sábado, 11 de agosto de 2018

Vestir para existir (2 de 3)

Doña Catalina de Erauso, la llamada monja Alférez, era todo un personaje. Asumió la identidad de un hombre y probó su hombría –su hombría hispánica- de la peor manera posible, ejerciendo con saña la violencia al servicio de las peores causas, la violencia y la misoginia.
Quedó atrapada o atrapado al nacer en un cuerpo de mujer contra el cual se rebeló, pero ese fue también el límite de su rebeldía. No era una simple travesti. El traje de hombre que vistió durante tantos años no era un disfraz, era su piel, su verdadera piel. Luchó toda la vida para ser aceptada como hombre y se distinguió como matarife, militar y matarife representante del “vir ibérico”, el machismo o masculinidad de los monstruos de la conquista .
“El martilleo brioso y continuo –dice Patricia Cabral en su radiografía del personaje- de reiterados eventos evocados por el uso de verbos conjugados en el pretérito, refuerza y consolida el molde identitario resultante del acto inicial de travestismo, y su prolongación a largo plazo”.
Nada que ver con feminismo ni protofeminismo. Esa extraña criatura llamada la monja Alférez era lo que aquí llamamos un macho de hombre, aunque “blológicamente incompleto”. (PCS). 

Vestir para existir y actuar de otro modo: la cuestión de travestismo en “La historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma”

Patricia Cabral

La transformación de aspecto permite el alejamiento eficaz y la adopción de una nueva identidad gracias al cambio de género, aunque éste sólo sea exterior. Esta modificación superficial genera alteraciones profundas capacitándola a ejercer la violencia, y a asumir la conducta inherente a la masculinidad tradicional según los parámetros peninsulares e imperialistas de la época. Al escoger una filiación militar, la Monja Alférez pasó a representar el vir ibérico, supremo monitor y ejecutor de la invasión y la colonización de América. El martilleo brioso y continuo de reiterados eventos evocados por el uso de verbos conjugados en el pretérito, refuerza y consolida el molde identitario resultante del acto inicial de travestismo, y su prolongación a largo plazo. La Monja Alférez es lo que hace, y lo que hace es ceñir su espada para cortar la cara del adversario, bregar, entrar la punta de la espada en el cuerpo de su contrincante, estar siempre con las armas en la mano, atropellar, matar, herir, hacer muchos daños, batallar, hacer diez mil añicos de un muchacho indígena, hacer tal estrago que corra como un río la sangre de sus víctimas, tirar una estocada, embestir, descerrajar, derribar, dar un arachuelo en la cara con un cuchillejo, y entrarle una estocada al italiano que se atrevió a ofender su hispanidad ibérica.5 La masculinidad de la Monja Alférez se efectúa por medio de la tropelía, la trampa y la crueldad, compensando por su condición de hombre biológicamente incompleto. 6
Sin embargo, la forma de travestismo de la Monja Alférez no desafía, ni cuestiona los cánones establecidos por la Iglesia Católica y el Imperio español; es decir, se pasa de un molde a otro, no se pone en duda el sistema que los ha engendrado. Inclusive, el amalgamar patrones de conducta asignados por separado a cada género, y basados en paradigmas morales propios de la civilización española católica, produce a la vez un personaje híbrido y curioso. Se adopta el vestuario, la belicosidad y los prejuicios del vir ibérico. En efecto, paradójicamente, la Monja Alférez concluye siendo el vir “perfecto” al conjugar las dos versiones del concepto de honor, tanto la masculina como la femenina: un valiente guerrero contenido sexualmente de manera absoluta al mantener su virginidad. Se absorben y condensan los aspectos ideales de la dualidad de género conforme a la fascinación por lo insólito y teatral del espíritu barroco, las doctrinas católicas sostenidas y reforzadas por la Contrarreforma y el Concilio de Trento, y la política expansionista del Imperio español, configurándose un sujeto misceláneo, y una especie de superhéroe colonizador. Instrumental y calculada, la transgresión de la Monja Alférez se adecuó a sus circunstancias personales, dando cabida a un posible y supuesto arrepentimiento de conveniencia expresado por medio de la asidua búsqueda de asilo en iglesias (opción que procede de la ley medieval denominada “el asilo en sagrado”), seguida de las debidas confesiones.
De ninguna manera supuso una rebelión unilateral e intransigente con la intención de socavar y demoler un sistema de vida. No se trata de un acto protofeminista. Esto se manifiesta en un episodio que ocurre al final de la obra, en el cual la Monja Alférez actúa como un macho misógeno al insultar y amenazar a dos mujeres: “En Nápoles, un día, paseándome en el muelle, reparé en las risadas de dos damiselas que parlaban con dos mozos, y me miraban. Y mirándolas, me dijo una: —Señora Catalina, ¿dónde es el camino?— Respondí: —Señoras p… a darles a ustedes cien pescozadas, y cien cuchilladas a quien les quiera defender—. Callaron y se fueron de allí.” 7
No acepta ser llamada “Señora Catalina” y ser señalada como mujer por mujeres que considera moralmente inferiores.
Del mismo modo en que utiliza ropa para convertirse en hombre, Catalina se vale de la confesión para recuperar su condición original de mujer, insistiendo en su estado de virginidad para salvaguardar su reinserción social de manera honorable. 8
La Monja Alférez realiza dos confesiones, la primera al fraile Luis Ferrer de Valencia,9 y la segunda al Obispo de Guamanga: “Señor, todo esto que he referido a V.S. ilustrísima no es así; la verdad es que soy mujer, que nací en tal parte, hija de fulano y sutana; que me entraron de tal edad en tal convento, con fulana mi tía; que allí me crié; que tomé el hábito; que tuve noviciado; que estando para profesar, por tal ocasión me salí; que me fui a tal parte, me desnudé, me vestí, me corté el cabello; partí allá y acullá; me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé; correteé, hasta venir a parar en lo presente, y a los pies de su señoría ilustrísima.” 10
A pesar de admitir sus crímenes y fechorías, la Monja Alférez, juega su última carta al insistir sobre su castidad y permitir que ésta sea debidamente confirmada: “A la tarde, como a las cuatro, entraron dos matronas y me miraron y se satisficieron, y declararon después ante el obispo con juramento, haberme visto y reconocido cuanto fue menester para certificarse y haberme hallado virgen intacta, como el día en que nací.”11
Después de haber vivido casi veinte años como hombre, soldado y pícaro, Catalina se ve obligada a vestir hábito de monja y a vivir primero en el convento de las monjas de santa Clara de Guamanga por cinco meses, y luego en el convento de la Trinidad en Lima durante dos años y cinco meses, permitiéndosele volver a España al probarse que no había sido monja profesa. 12
NOTAS:
5. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 103, 106, 113, 114, 115, 116, 117, 125, 127, 128, 133, 148, 152, 153, 156, 166, 172.
6. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 148.
7. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella
misma, 175.
8. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 157.
9. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella
misma, 153.
10. Ibid, 160.
11. Ibid, 161.
12. Ibid, 162, 163, 164 l


