sábado, 28 de septiembre de 2019

La hermandad de las bestias (4)

Pedro Conde Sturla 
27 septiembre, 2019

José Arismendy Trujillo Molina, alias Petán. 

Petán era un personaje surrealista. Una pesadilla viviente. Como quien dice un cruce entre maco y cacata. Verlo llegar a un sitio con su séquito de matones y su habitual prepotencia era como ver al diablo o como si el diablo lo viera a uno. Nadie se sentía tranquilo en su presencia, como tampoco en presencia de su hermano Chapita.

sábado, 21 de septiembre de 2019

La hermandad de las bestias (3)

https://acento.com.do/2019/opinion/8731296-la-hermandad-de-las-bestias-3/

Pedro Conde Sturla
20 septiembre, 2019

José Arismendy Trujillo Molina, alias Petán. 

Es posible que Trujillo no haya tenido nunca un rival, un enemigo potencial tan insidioso como su hermano Petán. José Arismendy Trujillo Molina, alias Petán, el tristemente famoso Petán.

sábado, 14 de septiembre de 2019

La hermandad de las bestias (2)

https://acento.com.do/2019/opinion/8728531-la-hermandad-de-las-bestias-2/

Pedro Conde Sturla
13 septiembre 2019





Foto familiar de Julia Molina con un hijo de Angelita en brazos
La bestia logró mantener a raya a sus hermanos con medidas draconianas que incluían la deportación, el privilegiado exilio en un cargo diplomático, como el que le tocó sufrir a Virgilio Trujillo, pero también prisión y amenazas de muerte o la muerte misma en el peor de los casos. Es posible (y esto se ha dicho y repetido muchas veces) que en más de una ocasión haya ordenado, en uno de sus frecuentes accesos de rabia, ejecutar a Petán o Aníbal, e incluso a su propia esposa cuando ésta se ponía de imprudente a seguirlo para tratar de sorprenderlo con alguna de sus amantes y exigirle fidelidad.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Duelo de titanes

Pedro Conde Sturla
1 de julio de 2013 
[La historia registra numerosas polémicas entre autores famosos, pero ninguna quizás más agria y descarnada que la que mantuvieron casi toda la vida Cervantes y Lope de Vega.
Como dice Salazar Rincón, la misma tuvo un pronunciado matiz clasista:
“Lope, hidalgo y cristiano viejo, vivió cómodamente instalado en aquella sociedad, y contó con numerosos amigos y mecenas poderosos; mientras que Cervantes, hombre de linaje oscuro, que tuvo que ejercer oficios considerados indignos, fue un personaje marginado, y nunca se le aceptó plenamente en los cenáculos literarios ni en las casas nobiliarias.”
Cervantes, sin embargo, siempre mantuvo la altura, la finesa, y la factura de sus críticas no pasa del nivel satírico, critica las obras de Lope, pero no ofende personalmente. En cambio Lope (como Quevedo, que también le dedicó injurias a Cervantes) desciende al cieno con un lenguaje cloacal (como el de Camilo José Cela) y no le reconoce méritos a Cervantes como poeta, y ni siquiera al Quijote.
Entre los muchos críticos  que  han escrito sobre el famoso tema, destaca Tomás S. Tómov, del cual se publica hoy una parte de un peliagudo ensayo. Un ensayo sobre un tema que no es apto para menores. (PCS].

