallar e intransitable, ya sea porque un monte lo ataje o porque una isla se le interponga.
Esta secreta senda descubierta / quedó para nosotros escondida, / ora sea yerro de la altura cierta, / ora que alguna isleta remorida/ del tempestuoso mar y viento airado / encallando en la boca la ha cerrado.
Tan desechado queda, tan legendario se hace, que el osado pirata Francis Drake lo utilizará, medio siglo más tarde, como escondrijo, para, desde allí, irrumpir en las colonias españolas de la costa occidental y saquear los barcos que llevan la plata. Hasta entonces no vuelven a acordarse los españoles de la existencia del estrecho, y construyen a toda prisa una fortificación para impedir el paso a otros filibusteros. Pero la desdicha persigue a todos cuantos son seguidores de Magallanes. La flota que Sarmiento conduce al estrecho por encargo del Rey, naufraga; la fortaleza que ha construido se derrumba lastimosamente y el nombre “Puerto del Hambre” perpetúa los horrores sufridos por sus colonizadores. Unos pocos balleneros que van y vienen son los únicos barcos que frecuentan el estrecho de Magallanes, el que éste había soñado como la gran vía comercial de Europa a Oriente. Y cuando un día de otoño del año 1913 el presidente Wilson aprieta en Washington el botón eléctrico que abre las compuertas del canal de Panamá, y con ello une para siempre ambos océanos, el Atlántico y el Pacífico, queda el estrecho de Magallanes reducido a la inutilidad absoluta. Sellado su destino, desciende a la categoría de puro concepto histórico, de simple idea geográfica. No es ya el tan buscado paso la ruta de millares y millares de barcos, ni el más próximo y rápido camino de las Indias; ni es más rica España ni más poderosa Europa por su descubrimiento; hoy mismo, de todas las zonas del mundo habitables, las costas entre Patagonia y Tierra del Fuego cuentan como las más abandonadas y pobres de la tierra.
Pero, en la Historia nunca la utilidad práctica determina el valor moral de una conquista. Sólo enriquece a la Humanidad quien acrecienta el saber en lo que le rodea y eleva su capacidad creadora. En este sentido, la hazaña de Magallanes supera a todas las de su tiempo y significa para nosotros una gloria singular en medio de sus glorias: la de no haber inmolado, como ocurre la mayor parte de las veces, la vida de miles y centenares de miles por su idea, sino solamente la propia vida.
Por la gracia de tal heroísmo perdurará la proeza magnífica de esos cinco endebles y solitarios barcos que salieron para la guerra santa de la Humanidad contra lo ignoto; e inolvidable será también el nombre del primero que defendió la idea osada de la vuelta al mundo hasta la última de sus naves. Porque con la medida del circuito de nuestro planeta, perseguida en vano desde hacía mil años, la Humanidad adquiere una nueva idea de su capacidad, puesto que, en la magnitud del espacio ganado, se le revela, acrecentando su gozo y su valor, la propia grandeza. El hombre da lo mejor de sí con un ejemplo, y si hay un hecho que pruebe algo es el de Magallanes, que, contra todo olvido, traspasará los siglos para dar testimonio de que cuando una idea vuela con las alas del genio, cuando se lleva adelante denodadamente y con pasión, es más fuerte que todos los elementos de la Naturaleza; y que está destinado siempre al hombre único, a un individuo con su menguada vida fugaz, el poder convertir en realidad y en verdad perdurable lo que ha sido un deseo soñado durante las cien generaciones que le precedieron.
FIN l
(Stefan Zweig, “Magallanes, La aventura más audaz de la humanidad”), https://www.biblioteca.org.ar/libros/131355.pdf).



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sábado, 30 de mayo de 2020

El regreso de las naves (3)

29 mayo, 2020
Monumento a Silapulapu o Lapulapu en la ciudad filipina con su nombre. 