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sábado, 4 de agosto de 2018

Vestir para existir (1 de 3)

Vestir para existir (1-3)

En conclusión, al usar estas modas, las mujeres restringían su expresión corporal con la finalidad de parecer solemnes y elegantes

El hábito quizás no hace al monje, pero en algunos casos hace o deshace a la monja, por lo menos en lo que respecta a Doña Catalina de Erauso, la llamada monja alférez, una de las más célebres y terribles travestis de la historia. 
A Doña Catalina, entre otras cosas y muchos hechos de sangre, se le atribuye una autobiografía que los interesados pueden leer en :http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/historia-de-la-monja-alferez/html/ff38d5be-82b1-11df-acc7-002185ce6064_10.html
A ella, o a él, estará dedicada esta página que, en la presente y las próximas dos entregas, dejo en manos de Patricia Cabral (Conde), una traductora y especialista en la enseñanza de español y francés que ha impartido docencia en THE BIRCH WATHEN LENOX SCHOOL, New York City,  así como en Reading Learning Department, CUNY Graduate Center, New York City CATHEDRAL HIGH SCHOOL, New York City y otras prestigiosas instituciones.

Catalina de Erauso, la monja Alférez
Sus principales estudios y títulos de grado y posgrado incluyen: Rosary College, River Forest, Illinois, Doble Licenciatura en Francés e Historia del Arte (Summa Cum Laude); New York University, Maestría en Lengua y Civilización Francesa; New York University, Certificado de Avalúo de Bellas Artes y Artes Decorativas; Cooper-Hewitt, National Design Museum, Smithsonian Institution; and Parsons The New School for Design, Maestría de Historia de las Artes Decorativas y Diseño; Voluntariado en el  Musée des Arts décoratifs en Paris, y en la Hispanic Society of America .
De su amplia formación en historia de la cultura y del arte deriva su peculiar visión del mundo de la Monja AlférezDoña Catalina de Erauso,  y la puntual información sobre la opresión y violencia que la moda femenina ejercía y representaba en esa época. Algo que convertía a las mujeres en “Prisioneras tanto de la ropa exterior, como de la interior”. (PCS).
Vestir para existir y actuar de otro modo: la cuestión de travestismo en “La historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma 
Patricia Cabral
A lo largo de la historia, el travestismo resquebrajó los cimientos delpatriarcado infringiendo las normas del binarismo de género referentes a la apariencia personal. En el caso de las mujeres que se enfundaban ropa de hombre, el llevar indumentaria masculina aumentaba y amplificaba laagencia de las mismas, amortiguando vulnerabilidades reales o construidas.
De fines del medioevo hasta los años veinte del siglo XX, las modasfemeninas, sobretodo aquellas prendas llevadas por integrantes de las clases altas, resultaban físicamente constrictivas. Prisioneras tanto de la ropa exterior, como de la interior, las mujeres estaban sujetas a una movilidad limitada. Las actividades y empresas como la caza, el combate, los torneos, el acarreo y pastoreo de ganado, las expediciones, las exploraciones, etc.,
caían dentro del ámbito de una corporeidad y corporalidad masculina que se manifestaba agresiva, dominadora e intensa. El caso de travestismo de Catalina de Erauso, conocida como la Monja Alférez, presenta especial interés ya que se trata de un personaje español, específicamente vasco o vizcaíno, que viajó a y vivió en la América colonial del siglo XVII.
Existen cuatro versiones de la vida y aventuras de la Monja Alférez, así como volantes publicados en Nueva España en 1625 y 1653 destacando las proezas de esta notoria figura (1). Este trabajo se apoyará mayormente en la autobiografía titulada Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma.
El primer paso tomado por Catalina de Erauso para escapar a su reclusión dentro de un convento, y pasar a una vida de mayor libertad llena de aventuras y combates, fue el cambiar su apariencia física y su forma de vestir:
“Tiré no sé por dónde, y fui a dar en un castañar que está fuera, y cerca a las espaldas del convento, y acogíme allí; y estuve tres días trazando yacomodándome y cortando de vestir. Corté e híceme de una basquiña depaño azul con que me hallaba, unos calzones; de un faldellín verde de perpetuán que traía debajo, una ropilla y polainas; el hábito me lo dejé por allí, por no ver que hacer de él. Cortéme el cabello y echélo por ahí, y partí la tercera noche y eché no sé por dónde, y fui calando camino y pasando lugares por me alejar, …” (2).