TOMÁS S. TÓMOV:
Cervantes  y  Lope De Vega
(Un caso de enemistad literaria)
Decía Cervantes en los Trabajos de Persiles y Sigismundo: «No hay amistades, parentescos, calidades, ni grandezas que se opongan al rigor de la envidia». Y Lope de Vega en La viuda valenciana: «La envidia astuta tiene lengua y ojos largos».
Uno y otro, pues, han hablado de la envidia y han sufrido de ella. Pero es curioso constatar que entre los dos ha habido también una enemistad que degenera en envidia.
Lope de Vega, 15 años más joven que Cervantes, pero mucho más feliz y triunfante en su carrera literaria, toma desde el inicio una posición negativa respecto a su cofrade de pluma y no omite la ocasión de atacarle. Por supuesto, el atacado se defiende, y así tenemos en aquel tiempo el extraño espectáculo de una tensión entre dos de los más brillantes ingenios de la época. Procuremos ver cómo surge, se desarrolla y cómo acaba esta desavenencia.
¿Quién es Lope de Vega y por qué se declara tan ásperamente contra Cervantes?
Sabemos todos que Lope es uno de los mayores escritores de los siglos XVI y XVII y que su nombre había sido durante su vida muy conocido y querido por toda España; sus obras deleitaban los oídos y alegraban los corazones de todos los españoles. Y algo más: había cobrado fama en muchos países extranjeros, y junto con el renombre de España, se extendía también su propia fama por el mundo. Muy favorecido por la naturaleza, había manifestado sus facultades desde su juventud, ensayándose y logrando éxitos en todos los géneros conocidos hasta entonces (poemas épicos, pastorales, novelas de aventuras, poemas narrativos, numerosísimas églogas, cartas, ensayos históricos, cuentos, muchos sonetos, parodias y versos escritos en varias ocasiones) y particularmente en sus comedias que habían hecho de él el ídolo del pueblo español y difundido a lo largo y a lo ancho de toda España su nombre. Era Lope de Vega el que daba entonces el tono de la boga literaria y mundana también. Las damas llevaban adoraos y flores a la Lope. Fue denominado «El Fénix de los ingenios españoles» por la excelencia de su espíritu.
Y sin embargo, Lope era un hombre en todo contradictorio: de una parte «fervoroso creyente» y de otra «gran pecador», como define lo paradójico en su naturaleza Menéndez y Pelayo. Otro rasgo de su carácter es la extrema sensibilidad que se manifiesta en sus relaciones con parientes y cuantas gentes trataba; lo subraya él mismo: «Yo nací en dos extremos que son amar y aborrecer, no he tenido medio jamás».
CervantesPor otra parte, Cervantes, con menor renombre que Lope y con muy mala suerte, era también conocido por su Galatea (1585) y especialmente por su Quijote, que había tenido varias ediciones en el primer año de su publicación (1605).
No se sabe bien cuándo comenzó la enemistad entre los dos ingenios. Sainz de Robles, en su estudio preliminar a las obras escogidas de Lope de Vega, fecha esta enemistad pocos años después de 2602, «cuando aún eran amigos, por cuanto en La hermosura de Angélica se incluye un soneto del alcalaíno».
Cervantes y Lope de Vega habían sido amigos desde 1583, cuando se conocieron en casa del cómico Jerónimo Velázquez, calle de Lavapiés en Madrid, que Lope frecuentaba asiduamente, como enamorado de la hija de éste, Elena Osorio, y donde Cervantes acudía con la secreta esperanza de que Velázquez le pusiera en escena alguna comedia. Se conocieron y estimaron. Ya en la Galatea  Cervantes saludaba su joven talento.
Lope, a su vez, alaba a Cervantes en su Arcadia (1598).
Y he aquí que la publicación de El peregrino en su patria (1604) provocó la indignación de Cervantes. ¡Y había por qué! La portada de este libro, nos dice Sainz de Robles, llevaba un grabado historiado con el escudo las diecinueve torres, de Bernardo del Carpió, con una estatua de la Envidia, y una leyenda en latín: Quieras o no quieras, Envidia, Lope es o único o muy
raro; había también un retrato del jactancioso Lope y un soneto de Quevedo:
La envidia su verdugo y su tormento / hace del nombre que / cantando cobras, / y con tu gloria su martirio crece…
Cervantes conocía la ambición de Lope, su sed de gloria, pero tanta presunción y arrogancia no la pudo sufrir. Y le dirigió este soneto:
Hermano Lope, bórrame el soné— / de versos de Ariosto y Garcila—, / y la Biblia no tomes en la ma—, / pues nunca de la Biblia dices le—. / También me borrarás La Dragóme— / y un librillo que llaman del Arca— / con todo el Comedije y Epita—, / y, por ser mora, quemarás la Angé—, / Sabe Dios mi intención con San Isi—; / mas quiéralo dejar por lo devo—. / Bórrame en su lugar El peregri—. / Y en cuatro leguas no me digas co—; / que supuesto que escribes boberi—, / las vendrán a entender cuatro nació—. / Ni acabes de escribir La Jerusa—; / bástale a la cuitada su traba—.
En este soneto, como se ve, Cervantes atacaba muy violentamente toda la obra no dramática de Lope. Éste quedó atónito. ¡No podía creer a sus ojos!
Tenía Lope muchos amigos, pero aun más enemigos y envidiosos. Eran éstos de tres categorías. La primera era la de los seguidores de Aristóteles que no podían perdonar a Lope su desdén hacia los preceptos aristotélicos y su afición a un arte popular; en la segunda entraban los gongoristas que le atacaban con sus sátiras por sus poesías líricas y épicas, y, por fin, los dolorosos de la gloria, como les llama Sainz de Robles. Aquí cabría también Cervantes. Pero, vamos a ver. Ya antes de la aparición del Quijote (cuyo privilegio es del 26 de septiembre de 1604) la obra se conoció probablemente manuscrita en los medios de la Corte, y Lope debió de tener conocimiento de ella, y (aquí estalla su odio contra Cervantes) en una carta (fechada el 14 de agosto de 1604) a un médico, amigo suyo, escribe: «De poetas, muchos están en ciernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como
Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote». ¡Injusta e implacable apreciación! Y no nos extrañamos entonces cuando leemos el soneto de Cervantes.
Lope que no temía a Cervantes, porque se sentía superior a él, muy vejado, se ofusca completamente, y le envía, desde Toledo, una carta donde se ve que el Fénix ha perdido todo control interior:
Yo que no sé de los, de li ni le— / ni sé si eres, Cervantes, co ni cu—; / sólo digo que es Lope Apolo y tú / frisón de su carroza y puerco en pie. / Para que no escribieses, orden fue / del Cielo que mancases en Corfú; / hablaste, buey, pero dijiste mu. / ¡Oh, mala quijotada que te dé! / ¡Honra a Lope, potrilla, o guay de ti!, / que es sol, y si se enoja, lloverá; / y ese tu Don Quijote baladi / de culo en culo por el mundo va / vendiendo especias y azafrán romí, /y, al fin, en muladares parará.
Lope no ahorra los epítetos más vulgares: puerco, buey, potrilla, baladi, culo, muladar. ¡ Es una barbaridad! Y, claro, Cervantes, sintiéndose ofendido, toma su venganza, pero en un tono mucho más digno y correcto. Así, en el Prólogo de Don Quijote, hablando de la hesitación en que se halla, para sacar a luz su libro, dice a su amigo, haciendo alusión a Lope, que se siente confuso de salir con una leyenda, falta de erudición, sin acotaciones como»están otros libros, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos…» (subrayo yo). Evidentemente, Cervantes alude aquí a Lope: en El peregrino en su patria Lope a cada paso aduce los nombres de varios escritores
y filósofos: Boecio, Terencio, Platón, Demóstenes, etc. Luego, cuando (en el mismo lugar) dice que su libro «ha de carecer de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos», no dudamos de que alude aún a Lope,
para cuyas obras fueron compuestos sonetos por destacadas personalidades, pero la mayor parte de los cuales fueron escritos por el mismo Lope y después atribuidos a tal o cual gran escritor, dama noble, etc. Hoy día se sabe, por ejemplo, que los sonetos insertos en aquellos libros a nombre de Camila Lucinda (léase: Micaela de Lujan, la amada de Lope) fueron compuestos
por Lope mismo, puesto que aquella amiga suya no sabía firmar siquiera.
(TOMÁS S. TÓMOV)