Pigafetta admiraba a Magallanes, aunque no tanto como Stefan Zweig. Había tenido con él ciertas dificultades durante la primera parte de la odisea, pero poco a poco se habían limado entre ambos las asperezas y terminaron estableciendo una buena relación. Durante el proceso que en España se siguió a los sobrevivientes de la nao Victoria y a los desertores de la San Antonio, empezó a darse cuenta que la justicia no favorecía a los partidarios de Magallanes y decidió mantener silencio. Se fue del lugar en cuanto pudo, asqueado quizás por el rumbo que tomaban las cosas, por las mentiras de los falsarios y aduladores que pretendían hacer de los méritos de Magallanes tabula rasa.
Respecto a Elcano también mantiene silencio. Pero es otro tipo de silencio. Un silencio elocuente, una anatema, quizás, contra el oportunista que ha suplantado al gran capitán. Un usurpador que se hizo con gloria y beneficios que no le correspondían:
“Ni una palabra —dice Stefan Zweig— dedicará a Elcano en su narración del regreso: escribe invariablemente: “navegamos”, “decidimos”, para denotar que Elcano no hizo ni más ni menos que los otros. Podía la corte recompensar a los que se lucraron con la casualidad, pero a Magallanes era debida la verdadera gloria, a él, que ya no puede verlo. Con una fidelidad impresionante se pone Pigafetta al lado del vencido, y sale con palabra persuasiva a favor del que ya no puede hablar.
“Espero -escribe Pigafetta en la dedicatoria de su libro al gran Maestre de Rodas- que la fama de un capitán valeroso como fue él, jamás se borrará de la memoria del mundo. Entre las otras muchas virtudes que le adornaban, sobresalía la de su firmeza, superior a la de los demás, hasta en medio de la mayor desgracia. Soportó el hambre con más paciencia que otro alguno. No había otro hombre en toda la tierra tan entendido en el conocimiento de los mapas y de la náutica. Y la verdad de esto se manifiesta en que llevó a cabo lo que antes nadie supo ni tuvo ánimo para llegar a descubrir.”
El Magallanes de Stefan Zweig es un personaje idealizado en extremo, casi un santo de altar. Parecería que la empresa a la que dedicó cuerpo y alma tenía un carácter mesiánico, espiritual, y no un propósito mercurial. No habían ido, al parecer, tras las inmensas riquezas de las islas de las especierías:
“La muerte es quien descifra el último secreto vital de una figura; hasta el postrer momento, en que su idea llega a feliz realización, no se manifiesta la íntima tragedia de aquel hombre solitario, a quien sólo fue lícito llevar la carga de su misión, sin que pudiera gozar del éxito final. Entre la masa de incontables millones, solamente a él lo escogió la suerte para tal proeza, al callado y taciturno, al encerrado en sí mismo, que estaba dispuesto, sin dejarse doblegar, a sacrificar a su idea todo cuanto en la tierra poseía, y su vida además. Lo eligió sólo para el trabajo, no para el goce, y una vez terminado aquél, lo despidió como a un jornalero, sin darle las gracias. Otros cosechan la gloria de su obra, otros echan la mano a la ganancia y disfrutan del festín; el destino fue exigente con ese recio soldado, como él lo había sido en todo y con todos. Solamente le otorga lo que él había anhelado con todas las fuerzas de su alma: encontrar el camino para dar la vuelta a la tierra, la parte más venturosa de su carrera. Lograr ver únicamente la corona de la victoria, tender la mano hacia ella, pero cuando intenta asegurarla sobre su frente, el destino dice: ‘¡Basta!’, y le abate la mano ansiosamente levantada”.
Hay veces en que parece que la admiración por el personaje se le va de la mano a Stefan Zweig, se desboca. Confunde —como tantos biógrafos e historiadores— la ambición y la codicia con el idealismo. Lo considera “un genio”. Su hazaña es la más grande jamás contada. Tanta admiración por el conquistador y el aventurero traduce al mismo tiempo, en algunas de las páginas menos felices de la obra, un sentimiento racista y colonialista, indigno del brillante escritor:
“¡Un genio que, cual Próspero, ha dominado a los elementos, venciendo todas las tempestades y sometiendo a los hombres, es vencido por un ridículo insecto humano llamado Silapulapu!”.
A pesar de todo, no deja de ser indignante, aleccionador, el relato que hace Stefan Zweig sobre la forma desvergonzada en que fue premiada la deslealtad de los hombres que abandonaron y calumniaron a Magallanes y la suerte que sufrieron aquellos que permanecieron fieles:
Capítulo 13
Los muertos no tienen razón (continuación)
Stefan Zweig
Esto es lo único que le fue concedido a Magallanes, el hecho, mas no su áurea sombra: el triunfo y la gloria temporal. Nada tan conmovedor, en este instante en que el propósito de su vida llega a realizarse, como la lectura de su testamento. Todo lo que, a punto de regresar, fue su anhelo, se lo niega la suerte. Nada le responde de lo que en aquella “capitulación” quiso legitimar como suyo y de los suyos. Ni una sola disposición -literalmente, ni una siquiera- de las que con tanta previsión y tino asentó en su última voluntad, se cumple, después de su heroico tránsito, con sus sucesores, y le es negado despiadadamente hasta el más puro y santo de sus deseos. Magallanes había precisado el sitio de su entierro en la catedral de Sevilla, y el cadáver se corrompe en una playa remota. Treinta misas dispuso que fueran rezadas sobre su tumba, y, en vez de esto, se oyen los aullidos triunfales de la horda de Silapulapu alrededor de su cuerpo mutilado ignominiosamente. Tres pobres debían recibir vestidos y comida el día de su entierro, y ni uno solo tendrá la comida, ni el par de zapatos, ni el vestido gris. Nadie será llamado -ni el más humilde mendigo- “para rezar por el bien de su alma”. Los reales de plata que destinaba a la Santa Cruz, y las limosnas para los presos, y los legados a los conventos y asilos, no serán satisfechos. -Porque nada ni nadie se presta al cumplimiento de sus últimas voluntades, y aun en el caso de que sus camaradas hubiesen trasladado su cuerpo al hogar, no hubieran encontrado en éste un maravedí para pagar la mortaja.
¿Pero no son ricos, al menos, los herederos de Magallanes? ¿No va a la sucesión, según el pacto, un quinto de todas las ganancias? ¿No es su viuda una de las señoras de más posición de Sevilla? ¿No son sus hijos, nietos y bisnietos, los Adelantados y Gobernadores hereditarios de las islas recién descubiertas? No; nadie hereda de Magallanes pues nadie de su sangre vive ya para exigir la herencia, durante aquellos tres años han muerto su esposa Beatriz y los dos hijos, todavía menores. Queda extinguida la descendencia de Magallanes. Ni hermano, ni sobrino, ningún consanguíneo vive para recoger su escudo. ¡Ni uno tan sólo! Fueron vanos los cuidados del hidalgo, del esposo y del padre, y baldío el piadoso deseo del creyente cristiano. Le sobrevive su suegro, Barbosa, pero ¡cómo debe maldecir el día en que aquel huésped sombrío, aquel “holandés errante” entró en su casa! Hizo suya a la hija, y esta hija ha muerto; se llevó a su hijo en la expedición, el único hijo que tenía, y no ha vuelto con los supervivientes. ¡Qué terrible atmósfera de desdichas en torno al hombre único! A quien fue su amigo y su apoyo lo ha arrastrado a su mismo destino siniestro, y quien en él confiaba lo ha pagado caro. A todos los que estaban con él y por él, les ha sorbido la felicidad, como un vampiro, en los azares de su acción: Faleiro, su asociado un tiempo, se ve preso al llegar a Portugal. Aranda, que le allanó el camino, envuelto en infamantes inquisiciones, pierde todo el dinero que por Magallanes había arriesgado. Enrique, a quien había prometido la libertad, vuelve a ser tratado como esclavo. Mesquita, su primo, es aherrojado tres veces por haberle sido fiel; Serrão y Barbosa le siguen en la muerte con pocos días de diferencia, como arrastrados por el mismo sino, y únicamente el que le ha sido contrario, Sebastián Elcano, se hace con toda la gloria y la ganancia de los que murieron fieles.
(Stefan Zweig, “Magallanes, La aventura más audaz de la humanidad”), https://www.biblioteca.org.ar/libros/131355.pdf). 