El violento leitmotiv de cortar y penetrar se inició con la utlización de aguja y tijeras para hacer calzones de una basquiña (tipo de falda o saya), y una ropilla (prenda corta masculina de busto con mangas largas) y polainas (media calza que llegaba hasta la rodilla hecha de paño o cuero) de un faldellín (falda interior que usaban las mujeres debajo de la saya o basquiña) (3). Se deconstruye la identidad pasiva de mujer y de monja para crear la activa y luchadora de hombre. A diferencia de los actos de violencia que seguirían este proceso inicial de travestismo, este primer paso se limita a la “muerte” de identidad que libera en lugar de victimar. Su realización resultó crucial para lograr un cambio de vida radical. En el siglo XVII, llevar un hábito de monja significaba la clausura conventual; en contrapartida, llevar ropa femenina dentro del contexto de la vida secular, constreñía la motricidad cotidiana. Tanto la ropa interior como la exterior moldeaban, contenían, e inclusive castigaban el cuerpo femenino. Durante esta época, la silueta femenina ideal de las mujeres de la nobleza (alta, media o pequeña), y la pujante burguesía con aspiraciones sociales, se alcanzaba por medio de rígidos artilugios colocados debajo de la ropa exterior que podía ser un traje entero que consistía en una saya cortesana o entera, o un traje de dos piezas compuesto por un jubón (prenda rígida que cubría lo hombros hasta la cintura) y una basquiña (falda); luego de cubrirlo con unacamisa, el torso se contenía en un cartón de pecho (prenda de forma trapezoidal, construida o forrada de cuero, y reforzada con cartones otablillas de madera); sobre la falda interior o enagua(s) se acomodaba unverdugado (estructura acampanada de aros de mimbre, metal o maderaforrados de tela) que luego pasaría a ser guardainfantes (armazón redondo y hueco de aros flexibles de metal o mimbre unidos por cintas que se ataba a la cintura, exagerando el ancho de las caderas, y permitiendo disimular embarazos), cubierto por otra falda interior o pollera. A las múltiples capas y aparatos tiesos, se agregaban los adornos exteriores: la valona (cuello circular o cuadrado de tela almidonada, a veces levantado por medio de una armadura de alambre), mangas abultadas amarradas a los codos o muñecas por medio de lazos y con puños de encaje, abalorios y joyas diversas, etc.
Las mujeres calzaban zapatillas de cordobán (piel curtida de ternero obecerro decorada con relieves, dibujos pintados o dorados), las cuales podían ser insertadas en un segundo calzado, los chapines (carentes de punta y talón, con una gruesa suela de corcho cubierta de tela que aumentaba la estatura de quien los llevaba puestos). Aunque existían atuendos informales más cómodos y holgados, éstos se llevaban exclusivamente en espacios interiores. En conclusión, al usar estas modas, las mujeres restringían su expresión corporal con la finalidad de parecer solemnes y elegantes (4). Aún en su versión simplificada y menos onerosa, correspondiente al nivel social de la protagonista, este tipo de indumentaria hubiese impedido las acciones y los gestos feroces y vehementes realizados por Catalina de Erauso durante sus andanzas. 
 Notas:
1. Mary Elizabeth Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” Queer Iberia. Sexualities, Cultures, and Crossing from the Middle Ages to the Renaissance, eds. Josiah Blackmore and Gregory A. Hutcheson (Durham: Duke University Press, 1999), 396.
Kathleen Ann Myers, Neither Saints Nor Sinners. Writing the Lives of Women in Spanish America (Oxford: Oxford University Press, 2003), 146.
2. Catalina Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma (Madrid: Cátedra, 2002) 95.
3. Francisco de Sousa Congosto, Introducción a la historia de la indumentaria en España, 462, 468.
4. Ibid, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 445, 446, 451, 459, 460, 461, 462, 468, 469, 472, 473.



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Catalina de Erauso, la monja Alférez.

El hábito quizás no hace al monje, pero en algunos casos hace o deshace a la monja, por lo menos en lo que respecta a Doña Catalina de Erauso, la llamada monja Alférez, una de las más célebres y terribles travestis de la historia.
A Doña Catalina, entre otras cosas y muchos hechos de sangre, se le atribuye una autobiografía que los interesados pueden leer en :http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/historia-de-la-monja-alferez/html/ff38d5be-82b1-11df-acc7-002185ce6064_10.html.
A ella, o a él, estará dedicada esta página que, en la presente y las   próximas dos entregas, dejo en manos de Patricia Cabral (Conde), una traductora y especialista en la enseñanza de español y francés que ha impartido docencia en THE BIRCH WATHEN LENOX SCHOOL, New York City, así como en Reading Learning Department, CUNY Graduate Center, New York City CATHEDRAL HIGH SCHOOL, New York City y otras prestigiosas instituciones.
Sus principales estudios y títulos de grado y posgrado incluyen: Rosary College, River Forest, Illinois. Doble Licenciatura en Francés e Historia del Arte (Summa Cum Laude); New York University, Maestría en Lengua y Civilización Francesa; New York University, Certificado de Avalúo de Bellas Artes y Artes Decorativas; Cooper-Hewitt, National Design Museum, Smithsonian Institution; and Parsons The New School for Design, Maestría de Historia de las Artes Decorativas y Diseño; Voluntariado en el Musée des Arts décoratifs en Paris, y en la Hispanic Society of America.
De su amplia formación en historia de la cultura y del arte deriva su peculiar visión del mundo de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, y la puntual información sobre la opresión y violencia que la moda femenina ejercía y representaba en esa época. (PCS).