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sábado, 31 de agosto de 2019

Herminio Almendros : Pueblos y leyendas

Pedro Conde Sturla



Cuando cursaba el sexto nivel de la escuela primaria me obsequiaron un libro maravilloso que con el correr del tiempo perdí de vista, desapareció virtualmente de las librerías hasta el día de hoy (salvo en Cuba), pero lo he mantenido siempre vivo en la memoria.
Su autor es Herminio Almendros (1898-1974) un escritor y maestro español que desarrolló una brillante labor pedagógica durante su exilio en Cuba. Aparte de su obra, dejó como legado para la humanidad al laureado cineasta Néstor Almendros.  
(De él dijo Mario Cremata Ferrán, periodista de Juventud Rebelde : “Hay mortales que no debieran morir nunca, como tampoco aquello que en su tiempo de vida hicieron por el mejoramiento de sus semejantes. Esa idea da vueltas cuando se piensa en hombres como Herminio Almendros”).
El título de la obra es “Pueblos y leyendas”, uno de los libros más editados en Cuba, y contiene un total de 26 relatos pertenecientes a las más variadas culturas de la geografía del planeta, que el autor adaptó, con el concurso de sus alumnos.
El ambicioso proyecto incluye a Japón, China, India, Rusia, países escandinavos, del Rin y de las islas Brítánicas, Francia, Africa, negros de Usamérica.
Almendros escribía libros para niños, pero ya se sabe que los libros para niños también están destinados a los adultos.
“El mundo de la fantasía – afirma Horacio Calle Restrepo- es el recurso más necesario, desde el punto de vista emocional, en la existencia de toda persona ya sea a nivel individual o  como miembro de un grupo social mayor. Los mitos de los  pueblos son productos de esta realidad fantasiosa y por eso se ha dicho con sobrada razón que si el sueño es el mito del individuo, los mitos son el sueño de los pueblos.” 
Entre las leyendas que recoge el libro de Almendros, hay algunas cómicas y otras que te parten el alma, alguna es picaresca, una habla del sueño de libertad y redención de un pintor, otra de los abusos del poder y todas en general de la complejidad de la humana existencia.
Como botón de muestra se ha escogido a la primera, “El viejo guardián”, por lo que tiene, trágicamente, de actual.
PCS



