martes, 18 de junio de 2019
Julio Cortázar: el tesoro de la juventud
sábado, 15 de junio de 2019
YELIDÀ 1-2)
Yelidá (1 de 2)
En la década de 1940 empezó a manifestarse en Santo Domingo una curiosa tendencia literaria de intención épico-lírica que produciría una fuerte sacudida en el mundo o mundillo literario del país. Provocaría en breve tiempo un cambio de rumbo en la orientación de las letras dominicanas.
Ese rico filón épico-lírico, cuyo estudio merece un capítulo aparte en la historia literaria, dio origen a algunas de las obras poéticas más importantes del terruño, obras notables que se cuentan entre las cosas más valiosas del patrimonio nacional intangible.
Sus autores, un grupo de poetas independientes (los llamados Independientes del cuarenta, que no formaban parte de agrupaciones literarias), habrían de convertirse con el correr de los años en figuras cimeras de las letras nacionales.
El grupo está compuesto por Tomás Hernández Franco y Manuel del Cabral (que fueron los pioneros), Héctor Incháustegui Cabral y Pedro Mir.
La importancia histórica de la obra de Tomás Hernández Franco es en extremo interesante. Hernández Franco es el deleznable autor de “La revolución más bella de América” (la de Trujillo), y es también autor del inspirado y extraño y magnífico poema “Yelidá”, publicado en 1942.
Yelidá es un poema deslumbrante o mejor dicho un poema paisaje, quizás un poema espejismo en el que la geografía del ambiente poético se construye como por encanto ante la mirada del lector sensible: poema de arquitectura barroca que persiste en la memoria y en la retina. Uno de los elementos formales de esta construcción es precisamente el flujo ininterrumpido de imágenes, la forma en que se articulan las palabras para producir un sentido innovador, fuera de serie:
“Buscaron a Badagris dictador de la puñalada y del veneno / espíritu suelto de los cañaverales / donde el tafiá es primero flor y luego miel / el padre del rencor y de la ira / el que enciende la choza al leve contacto de su mano negra / y viola a todas las niñas en el vientre de las madres dormidas. /Buscaron a Agoué dios ventrudo del agua / mitad evaporado de sol y de brasa / y mitad prisionero del pantano /aburrido de moscas y de olas / en su casa de vientos y de esponjas”.
El ritmo y la adjetivación insólita juegan un papel de suma importancia en este poema: son protagonistas de primer orden. Es el ritmo interior lo que convierte a “Yelidá” en un poema tan impetuoso, mágico, luminoso y tembloroso como “un derroche de fuegos artificiales”.
Decía Sergei M. Eisentein, el famoso director de cine soviético, que “el arte de componer bien es el arte de variar bien”. No cabe duda que Tomás Hernández Franco aprendió esta lección en alguna parte:
“Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo / Yelidá por el propio camino de su vientre / asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta / ahí se estaba vegetal y ardiente / en húmeda humedad de hongo y de liquen / caliente como todo lo caliente / cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna / hecha de filtro y de palabra rara /en el agua del charco con su verde y su larva / y su ala a medio nacer y su andar de meteoro / Yelidá deshojada a sí y a no / por éxtasis de blanco y frenesí de negro / profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo / en secreto de surcos y en místico de llamas”.
Ahora bien, ¿qué cosa es exactamente Yelidá, qué lugar ocupa en nuestra literatura, que representa en el plano de las opciones estético-ideológicas?
Yelidá es una especie de epopeya trunca, o si se quiere, un fragmento de epopeya (sui generis) cuyo espectáculo narrativo se sitúa aparentemente fuera del presente. El desarrollo de la historia tiene lugar en cinco fases o etapas que llevan por título: “Un antes”, “Otro antes”, “Un paréntesis” y “Un final” que consta de un solo verso.
En la primera parte conocemos a Erick, un simple “muchacho noruego con “ fuerza de remo y sencillez de espuma”. Era “mitad Tritón y mitad ángel”, tan puro e inocente que a los veinte años se mantenía “virgen dentro de sus botas de hule”. Un buen día, estimulado por un tío marinero que le “contaba entre dientes largas historias de islas” , Erick se puso en ruta y fue a parar a Fort Liberté. Allí conoce a Mamuasel Suquiete, una muchacha negra que se enamora de su belleza blanca y le hace perder su “escandinava inocencia”. Erick trata en principio de “ahuyentarla de su cabeza rubia”, pero al final sucumbe sin remedio, víctima de las artes mágicas del vudú, “ y muy pronto los casó el obispo francés”. Erick deja entonces de ser marinero y se convierte en vendedor de arenques. Luego, en un tiempo indeterminado, muere de alguna manera “entre Jesucristo y Damballá Queddó”.