Vestir para existir y actuar de otro modo: la cuestión de travestismo en “La historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso”, escrita por ella misma. 

Patricia Cabral

A lo largo de la historia, el travestismo resquebrajó los cimientos del patriarcado infringiendo las normas del binarismo de género referentes a la apariencia personal. En el caso de las mujeres que se enfundaban ropa de hombre, el llevar indumentaria masculina aumentaba y amplificaba la agencia de las mismas, amortiguando vulnerabilidades reales o construidas.
De fines del medioevo hasta los años veinte del siglo XX, las modas femeninas, sobre todo aquellas prendas llevadas por integrantes de las clases altas, resultaban físicamente constrictivas. Prisioneras tanto de la ropa exterior, como de la interior, las mujeres estaban sujetas a una movilidad limitada. Las actividades y empresas como la caza, el combate, los torneos, el acarreo y pastoreo de ganado, las expediciones, las exploraciones, etc., caían dentro del ámbito de una corporeidad y corporalidad masculina que se manifestaba agresiva, dominadora e intensa. El caso de travestismo de Catalina de Erauso, conocida como la Monja Alférez, presenta especial interés ya que se trata de un personaje español, específicamente vasco o vizcaíno, que viajó y vivió en la América colonial del siglo XVII.
Existen cuatro versiones de la vida y aventuras de la Monja Alférez, así como volantes publicados en Nueva España en 1625 y 1653 destacando las proezas de esta notoria figura (1). Este trabajo se apoyará mayormente en la autobiografía titulada Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma.
El primer paso tomado por Catalina de Erauso para escapar a su reclusión dentro de un convento, y pasar a una vida de mayor libertad llena de aventuras y combates, fue el cambiar su apariencia física y su forma de vestir:
“Tiré no sé por dónde, y fui a dar en un castañar que está fuera, y cerca a las espaldas del convento, y acogíme allí; y estuve tres días trazando y acomodándome y cortando de vestir. Corté e híceme de una basquiña de paño azul con que me hallaba, unos calzones; de un faldellín verde de perpetuán que traía debajo, una ropilla y polainas; el hábito me lo dejé por allí, por no ver que hacer de él. Cortéme el cabello y echélo por ahí, y partí la tercera noche y eché no sé por dónde, y fui calando camino y pasando lugares por me alejar, …” (2).
El violento leitmotiv de cortar y penetrar se inició con la utlización de aguja y tijeras para hacer calzones de una basquiña (tipo de falda o saya), y una ropilla (prenda corta masculina de busto con mangas largas) y polainas (media calza que llegaba hasta la rodilla hecha de paño o cuero) de un faldellín (falda interior que usaban las mujeres debajo de la saya o basquiña) (3). Se deconstruye la identidad pasiva de mujer y de monja para crear la activa y luchadora de hombre. A diferencia de los actos de violencia que seguirían este proceso inicial de travestismo, este primer paso se limita a la “muerte” de identidad que libera en lugar de victimar. Su realización resultó crucial para lograr un cambio de vida radical. En el siglo XVII, llevar un hábito de monja significaba la clausura conventual; en contrapartida, llevar ropa femenina dentro del contexto de la vida secular, constreñía la motricidad cotidiana. Tanto la ropa interior como la exterior moldeaban, contenían, e inclusive castigaban el cuerpo femenino. Durante esta época, la silueta femenina ideal de las mujeres de la nobleza (alta, media o pequeña), y la pujante burguesía con aspiraciones sociales, se alcanzaba por medio de rígidos artilugios colocados debajo de la ropa exterior que podía ser un traje entero que consistía en una saya cortesana o entera, o un traje de dos piezas compuesto por un jubón (prenda rígida que cubría lo hombros hasta la cintura) y una basquiña (falda); luego de cubrirlo con una camisa, el torso se contenía en un cartón de pecho (prenda de forma trapezoidal, construida o forrada de cuero, y reforzada con cartones o tablillas de madera); sobre la falda interior o enagua(s) se acomodaba un verdugado (estructura acampanada de aros de mimbre, metal o madera forrados de tela) que luego pasaría a ser guardainfantes (armazón redondo y hueco de aros flexibles de metal o mimbre unidos por cintas que se ataba a la cintura, exagerando el ancho de las caderas, y permitiendo disimular embarazos), cubierto por otra falda interior o pollera. A las múltiples capas y aparatos tiesos, se agregaban los adornos exteriores: la valona (cuello circular o cuadrado de tela almidonada, a veces levantado por medio de una armadura de alambre), mangas abultadas amarradas a los codos o muñecas por medio de lazos y con puños de encaje, abalorios y joyas diversas, etc.
Las mujeres calzaban zapatillas de cordobán (piel curtida de ternero o becerro decorada con relieves, dibujos pintados o dorados), las cuales podían ser insertadas en un segundo calzado, los chapines (carentes de punta y talón, con una gruesa suela de corcho cubierta de tela que aumentaba la estatura de quien los llevaba puestos). Aunque existían atuendos informales más cómodos y holgados, éstos se llevaban exclusivamente en espacios interiores. En conclusión, al usar estas modas, las mujeres restringían su expresión corporal con la finalidad de parecer solemnes y elegantes (4).Aún en su versión simplificada y menos onerosa, correspondiente al nivel social de la protagonista, este tipo de indumentaria hubiese impedido las acciones y los gestos feroces y vehementes realizados por Catalina de Erauso durante sus andanzas.
Notas:
1. Mary Elizabeth Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” Queer Iberia. Sexualities, Cultures, and Crossing from the Middle Ages to the Renaissance, eds. Josiah Blackmore and Gregory A. Hutcheson (Durham: Duke University Press, 1999), 396.
Kathleen Ann Myers, Neither Saints Nor Sinners. Writing the Lives of Women in Spanish America (Oxford: Oxford University Press, 2003), 146.
2. Catalina Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma (Madrid: Cátedra, 2002) 95.
3. Francisco de Sousa Congosto, Introducción a la historia de la indumentaria en España, 462, 468.
4. Ibid, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 445, 446, 451, 459, 460, 461, 462, 468, 469, 472, 473.