EL LIBRO


Este libro ha sido escrito y se publica con el deseo de
responder al marcado interés que los niños sienten por las
narraciones; sin el propósito de administrar enseñanzas ni de
infundir en el niño, como es costumbre, repertorios de
normas en comprimidas moralejas.
Por eso el libro se ofrece cargado de narraciones recogidas
y adaptadas al margen de la habitual intención docente y
adoctrinadora.
La tarea del autor ha consistido sólo en la búsqueda y
adaptación de leyendas y cuentos. En la selección ha sido
asesorado por niños de escuelas de España. Niños de diez, de
once, de doce, de trece años. Ellos fueron los que, después
de la lectura de seis cuentos y leyendas de cada país, elegidos
entre muchos, decidieron cuáles habían de figurar en la
selección definitiva.
Se ha comprobado así que este haz de lecturas tiene un
singular atractivo para el gusto y las preferencias de la
infancia. También puede afirmarse que en este libro se ha
conseguido reducir la inadaptación a la inteligencia verbal
de los escolares en las edades indicadas.  
Si los niños decidieran con su simpatía el acierto de esta
colección de cuentos y leyendas, procuraríamos completarla
con nuevos trozos antiguos del alma popular, que no han
tenida aquí ocasión ni cabida.

Los Editores.


JAPÓN


En el mapa aparecen las islas japonesas, recortándose
como una guirnalda sobre el limpio azul del Océano
Pacífico.
Sobre ellas reina un cielo puro de finas nubes plateadas.
La tierra está salpicada de jardines y frondosos árboles
por entre los que asoman las casitas de madera con graciosas
cubiertas rizadas.
El suelo se extiende en suaves colinas y anchos valles y
picos volcánicos que se reflejan en los lagos tranquilos.
Pocos países del mundo tienen tan bellos paisajes.
En pocos lugares del mundo el hombre ama a la
naturaleza como aquí, y la cuida y dispone como un
escenario maravilloso.
Pueblo de hombres pequeños de estatura, pulidos y
corteses, nerviosos y enérgicos, patriotas y guerreros.
Mujeres graciosas y afables, de color de marfil.
Hermoso país de las flores y de las sedas, del té y de los
extensos arrozales, de las porcelanas finísimas, de los
pintados vestidos, de las ciudades adornadas con papeles y
sedas y luces amarillas, verdes, rojas... 
Las costas del Japón han sufrido siempre los terribles efectos de sacudidas sísmicas o de
erupciones volcánicas submarinas. Olas gigantescas han barrido las costas japonesas produciendo
tremendas catástrofes que arrasan regiones enteras, destruyendo muchos pueblos y ciudades.
La leyenda del viejo guardián es la tradición de una de estas catástrofes ocurridas en tiempo inmemorial.