Tomás Hernández Franco lo cuenta mejor en el poema. Lo cuenta en unos versos trepidantes como no se han vuelto a ver en la poesía dominicana. Versos y reversos rebosantes de intuiciones líricas insospechadas, audaces registros verbales, pulsaciones poéticas insospechadas:
“Erick el muchacho noruego que tenía / alma de fiord y corazón de niebla apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes / la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes./ En el más largo mes del año había nacido / en la pesquera choza de brea y redes salpicada casi por las olas /parido estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche / de padre ausente naufragado / nadador ya de algas profundas y arenas sorprendidas / de escamas y de agallas y de aletas. / Era el quinto hijo para el mar nacido / Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente / fuerza de remo y sencillez de espuma / como todos los muchachos de la playa /mitad Tritón y mitad Ángel. / Pero Erick no sabía nada de eso / pulso de viento y terquedad de proa / aprendió los nombres de los peces de las puntas y cabos / la oración del canal y la bahía /a los quince años conocía mil golfos /y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre / ni un solo pensamiento de noruega / le había caminado entre las cejas rubias. /
En un anual calafateo de lanchas /llamas estopa y brea / Erick tenía veinte años y era virgen dentro de sus botas de hule / y creía que los niños nacen así como los peces / en la noche quieta de los reposos del mar / pero el tío piloto contaba entre dientes largas historis de islas / con puertos bruñidos y azules / donde centenares de mujeres desnudas subían carbón al barco / donde había pájaros verdes hirviendo de palabras obscenas / y donde en la noche florecía el burdel con hondo aliento de tam-tam./ El tío mascullaba una lejana canción de sol y cocoteros / en lengua que no podía ser noruega y que ponía / en el pulso de viento de Erick pequeños remolinos./
A los veintidos años Erick tenía la mirada gris azul / densa de su alma puesta en dique / y una voluntad de timón y de quilla / por llegar a las islas de las montañas de azúcar / donde decía el tío las noches olían a cedro como las barricas de ron / Erick sabía que los marinos noruegos siempre desertaban en las islas / pero cuando estaban bien borrachos los capitanes los metían a patadas / en las bodegas sucias y entonces volvían a Noruega/flacos y callados y tristes./ Con todo y las patadas el marino Erick ya estaba en ruta”.
Yelidá (2 de 2)
Pedro Conde Sturla
“Y así vino al mundo Yelidá en un vagido de gato tierno / mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí / alegre de todos sus dientes y de su forma rota / por el regalo del marido rubio / y Yelidá estaba inerme entre los trapos / con su torpeza jugosa de raíz y de sueño / pero empezó a crecer con lentitud de espiga / negra un día sí y un día no /blanca los otros / nombre de vodú y apellido de kaes / lengua de zetas /corazón de ice-berg / vientre de llama hoja de alga flotando en el instinto /nórdico viento preso en el subsuelo de la noche / con fogatas y lejana llamada sorda para el rito”.
viernes, 14 de junio de 2019
LA BIBLIA Y OTROS ENGENDROS
(Richard Dawkins).
domingo, 9 de junio de 2019
ANDRÈ MAUROIS: EL ARTE DE ESCRIBIR
21 de agosto de 2009
Valèry ha dado este consejo: «De dos palabras, hay que escoger la menor». Es decir, la menos ambiciosa, la menos ruidosa, la más modesta. Prefiera siempre la palabra concreta que designa los objetos, los seres, a la palabra abstracta. «Los hombres», viene mejor que «la humanidad, «tal hombre«, es mejor que «los hombres». Las palabras abstractas son útiles, aun necesarias, pero pronto hacen que el lector vuelva a lo concreto. Con las palabras abstractas uno puede probarlo todo, pero no realizar nada.
Si uno no se propone sentarse cada día a su escritorio, no para soñar, sino para trabajar, si uno se permite pensar: «esta mañana no me siento bien, estoy indispuesto, en la mañana los trabajos son difíciles», entonces está perdido. Al día siguiente hallará una nueva excusa y la vida pasará entre la haraganería y el fracaso.
No hay que atraer la atención, sino por la precisión vigorosa de las fórmulas, por el ajuste perfecto de las frases a las ideas, por una brevedad compacta y plena. En fin, hay que guardarse, mientras no se sea un maestro, de las frases largas.
Bossuet las usa, pero él era Bossuet. Cuando el señor Caillaux era presidente del Consejo, le dijo a su jefe de gabinete, cuyo estilo le parecía ampuloso: «Escúcheme, una frase francesa se compone de un sujeto, un verbo y un complemente directo, eso es todo. Y cuando necesite un complemento indirecto, venga a buscarme».
sábado, 8 de junio de 2019
Yelidá (1 de 2)
Yelidá (1 de 2)
Yelidá (1 de 2)
pedro Conde Sturla
viernes, 7 de junio de 2019
OTRAS MEDITACIONES, OTROS ÁMBITOS DE COLMADÓN
Marguerite Yourcenar |
extraordinaria de esta mujer grandiosa, que vivió gran parte de su vida en Maine, acompañada de una amiga inseparable, que murió antes que ella, y que la sumió en una profunda depresión, sólo comparable a la soledad desértica de Flaubert (“Me parece que atravieso una soledad sin fin para ir a no sé dónde...Yo soy a un mismo tiempo el desierto, el viajero y el camello...”).
Voy a relatar un acontecimiento casi fútil, tomado del libro
“¿Qué? La Eternidad”, que describe un encuentro casi trivial de la niña Marguerite Yourcenar con una joven de su edad llamada Yolande.
satisfechos más tarde en el curso de mi vida, me hizo encontrar la posición y los movimientos necesarios de dos mujeres que se
aman...
tarde, y alternativamente, durante años también,
desaparecerían hasta el punto de ser olvidados. Aquella Yolande, un poco dura, me amonestó gentilmente:
nos dejo tres libros que sólo abarcaron parte de su niñez.
ensayista y poeta sólo menciona una vez a Marguerite Yourcenar, a propósito de un poema de Teócrito, el primer poema de amor, escrito en el siglo III a.C., un largo monólogo de Simetha, inicio de los enconos de la mujer y sus misterios, donde se dan cita el amor, el odio, el despecho y el deseo.
LOS VENCIDOS DE WHITMAN.
sábado, 1 de junio de 2019
La conspiración de los empresarios (2 de 2)
La conspiración de los empresarios (2 de 2)
Pedro Conde Sturla
31 mayo 2029
aleatorio, un simple giro, una parada de la rueda del azar,
debe Oscar Michelena haber salido con vida de las
mazmorras de Trujillo.