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sábado, 28 de julio de 2018

Noche sin fondo (2)

28 julio, 2018

Avenida Francisco Madero, Monterrey. Fuente externa
Lo que ocurrió en La tranca esa noche me lo contaron después de muchas maneras y en la medida en que me lo contaban el relato crecía en sus dimensiones épicas y dramáticas. Una de las versiones incluía a un público despavorido que se arrojaba desesperadamente desde la terraza a la calle para escapar de una balacera interminable entre dos bandas rivales de mariachis.
A unos cuantos estudiantes les fue mal porque salieron del lugar con magulladuras y daños menores y sobre todo porque tomaron el camión, el autobús equivocado y fueron a parar a un par de cuadras del lugar en que vivían, la Colonia Roma.
En la ciudad de Monterrey de esa época, el odio o la envidia de clases se manifestaban con fuerza, sobre todo en los barrios marginales que colindaban con los residenciales. Había, en las calles de la Colonia Roma, una pared invisible que no podíamos atravesar impunemente. A nadie se le ocurría ir a comprar bebidas o cigarrillos en los estanquillos que estaban al otro lado. Un paso más allá de esa pared significaba entrar en territorio hostil, y fue allí, en territorio hostil, donde el camión dejó a los estudiantes, que vestían, por cierto, elegantemente con sacos y corbatas, cosa que representaba toda una provocación. En ese mismo lugar los recibieron, nada más bajar del camión, a pedradas, los obligaron a emprender la fuga a toda madre, a morderse la lengua en la carrera, a ensuciarse de lodo, a correr y correr hasta llegar a la Colonia Roma con un poco más de lengua que corbata y milagrosamente incólumes.
Los felices propietarios del Ford Galaxie rojo salieron, sin embargo, de La tranca sin un rasguño y al poco rato se encontraban navegando en la portentosa nave por la Calzada Madero.
El Güero Padilla, al volante, había adoptado un extraño aire de perdonavidas que no hacía juego con el porte principesco de Gumersindo. Bonilla repasaba mentalmente los principales acontecimientos de la larga noche y aludía a cada momento en voz baja al sein dasein heideggeriano, Willians se moría de ganas de tocar la trompeta, pero no se lo permitían.
Cincuenta años después, Frank Villalba recordaría que Gumersindo tenía muchas amigas y lo invitaba a pasear con cierta frecuencia en el coche, pero haciendo el papel de chofer y no de príncipe, y lo presentaba a las agraciadas diciendo que era su hermano. A veces, cuando las muchachas preguntaban por qué había entre ambos tanta diferencia de color, Gumersindo respondía que todo se debía al hecho de que Frank había nacido de día y él de noche.
Lo que no podían entender y no entendieron nunca era lo relativo a la definición del color que aparecía en sus documentos de identidad. Indio claro, indio oscuro.
Lo de oscuro se nota a leguas, decían, pero el indio no lo veían en parte. Algunas ignorantonas preguntaban incluso si acaso eran así los indios de su país, tan diferentes, por cierto, a los de México, y se alborotaban a veces con solo oírlos hablar en aquel español caribeño que irrespetaba las eses y la integridad de todas las palabras en general. El habla y el pelo crespo de los dominicanos podía hacer furor.
-Qué padre hablan -decían-. Y el pelo chino, qué padre.
Lo único que empañaba el recuerdo de aquellos momentos encantadores tenía que ver con el desaire, la puñalada trapera que les había infligido el perverso Cartagena. Cartagena era un tipo ocurrente, que andaba solo por lo general o en compañía de Barón, y Barón solía ser un tipo suave como agua mansa (de la que uno pide que lo libre Dios), aunque no menos ocurrente. Pero las ocurrencias de Cartagena no eran siempre graciosas y podían ser pesadas. Un día Frank y Gumersindo lo vieron pasar con aire distraído por la plaza de La Purísima, cerca del lugar en que se encontraban, compartiendo alegremente con un manojo de chamacas a bordo del Ford Galaxie rojo.
Gumersindo lo llamó con su habitual camaradería y le dijo Cartagena, ven a conocer estas flores. Cartagena no se dignó mirar. Paró la nariz y dijo, casi al descuido, gracias no, están casi todas marchitas.
Bonilla y Villalba conservaron también la amistad a través de un chingón de años y un día, mucho tiempo después de la dorada epopeya estudiantil, el primero recibió una carta del segundo que parecía jubilosa. Villalba le anunciaba, desde Baja California (casi desde otro planeta, muy parecido a Marte), que iba en pos de su segundo millón de dólares. Bonilla le respondió para felicitarlo y Villalba le dijo que no, que no era el caso, que no lo felicitara, que si iba en busca de su segundo millón de dólares era porque se había pasado la vida buscando el primero y no lo hallaba en parte.
Ahora, bajo la luz cobriza de la Calzada Madero, y a bordo del sigiloso Ford Galaxie rojo, lo que ocupaba la atención de los pensamientos de Bonilla no era Villalba sino Dinapoles, que se enfrentaba a una difícil encrucijada, la circunstancia más dramática de su vida.
Dinapoles era un genio, un matemático puro, un filósofo puro, y era, como todo genio, incomprendido.
Después de tantos años de esfuerzos y desvelos, después de tanto empeño en el estudio, estaba a punto de graduarse y no graduarse.
Acababa de presentar una enjundiosa y muy celebrada tesis, “Filosofía de las matemáticas”, pero no aparecía entre los profesores del Tecnológico un matemático que entendiera tanta filosofía ni un filosofo que entendiera las matemáticas.