EL VIEJO GUARDIAN


tradición oral japonesa


¡Qué gusto daba mirar desde lo alto los barcos que resbalaban sobre el mar como en un espejo! El pequeño Yon se sentía feliz en la cima de aquel monte. Sin padre, había ido a vivir con su abuelo en aquella casita de la montaña, en medio de los campos de arroz, dorados como el oro. Gozaba allí de aire puro y sol y libertad como los pájaros. Podía correr y jugar alegremente. ¡Qué bien se vivía en aquella paz campesina!
El pueblecito estaba allá abajo, a lo largo de la costa, frente al mar incendiado de sol. Yon veía las casas, pequeñitas, blancas, limpias; todo el pueblo como un lindo juguete. Y a los hombres y a los niños los veía como hormigas grandes y hormigas pequeñas. Entre el monte y el mar solo había una estrecha faja de tierra, donde los hombres construyeron sus casas.
Los campos cultivados estaban en aquella planicie de la montaña, húmeda y fértil, donde vivía Yon. El abuelo era el guardián de los extensos arrozales del pueblo. El niño amaba los grandes campos de arroz. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el trabajo de abrir las acequias de riego, y nadie como él ahuyentaba los pájaros en la época de la siega.
Yon se sentía feliz. Su abuelo lo quería mucho. Vivían los dos en la casita menuda y limpia, y estaba seguro de que los otros niños le tendrían envidia. Aquel viejo fuerte y serio era el mejor de todos los hombres.
Un día en que las espigas amarillas brillaban al sol, el viejo guardián miraba a lo lejos, al horizonte del mar. Su mirada era fija y llena de sorpresa. Una especie de nube grande se elevaba en el confín como si el agua se revolviera contra el cielo. El viejo seguía mirando fijamente. De pronto, se volvió hacia la casa y gritó:
-¡Yon!, ¡Yon!, trae del fuego una rama encendida.
El pequeño Yon no comprendía el deseo de su abuelo, pero obedeció al momento y salió corriendo con una tea en la mano. El viejo había cogido otra y corría hacia el arrozal más próximo. Yon lo seguía sorprendido. ¿Sería posible? Y al ver horrorizado que tiraba la tea hecha llamas en el campo de arroz, gritó:
-¡Qué haces, abuelo! ¡Qué quieres hacer!
-¡De prisa, de prisa, Yon, prende fuego a los campos! Yon quedó inmóvil. Pensó que su abuelo había perdido la razón, y todo su cuerpo se llenó de espanto. Pero un niño japonés obedece siempre, y Yon tiró la antorcha entre las espigas.
Primero fue una lumbre débil donde se retorcían los tallos resecados; después se extendió el fuego en llamaradas rojas, y bien pronto fueron los arrozales una inmensa hoguera. La montaña se elevaba hasta el cielo en una columna de humo.
Desde allá abajo, los habitantes del pueblecito vieron sus campos incendiados y, dando gritos de rabia, corrieron desesperados, trepando por los senderos tortuosos del monte; subiendo, subiendo hasta agotar las fuerzas. Nadie quedaba atrás. También las mujeres subían con los niños a la espalda.
Al llegar al llano y ver los extensos arrozales desvastados, la indignación se oyó en un grito de furia: -¿Quién ha sido? ¿Quién es el incendiario?
El viejo guardián se adelantó a los hombres y dijo con serenidad:
-¡Yo he sido!
Yon sollozaba. Un grupo los rodeó en actitud amenazadora, gritando:
-¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué?
El viejo se volvió severo y extendió la mano señalando al horizonte.
-Mirad allá –dijo.
Al fondo, donde unas horas antes la gran superficie del mar era plana como un espejo, se levantaba ahora hasta el cielo una espantosa muralla de agua. Una ola oscura y gigantesca avanzaba desde el confín. Hubo un momento de horror.
Ni un grito… Los corazones latían con fuerza. La muralla de agua avanzó hasta la tierra con un ronco bramido, se volcó y fue a romperse, en un trueno, invadiéndolo todo, y fue a romperse en un trueno desgarrado y furioso, contra la montaña… Una ola más. Después otra más débil… Luego, el mar se fue retirando con un rugido sordo.
La tierra apareció revuelta y socavada. El pueblecito había desaparecido, desecho y arrastrado por aquella ola inmensa.
El viejo guardián miró satisfecho a todos los habitantes bien seguros en la cima del monte. Su presencia de ánimo los había salvado de la invasión del mar.