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sábado, 23 de mayo de 2020

El regreso de las naves (2)

Pedro Conde Sturla
22 mayo, 2020

Juan Sebastián Elcano

Stefan Zweig describe con justa indignación, casi con rabia, la ingrata recompensa que recibieron los seguidores de Magallanes por parte de los tribunales del Rey de España y la manera en que favorecieron a aquellos que lo habían traicionado y difamado.

sábado, 16 de mayo de 2020

El regreso de las naves (1)

Pedro Conde Sturla
15 mayo, 2020



Réplica de la nao Victoria, primera embarcación que dio la vuelta al globo
El día 6 de septiembre del año 1522 entró la desvencijada nao Victoria en el puerto de Sanlúcar, España, con apenas dieciocho hombres a bordo. Estaba al mando de Sebastián Elcano y había dado la vuelta al mundo. Durante más de tres años, desde el 10 de agosto de 1519 hasta el 8 de septiembre de 1522, Antonio Pigafetta había documentado los pormenores de la azarosa travesía, pero en ningún momento menciona el nombre de Sebastián Elcano. Y además —como se verá más adelante— es posible que la crónica de Pigafetta que conocemos sea apenas un resumen, una apretada síntesis de todo lo que escribió.

sábado, 9 de mayo de 2020

Antonio Pigafetta: primer viaje alrededor del mundo (5 de 5)

Pedro Conde Sturla
8 mayo, 2020
El 16 de marzo de 1521 llegó la expedición de Magallanes a lo que hoy llamamos Filipinas, en honor a Felipe II de España. Al parecer, desde el momento en que puso pie en tierra, o quizás antes, Magallanes se sintió dueño y señor de aquellas tierras, aquel archipiélago formado por 7107 islas que bautizó con el nombre de islas San Lázaro, como si de su propia criatura se tratase.

sábado, 2 de mayo de 2020

Antonio Pigafetta: primer viaje alrededor del mundo (4)

Pedro Conde Sturla
1 mayo, 2020
Magallanes en "las islas de los ladrones".

Después de varios meses de azarosa travesía, sin probar alimentos frescos y sin tocar tierra, con la tripulación diezmada por el hambre y el escorbuto, las tres naves restantes de la expedición de Magallanes llegaron providencialmente a la isla de Guam, una de las quince paradisíacas islas asentadas sobre montañas volcánicas que forman el archipiélago de las Marianas. Con sus habitantes, los honrados expedicionarios al mando de Magallanes se mostraron a disgusto. Tenían malas costumbres, se apropiaban de lo ajeno con una habilidad insospechada y Magallanes y sus hombres no agradecían de ninguna manera la competencia. Despectivamente bautizaron el territorio como las “islas de los Ladrones”, a pesar de que sólo en una les habían robado.