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viernes, 27 de julio de 2018

ELOGIO DE LA LETRINA

BATIR LA MIERDA
        Pedro Conde Sturla
         20 de septiembre de 2008

Un refrán popular aconseja sabiamente  no batir la mierda porque la mierda hiede cuando es mierda, pero la mierda “tizna cuando estalla”, para decirlo así, poéticamente, con palabras de Miguel Hernández, aunque esto no es un poema, como se verá, sino una enema lírica.      
Cuando la mierdería que se bate es producto o subproducto de leche aguada, de leche adulterada para consumo infantil, sube su olor más arriba como los versos de Deligne, “más arriba, mucho más”, y embarra a quienes la baten, enmierda  a los enmierdadores.
Extraña justicia la nuestra. Ante una denuncia de extrema gravedad, los payasos de la judicatura acosan a los denunciadores y no a los denunciados. Acosan a periodistas honestos –una especie en vía de extinción- y no a los adulteradores LADRONES DOMINICANOS.
El efecto, sin embargo, es contraproducente, ya se dijo. De tanto batir y batir las propias heces, parecen cada vez más culpables. El fino aliento cloacal los delata, los pone en evidencia, incrimina a los adulteradores y secuaces, los compromete en flagrante adulterio adulterino, falsificación o fraude, según mi concepto o preconcepto del derecho penal, que una vez confundía con los derechos del pene.
El olor de la leche adulterada permite seguir -como en el poema de Pedro Mir-, “el rastro goteante por el mapa y su efigie de patas imperfectas”. Y allá en la serranía, “en el suave manto de la sutil neblina envuelto” (a la manera de Andrés Bello), descubre, desenmascara en su intensa fetidez complicidades inauditas en las prodigiosas líneas arquitectónicas de la mansión de una humilde maestra, ante la cual son ciegas las autoridades. Cuerpo del delito y del deleite, de la desfachatez que es parte de la misma corrupta mierda que se bate y se combate.
pcs, sábado, 20 de septiembre de 2008


            BATIR LA PORQUERÍA
         Pedro Conde Sturla

(Amigos y parientes me escribieron alarmados, sonrojados, escandalizados por el estilo soez, vulgar, escatológico empleado en la redacción de mi artículo anterior, tan impropio, al parecer, de un docente que no se precie de indecente.
Con ánimo de reparar el entuerto he procedido en esta ocasión a reformular el engendro en términos potables, que no hieran los oídos ni la sensibilidad de los lectores.
Adviértase, sin embargo, que la verdadera indecencia, lo perverso, lo inmoral, lo doloso y dañino no está ni estaba en la manera de decir sino en la práctica que denuncia ese decir.
“Si dieran leche en lugar de agua –como me dijo una aguda comentarista-, no estuviéramos batiendo un caso tan hediondo...”).

Un refrán popular aconseja sabiamente (aunque con otras palabras) no batir la porquería, no batir la materia fecal, porque la porquería hiede cuando es porquería, pero la porquería “tizna cuando estalla”, para decirlo así, poéticamente, con palabras de Miguel Hernández, aunque esto no es un poema, como se verá, sino una enema lírica.        
Cuando la porquería que se bate es producto o subproducto de leche aguada, de leche adulterada para consumo infantil, sube su olor más arriba como los versos de Deligne, “más arriba, mucho más”, y embarra a quienes la baten, embarra  a los embarradores.
Extraña justicia la nuestra. Ante una denuncia de extrema gravedad, los payasos de la judicatura acosan a los denunciadores y no a los denunciados. Acosan a periodistas honestos –una especie en vía de extinción- y no a los adulteradores LADRONES DOMINICANOS.
El efecto, sin embargo, es contraproducente, ya se dijo. De tanto batir y batir las propias heces, parecen cada vez más culpables. El fino aliento cloacal los delata, los pone en evidencia, incrimina a los adulteradores y secuaces, los compromete en flagrante adulterio adulterino, falsificación o fraude, según mi concepto o preconcepto del derecho penal, que una vez confundía con los derechos del pene.
El olor de la leche adulterada permite seguir -como en el poema de Pedro Mir-, “el rastro goteante por el mapa y su efigie de patas imperfectas”. Y allá en la serranía, “en el suave manto de la sutil neblina envuelto” (a la manera de Andrés Bello), descubre, desenmascara en su intensa fetidez complicidades inauditas en las prodigiosas líneas arquitectónicas de la mansión de una humilde maestra, ante la cual son ciegas las autoridades. Cuerpo del delito y del deleite, de la desfachatez que es parte de la misma corrupta porquería que se bate y se combate.
pcs, sábado, 28 de septiembre de 2008