Isogai, el humilde

30 agosto, 2019
Diego Rivera, El picapedrero
Hace algunos años escribí algo sobre Herminio Almendros, un escritor y maestro español que vivió muchos años exilado en Cuba. Almendros es el autor de una obra que venero, una obra de culto titulada “Pueblos y leyendas”. Es una obra de recopilación y adaptación de relatos en la que tomaron parte los alumnos de Almendros. Veintiséis relatos de la más variada procedencia geográfica y cultural. Relatos y mitos que confirman “que si el sueño es el mito del individuo, los mitos son el sueño de los pueblos”. En todos ellos se habla en general de la complejidad de la humana existencia, del lado trágico, cómico o tragicómico de la vida, el hambre del poder, el insaciable deseo de libertad o de superación personal, la abnegación, el sacrificio, todas las cosas que insuflan ánimo y sentido al barro que nos moldea.
Uno de los relatos de “Pueblos y leyendas” trata de un individuo llamado Isogai, “Isogai, el humilde”, alguien que se lamenta por la suerte que le ha tocado. Isogai realiza un trabajo durísimo en una cantera de granito y es pobre de solemnidad. Desea ser rico y se hace rico en un “sueño maravilloso” y empieza a disfrutar de la riqueza, pero cuando conoce al emperador se desencanta de ser rico, ya no le basta. Ahora quiere ser emperador y se convierte en emperador y empieza a disfrutar de su condición imperial hasta que el sol comienza a humillarlo. Ahora quiere ser sol y se convierte en sol hasta que una simple nube ataja sus rayos y opaca su brillantez. Ahora quiere ser nube y se convierte en nube, derrama agua raudales sobre la tierra y empieza a disfrutar de su poder, hasta que una roca lo desafía impunemente. Entonces se convirtió en roca y pensaba que nada se igualaba en el mundo a su condición, hasta que un día vino un picador de piedra y empezó a arrancarle pedazos. Isogai comprendió que era mejor ser obrero, un picador de piedra como lo que era y colorín colorado.
El cuento de Isogai habla quizás de la incapacidad de mucha gente de conformarse con lo que tiene y de la ambición que echa a perder tantas cosas, quizás quiere decir que toda cosa en el mundo tiene su pro y su contra, quizás quiere decir que todos deben resignarse a su suerte, quizás predica el conformismo o habla del poder de la clase obrera. Quizás quiere decir que ningún relato es inocente por más que lo parezca y que la lectura no está exenta de trampas y riesgos. Ninguna lectura es inocente. Los relatos, los cuentos, las narraciones, los mitos, leyendas funcionan como reguladores del comportamiento social y el significado a veces puede ser perverso. Por eso hay que aprender a leer entre líneas, a explorar el sentido recóndito de las cosas.
El final de “Isogai, el humilde” me parece sospechoso. Isogai se siente contento de volver a ser pobre, da una cátedra sobre la importancia de ser pobre. Ahí está la trampa. A veces el elogio de la pobreza, de la humildad y del trabajo duro solo se hace en perjuicio de los pobres, de los humildes, de los que trabajan duro y no tienen en qué caerse muertos.
En fin, saque cada quien su conclusión.
Isogai, el humilde
Vivía una vez en el Japón un pobre hombre llamado Isogai, que trabajaba de simple obrero en unas canteras de granito. Su salario era tan escaso que no le permitía mejorar su miserable modo de vivir.
Un día volvió a su casa rendido de fatiga. El pobre hombre se lamentaba de su suerte y envidiaba a los poderosos para los que la vida es cómoda y amable en los hermosos palacios.
—Si yo llegara algún día a ser muy rico — pensaba Isogai,— sería un hombre respetable, querido y admirado de todo el mundo. Ahora soy un pobre desdichado. No valgo para nada y jamás podré salir de esta vida triste y miserable. ¡Si yo tuviera muchas riquezas… !
El pobre trabajador se durmió con este pensamiento y tuvo un sueño maravilloso:
Isogai, el buen, Isogai, se encontró de pronto convertido en un hombre riquísimo. Tenía un hermoso palacio de mármol y descansaba en una habitación cubierta de sedas.
Tras los amplios ventanales veía pasar a todas las gentes atareadas de la ciudad.
Cierto día acertó a pasar el Emperador montado en una soberbia carroza de oro, y seguido de magníficos caballeros y criados que sostenían sobre su cabeza un parasol resplandeciente de dorados y pedrería.
Isogai sintió envidia y pensó:
— ¿De qué me sirve ser rico si no me es permitido salir como el Emperador con una brillante escolta y con criados que me protejan con un parasol de oro? Mi ilusión — dijo — es llegar a ser emperador.
No bien hubo dicho esto, el desgraciado Isogai se vio convertido en un soberbio emperador. Y por las calles era seguido de una escolta de caballeros y de criados que lo cubrían con un parasol magnífico.
Pero el calor era bochornoso. El Sol brillaba ardiente y cegador de luz.
— Nunca hay dicha completa — pensó Isogai —He aquí a un pobre emperador que tiene que sufrir este terrible calor del sol. Si yo fuera el Sol me consideraría el ser más poderoso del mundo.
Isogai quedó convertido inmediatamente en el Sol que alumbra todas las cosas. Un sol que llegaba a todos los lugares de la Tierra y lo caldeaba y tostaba todo: las mieses y los hombres, las fieras y los príncipes. A todo alcanzaba su poder.
Pero, de pronto, una nube vino a colocarse descaradamente entre el Sol y la Tierra. La nube formaba una pantalla que los rayos de luz no podían atravesar. El Sol estaba, furioso.
— Conque sí — exclamó — ¿conque una nube es capaz de oponerse a mi fuerza deteniendo mis rayos? Entonces más valdría ser nube.
Isogai pasó en el acto a ser una nube. En seguida, para probar su poder, se puso delante del Sol de manera que lo venció y dejó en sombra a la Tierra. Después dejó caer una lluvia tan fuerte, que los arroyos y los torrentes se desbordaron y los ríos inundaron los campos arrasándolo todo.
Isogai, desde lo alto, se complacía en admirar el poder de su fuerza. Ahora sí que no había nada que le resistiera.
Estaba satisfecho. Miró un poco más fijamente y se quedó sorprendido. Allá abajo divisaba una roca que no se movía.
Nada podía el empuje de la corriente de agua que rugía y se rompía contra ella sin conmoverla.
Entonces la nube pensó:
— Si no tengo poder para imponerme a una roca, me valdría más ser como ella.
Y he aquí que Isogai quedó transformado en una roca que resistía los ardores del sol y la furia de la tormenta y el embate de los torrentes desbordados.
Pero allí, al pie de la piedra dura, vino a trabajar un hombre de apariencia miserable. El hombre tenía unos picos de hierro y un gran martillo. Y, poco a poco, golpe a golpe, fue quitando grandes pedazos a la piedra y los fue labrando en formas diversas.
— ¿Cómo es esto? — exclamó la roca —. ¿Puede un hombre vencerme tan calladamente y arrancarme trozos y moldearme con tanta facilidad? Entonces es preciso que vuelva a ser hombre.
Y, en un último esfuerzo para alcanzar el poder sin límites, Isogai despertó de su sueño y se sintió satisfecho de ser hombre; orgulloso de ser obrero vencedor de la roca viva a la que seguiría diariamente arañando en las canteras de granito.


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sábado, 24 de agosto de 2019

Dallas el Gunman

https://acento.com.do/2019/opinion/8720772-dallas-el-gunman/

Pedro Conde Sturla
23 agosto, 2019



Marcial Lafuente Estefanía divisó a lo lejos al muchacho que caminaba en dirección al rancho con pasos torcidos. Traía la silla de montar al hombro y a medida que se fue acercando pudo ver que estaba flaco, débil, esmirriado. En algún lugar del desierto había perdido la montura y parecía a punto de colapsar mientras avanzaba con un andar cada vez más vacilante hacia el pozo. Por un momento le pareció que no iba a poder llegar y  Marcial Lafuente  Estefanía fue a su encuentro y le pasó la cantimplora.

sábado, 17 de agosto de 2019

Algo para recordar

Algo para recordar

Desde la infancia remota, desde cuando mi padre me trajo en 1953 de Macorís del Jaya a la civilización, he sido frecuentador asiduo del antiguo Parque Zoológico y Botánico de Santo Domingo, hoy Plaza del Conservatorio.
En la “Ciudad más limpia de América”, atiborrada entonces de refugiados españoles y húngaros, había luz a raudales, quizás como contrapartida del régimen tenebroso. Agua y luz permanentes, buen transporte, numerosos coches tirados por caballos cansinos, un clima fresco, “clima de eternidad”, como le llamó Mieses Burgos, un clima solícito y acuático, con lluvias que daban fastidio.  Recuerdo que había un Malecón con increíbles lamparas de neón que distorsionaban los colores y convertían los maquillados labios rojos de las mujeres en labios morados. Había autobuses de dos pisos, fabricados en el país sobre el chasis de un camión o camioneta. Al segundo nivel, que no tenía techo, se subía por una especie de escalera de caracol y era el que todos preferían  para pasear de noche. Autobuses con las luces encendidas como un arbolito de Navidad. 

miércoles, 14 de agosto de 2019

ATILA, EL CALUMNIADO

Pedro Conde Sturla
7 de junio de 2007


Alguna vez aprendí a odiar a Atila con todas las fuerzas de mí ser. En la escuela me enseñaron que era un personaje inicuo, que se hacía llamar o lo llamaban “el azote de Dios”, y que decía con jactancia: “Por donde pasa mi caballo no crece la hierba.”

Atila era un bárbaro, es decir un extranjero, que vivía con su pueblo más allá de las fronteras del civilizado imperio romano. En el siglo V saqueó el norte de las Galias, y para contenerlo el imperio tuvo que emplearse a fondo, librando una batalla terrible en los Campos Cataláunicos, la llamada batalla de los pueblos. Atila se replegó sin ser derrotado y un año después desató su furia sobre el norte de Italia. Pero esta vez sus motivos eran razonablemente románticos. Atila reclamaba la mano de Honoria, hermana del emperador Valentiniano, y unos territorios que, coincidencialmente, venían con su mano. En el Po recibió una embajada imperial encabezada por un prefecto, un cónsul y el papa León I. Tras el encuentro renunció a sus reclamaciones y emprendió la retirada hacia sus dominios, posiblemente a causa de una epidemia que afectaba a su ejército. Murió poco después durante una orgía en el año 453.

El bárbaro Atila ha sido objeto de mala prensa en todas las épocas, pero en realidad no era más malo que los civilizados romanos, y en algunas sagas y cantares germánicos aparece como figura legendaria. Los civilizados romanos eran dueños de un imperio esclavista de 3 millones de kilómetros cuadrados y explotaban sin misericordia a la inmensa mayoría de sus habitantes. El deporte nacional romano era la crucifixión. Clavaban por diversión a seres humanos a una cruz, y a veces por compasión les partían “metódicamente las tibias con unas barras de hierro” para provocarles la muerte por embolia.

La publicidad contra el bárbaro es obra, principalmente, de la iglesia católica. Antes de reunirse con la embajada del imperio en el Po, Atila humilló a sus representantes y en particular al papa León, que había traído consigo cuantiosas ofrendas en oro, haciéndolos esperar durante horas a la intemperie. La iglesia transformó la humillación del papa en una victoria política, atribuyendo la retirada de Atila a un repentino miedo al dios de los católicos, producto de las emanaciones divinas de la fuerte personalidad del papa y de la presencia mística de los apóstoles Pedro y Pablo, que lo acompañaban desde lo alto.