DIVERTIMENTO

Pedro Conde Sturla 


"El divertimento es una forma musical que fue muy popular durante el siglo XVIII, compuesta para un reducido número de instrumentos. Los divertimentos solían mostrar un estilo desenfadado y alegre (en italiano, divertimento significa ‘diversión’). En francés se llamaba divertissement, y su plural en italiano era divertimenti."
He aquí un divertimento sin música de Federico Jovine Bermúdez
Luego del absoluto inventario
de tu tengo
escruto mis pasivos
dando nota de crédito a tu verso
“Autorretrato”, una de sus más felices creaciones, recupera plenamente el sentido lúdico connatural, el humor y la efervescencia del mas puro divertimento. Humor de gordo, no de temperamento obeso:
Me lloro y soplo las narices
me encabrito y toco las pisadas
paso y repaso con las manos
este humano envoltorio de raíces
Me pincho y no lo siento
me acongojo dejándome llevar
Yo me cierno en la harina
que otros muelen
Sorpréndenme los tres
-padre y el hijo-
Yo me espíritu tanto y tan tranquilo
que yo me digo amén
cuando me miro.
La foto recoge un momento feliz en compañía de su Gloria, después de su tercer renacimiento. Estuvo en coma varios días por el mucho comer. Hoy está a dieta y sigue en su Gloria, la extraordinaria compañera de su vida.

jueves, 26 de julio de 2018

EL DIOS DE TODAS LAS IRAS


Pedro Conde Sturla.
25 de enero de 2009

        
Alguna vez oí hablar de un dios cruel que nos ha hecho a imagen y semejanza de él, pero ninguno como el dios de Israel, tan sediento de sangre y de venganza, tan repugnantemente odioso y sicopático, sicorrígido, homófobico, asexual y antifeminista, que maldice a todas las mujeres, deja ciego a un infeliz por hacerse la puñeta, ordena el exterminio de numerosas tribus y manda por divertirse a un tipo a sacrificar a su hijo, sacrifica pendejamente al suyo en aras de la redención de la humanidad cuando le habría bastado una varita mágica como la de Harry Potter y condena a los pecadores al fuego eterno del infierno, cosa que ni Nerón, ni Hitler, ni Stalin, ni Trujillo, ni Pinochet, ni los generales argentinos, ni siquiera quizás la secuela de criminales de guerra al mando del imperio norteamericano y nadie en general, a excepción de los agentes del Mossad,  auspiciarían.
         Mi difunto padre, Alfredo Conde Pausas, escribió, entre otros, un libro de versos titulado “Israel” (1982), que no aprecio por su calidad poética, pero sí por su espíritu rebeldemente panfletario:
   