No voy a comparar el daño que le hacía a la hierba y a los árboles el caballo de Atila con el que le hace el cómico del distrito, porque la comparación se queda corta. El caballo de Atila no impedía crecer la hierba, incluso la abonaba generosamente y la hacía crecer más fuerte.

El caballo del cómico del Distrito sí que en verdad no deja crecer la hierba. Pasó por las amplias isletas de la Avenida Alma Mater, hace unos años, y sacrificó árboles de caoba y cauchos memorables que a todos los pasantes daban sombra sin producir el menor daño en la calle, aceras o contenes. Sustituyó la grama por cemento estampado y sobre el cemento sembró bancos de hierro y unas casetas ridículas y seguramente costosas. Finalmente bautizó el lugar con el nombre de Boulevard de la Juventud, en homenaje a los jóvenes que se quieran calcinar a fuego lento. Allí, desde luego, no ha vuelto a crecer la hierba. No es la obra del azote de Dios, es la obra del azote de la Ciudad de Santo Domingo, primada de América, la misma que hace unos años asombraba al mundo por su flamante cabellera verde, su arboleda relativamente desordenada como deben ser las arboledas, abundantes, copiosas. (Ahora tiemblo al pensar en el frondoso caucho de la José Contreras a esquina Lincoln, el mismo que cobija desde hace años a un frutero y mantiene alejado el calor, acondicionando el aire bajo sus ramas).

En las más anchas isletas intervenidas en todos los sectores de la ciudad se perdió la oportunidad de crear verdaderos bosquecillos, plantando nuevas plantas junto a las existentes, creando un colchón ecológico que absorbiera el ruido y la contaminación. Ahora tendríamos parques, pequeños parques, zonas sombreadas de recreación a escala humana. No unas filas de palmas en pie de guerra, al estilo fascista. El agudo comentario de un lector de mi entrega anterior me recordó que “Eduardo Galeano critica el alineamiento de los árboles, señalando que le parecen guardias en un desfile militar.” De hecho, someter las palmas a un orden innatural es una forma de violencia, una arbitrariedad y un símbolo de poder falocráticamente político, que haría las delicias de la famosa cineasta de Hitler.

Ante la avalancha de críticas y protestas por parte de la población de Santo Domingo, los defensores de lo indefendible, defensores del arboricidio, han sacado a relucir un “Plan Estratégico de la Ciudad”, una “normativa de arbolado urbano”, un “Plan Regulador de la Ciudad Colonial trabajado de forma conjunta por las instituciones con incidencia en el centro histórico y las juntas de vecinos.” Si acaso los planes no se encuentran en el mismo estado que los planos del metro de Diandino, uno se pregunta, carajo, ¿por qué no comienzan a aplicarlos? ¿Por qué andarse, literalmente, por las ramas? ¿Por qué no empezar por lo prioritario? ¿Por qué no tratar de ponerle un orden al caos urbano?

Al parecer las autoridades del Distrito no se han dado cuenta que la basura arropa grandes sectores de la ciudad, que cada día son más las aceras que se transforman en parqueos, que cada día son más los edificios que se construyen en franca violación a las leyes y que las aceras de la Avenida Independencia y muchas calles de Gazcue están llenas de hoyos que podrían tragarse a una persona entera. Es más, conozco el caso de un oficial médico, un general, que al salir con sus compras de un supermercado cayó en uno de esos hoyos y sufrió fracturas de consideración en una pierna y un brazo.

Cuando el cómico de televisión, al cual muchos aprecian por su talento histriónico, hable de tú a tú con los votantes que lo llevaron al poder, antes de ejercerlo sin consulta, cuando comience a soterrar los cables de la Ciudad Colonial, a ocuparse de los edificios en ruina, la limpieza de las alcantarillas y los problemas reales de la zona, entonces se convertirá en munícipe y otra será la reacción, la respuesta de la población, la opinión pública.

Lamentablemente, el orden de prioridades sigue invertido y lo que tenemos en perspectiva para la Ciudad Colonial es un proyecto espantoso, diandinescamente espantoso. Se habla ya de la construcción de un parqueo soterrado en la Plaza de España y otro en la calle Las Damas. Entraremos, pues, de lleno en la verdadera etapa de las devastaciones. Lo peor no ha comenzado todavía. Que el señor nos coja confesados y perdone a su descarriado siervo Atila, que tanto daño no hizo después de todo.





pcs, jueves 7 de junio de 2007