lunes, 23 de julio de 2018

NOCHE SIN FONDO


Pedro Conde Sturla
https://acento.com.do/2018/opinion/8589450-noche-sin-fondo/


A esa hora de la madrugada, bajo la luz cobriza de la Calzada Madero, el viejo convertible conservaba intacta, en apariencia, toda su dignidad. Había algo imponente, venerable, en  aquellas líneas realzadas del viejo Ford Galaxie rojo, los vivaces colores de fábrica, las impecables gomas banda blanca, el ronroneo felino del motor, la opulencia con que se desplazaba su mole silenciosa por la avenida desierta donde ya ni las almas se veían.
 El Güero Padilla, al volante, manejaba con un porte que estaba a la altura de la situación. Brazo izquierdo apoyado discretamente sobre la ventanilla, la cara larga, afilada, casi tanto como la nariz, el gesto despectivo, el trago al alcance de la mano. Una especie de dandy blanco y rubio. 
Gumersindo, a su lado, el imponente Gumer, sumergido en la oscuridad de su piel, mascullaba o masticaba entre dientes una  especie de salmodia, el trago entre las piernas.
A espaldas de Gumer, en el asiento trasero -vaso con hielo y agua entre las manos-, Bonilla pronunciaba palabras ilegibles: Heidegger, Hegel, Kant, sein dasein. De vez en cuando decía Monterrey, Monterrey querido, hablaba solo de la debacle existencialista, del horario de los trenes, de su fascinación por los andenes, que son la imagen traslaticia y espacial de las despedidas y de las lágrimas, pero también de los regresos repletos de alegrías y de abrazos.
Willians, con la trompeta en el regazo, al otro lado, justo detrás del Güero, tarareaba una melodía, manicero. Willians acariciando la trompeta de maní, maní, maní el manicero se va. No la vayas a tocar, nos dejas sordos. La noche estaba creciendo en Monterrey querido y el frío comenzaba a apretar.
Hacía en realidad un frío de madre, de su maldita madre, y tenían la calefacción a todo dar, pero desde la última vez que bajaron la capota el convertible se había convertido en   descapotado, solamente en descapotado y el maldito frió de Monterrey apretaba.
-¿Cómo pudo pasar esto? -preguntó el mecánico que intentó arreglarlo-. Parecería que alguien intentó bajar la capota con el coche a toda marcha y supongo que perdería el control, daría vueltas de trompo en la pista. El mecanismo está trabado, inservible. ¡Ay, Chihuahua!
El Güero Padilla y el imponente Gumer -dos de los cuatro dueños del vehículo- habían organizado en horas de la tarde uno de sus acostumbrados safaris urbanos, una expedición de caza o pesca que a veces daba buenos resultado y siempre causaba impresión.
Para los fines de lugar, montaban una especie de teatro. Gumersindo se vestía como un príncipe, con sus mejores galas, adoptaba un porte aristocrático y ponía cara de rico, más bien de alguien que estaba como podrido en dinero. El Güero se calaba una gorra, endosaba una especie de uniforme, simulaba ser el chofer, lo paseaba por la Plaza Zaragoza, le abría y cerraba la puerta, lo escoltaba con aire de matón como todo un guardaespaldas y cuando alguna chamaca se interesaba en el personaje decía en voz muy baja y misteriosa que era un príncipe de un país africano y prefería pasar de incógnito.
Cuando la ocasión era propicia sucedía un poco como con aquel pescador que tiró las redes y sacó tantos peces que estuvo a punto de hundir  la barca. Es decir, llenaban el espacioso convertible de muchachas en flor, a veces media docena de muchachas en flor, las paseaban por la ciudad, revelaban al cabo de un tiempo su verdadera identidad, se daban a conocer como estudiantes del Tec, intercambian números de teléfonos, hablaban, reían, iban a veces a la farmacia a tomar helados y cervezas y a veces iban a bailar.
La pesca no había sido buena ese día y a eso de las  ocho y media el príncipe y su chofer estaban haciendo fila en la boletería del cine teatro Florida y se juntaron con Willians y Bonilla. Era ese el lugar en que se presentaban los espectáculos que la Sociedad Artística Tecnológico ponía a disposición de sus estudiantes y personal docente. Esa noche estaba programada una función con un reducido núcleo del Ballet Bolshoi que dejó al público impresionado.
Después del maravilloso espectáculo, los del convertible y otros estudiantes se dirigieron a La Tranca. El popular cabaré -donde asistirían a otro tipo de espectáculo más o menos educativo- estaba en un segundo piso. Subieron por una angosta escalera, la única entrada y salida del local, y ocuparon varias mesas en una amplísima terraza al aire libre donde ya no cabía ni lugar a dudas. Estaba repleta de estudiantes vociferantes en su mayoría, y el conjunto de Mike Laure tocaba una cumbia y lo que pasa es que la banda está borracha. De El lago de los cisnes en el Florida pasaban a lo qué pasa es que la banda está borracha, está borracha, y a muchos parecía despertarles mayor entusiasmo que el dichoso lago de Chaikovski. 
Después, en otra popular melodía, sucedió que cuando yo venia viajando, viajaba con mi morena y al llegar a la carretera se fue y me dejo llorando...Mi negra se fue llorando y a mí esa cosa me duele, se le llevo un maldito carro, aquel 039... 039, 039, 039 se la llevó.
Cuando terminó la música ocurrió algo que nadie se esperaba, ocurrió lo peor de lo peor. Un cuate mal encarado se acercó a una mesa donde una bailarina hablaba con un bailarín y le pegó dos tiros.
El lío que allí se armó no es algo que pueda describirse cabalmente. Fue algo comparado a una estampida, algunos no se movieron de sus mesas, pero la mayoría de la gente gritó, saltó literalmente de sus sillas, y se dirigió en tropel hacia la angosta escalera, un callejón sin salida o con muy poca salida donde muchos hubieran podido morir apachurrados. 
En eso volvió a escucharse música, un furioso tambor que acompañaba la entrada en el escenario de seis jugosas bailarinas disfrazadas de esqueletos o calaveras que se acercaron al baleado difunto, lo cargaron en vilo y empezaron a bailar una especie de danza macabra.
A la atemorizada clientela le tomó un rato darse cuenta de que se trataba de un show de mal gusto y empezó a calmarse, pero mucha gente estaba irritada y magullada y manifestaba su descontento en voz alta con palabras generalmente alusivas a la chingada madre de los pinches organizadores de la chingada ocurrencia. Además, en el lugar casi no había vasos ni botellas que no estuvieran rotos, ni mesas ni sillas que no estuvieron patas arriba y la mayoría abandonó el lugar aprovechando el desorden para no pagar la cuenta. 
Yo no estaba ahí. Esto me lo contó al otro día mi primo, el llamado Güero Culero.

pcs, viernes 21 de julio 20188






sábado, 21 de julio de 2018

Noche sin fondo (3)

Willians cerró los ojos para recordar y recordaba bien. En el asiento trasero del flamante Ford Galaxie rojo descapotado, justo detrás del Güero Padilla, el aire gélido de la noche de Monterrey lo mantenía despabilado.
Willians Jerez había recibido la noticia de la beca a bordo de un barco mercantil. Era marino y seguiría siéndolo: marino, trompetista, pianista, músico, artista, y desde luego un poco loco por definición y un poco pobre, más bien pobre en el sentido literal de la palabra, con una inteligencia despejada que no le permitía otras realizaciones hasta el día en que recibió la beca que el gobierno de Juan Bosch (fundador sietemesino de la democracia dominicana después del ajusticiamiento de Trujillo) dispensaba a granel a estudiantes meritorios sin importar clase ni origen.
En Monterrey, Willians se ambientó como en todos los ambientes que había conocido, como pez en el agua, a pesar de que era desierto lo que rodeaba a la ciudad. Al poco tiempo de llegar ya había formado un grupo de música popular que tocaba en fiestas familiares, salones de baile y ciertos lugares non sanctos a ritmo de merengue y salsa y otras géneros musicales menos gastronómicos.