martes, 22 de diciembre de 2020

Con Dios, con Trujillo y con Peynado (1-3)


sábado, 21 de noviembre de 2020

Con Dios, con Trujillo y con Peynado (1)


La matanza haitiana tendría por lo menos una consecuencia amarga para la bestia. Le echó a perder, momentáneamente, el favor del imperio, y hasta el de Cordell Hull, en apariencia, y le echó a perder la reelección. El proyecto reeleccionista.

Pedro Conde Sturla23-11-2020 00:03





La matanza haitiana —la misma que los nazionalistas llaman "dominicanización" de la frontera y desearían repetir— fue uno de los más desenfrenados episodios de la llamada era de Trujillo, la más grande orgía de sangre, aunque no la única, que se produjo durante el régimen de la bestia.

Fue, sin duda, el hecho que más problemas le acarreó en la primera década  de su gobierno y el de más ingrata recordación. De no haber contado con la valiosa colaboración o complicidad del presidente de Haití, su lacayo Sténio Vincent,  quizás no hubiera permanecido en el poder, quizás habría podido disfrutar de los placeres de un dorado exilio o de una muerte temprana. Felizmente temprana.

A Vincent le costó el cargo, dos años después,  la manera pusilánime con que había encarado los acontecimientos, pero la bestia tenía incontables recursos y maniobró de manera expedita, poniendo o contribuyendo a poner en su lugar a Élie Lescot.

Élie Lescot no era un lacayo, era un arrastrado, era un servil a quien Trujillo tenía amarrado, como dice Crassweller, "con una soga de oro". Había sido embajador de Haití en la República Dominicana, pero al servicio de Trujillo (un poco al revés de lo que sucedía con cierto reciente embajador dominicano en la República de Haití). Además, Lescot había sido cómplice de todas las maniobras diversionistas: las muchas bombas de humo con que Trujillo trató de ocultar al mundo los escabrosos detalles de la "dominicanización" de la frontera. La atroz limpieza étnica. 

La llegada de Lescot al poder anunciaba, según el parecer del gobierno dominicano, "una nueva era de imperturbable cordialidad y fructífera colaboración en todos los campos de actividad" entre ambas naciones. En el trono de Haití había colocado la bestia a su más rastrero servidor, un incondicional a toda prueba.

Sin embargo, y a pesar de todos los pronósticos, la criada le salió respondona. Nada más llegar al poder, o por lo menos al poco tiempo, Élie Lescot se le viró a Trujillo. Descubrió que era nacionalista, sobre todo después de que Trujillo organizó un atentado para matarlo. Un frustrado atentado que contó con la participación de un comando compuesto por quince  haitianos. Las relaciones se pusieron tirantes. Se hablaba de una posible invasión de la República Dominicana a Haití.

Lescot llegó a prohibir a la prensa haitiana mencionar a Trujillo y a República Dominicana y se mantuvo un tiempo, de forma muy vacilante, en el poder, esquivando trampas y asechanzas. A la larga perdió el pleito y fue derrocado por una revuelta en la cual siempre se vio la mano larga de la bestia. Derrocado, sin dinero, posiblemente sin amigos, se exiliaría en Canadá. Allí se ganaría la vida durante un tiempo haciendo y vendiendo corbatas.

La matanza haitiana tendría por lo menos una consecuencia amarga para la bestia. Le echó a perder, momentáneamente, el favor del imperio, y hasta el de Cordell Hull, en apariencia, y le echó a perder la reelección. El proyecto reeleccionista.

Desde muchos meses antes de la matanza, la maquinaria reeleccionista se había puesto en movimiento y un ensordecedor clamor público se escuchaba por todo el país. A una sola voz, en pueblos y ciudades, se hacían manifestaciones populares, popularísimas, en las que oradores de barricada se desgañitaban pidiendo la reelección. La prensa y la radio (La Voz del Partido Dominicano) pedían la reelección, el pueblo unánime pedía al querido Jefe que continuara en el poder por otro periodo.

A la bestia se le ocurrió entonces (o quizás a alguna de las mentes maestras que dirigía la campaña) un ardid publicitario para aumentar, así fuera artificialmente, la intensidad de los reclamos y la popularidad del candidato.

De modo que, en el mismo mes en que se había consumado la matanza, el mes de octubre, la bestia pidió humildemente un permiso al honorable congreso para ausentarse del país y el congreso se lo negó. Responsablemente se lo negó. Trujillo hizo la petición, como dice Crassweller, sin mencionar ningún motivo ni destino y sé sentó a esperar la reacción, y todo salió a pedir de boca. Los gritos de alarma se escucharon por doquier. Las fuerzas vivas tronaron, demandaron que le fuera negada la aprobación de salir a un hombre imprescindible, de cuyos titánicos hombros pendía el destino de la nación. Un gobernante y un líder y casi un santo de altar cuya más breve ausencia podría provocar una catástrofe de proporciones incalculables y afectar irreversiblemente el progreso de la República. En consecuencia, ocho días después de haber recibido la petición, el congreso negó dignamente la aprobación. La bestia cedió entonces a la voluntad del pueblo y del congreso. Estaba satisfecho, mucho más que satisfecho. Todo aquel teatro había mostrado una vez más el amor que los dominicanos profesaban al querido Jefe. O por lo menos eso parecía ante los ojos del  demoníaco megalómano, el incurable mitómano. El hombre que nunca se cansó de escuchar su nombre, de escuchar las más hipócritas alabanzas durante toda su vida.

No obstante, en el mes de diciembre el  escándalo provocado por la matanza haitiana se había convertido ya en una creciente ola de indignación en el extranjero. Sus amigos  del imperio seguían enojados y el enojo no parecía disminuir.

El segundo periodo de gobierno de la bestia estaba llegando a su fin, y sin embargo —dadas las circunstancias—, no le pareció prudente seguir poniendo en riesgo su candidatura. Tendría que sacrificarse por la patria, hasta que las cosas se enfriaran. El país también se sacrificaría, por desgracia. Tendría que prescindir del imprescindible. El perínclito se tomaría unas vacaciones, se haría discretamente a un lado hasta que volviera a tomar directamente las riendas, pero no dejaría la patria en el abandono. Dejaría nominalmente la presidencia y vicepresidencia en manos de dos personajes singulares: Jacinto Bienvenido Peynado Peynado, alias Mozo, y Manuel de Jesús María Ulpiano Troncoso de la Concha.

Peynado era uno de sus más leales y serviles servidores. En el frente de su casa había un letrero de gran tamaño que rezaba "Dios y Trujillo". Lo habían puesto, de común acuerdo, él y su esposa, su amante y arrogante esposa Cusa, tan firme en sus afectos, en su lealtad a toda prueba. Casi tan devota a Peynado como a Trujillo.

De tal manera, la patria seguiría providencialente en las seguras manos de Dios. Seguiría con Dios y con la inestimable ayuda que Trujillo le prestaría. Seguiría con Dios y con Trujillo o con Trujillo y Dios y con Peynado, que era lo mismo, casimente lo mismo.

HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO [49]

https://eltallerdeletras.blogspot.com/2019/04/historia-criminal-del-trujillato-1-35.html

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator


sábado, 28 de noviembre de 2020

Con Dios, con Trujillo y con Peynado (2)


Jacinto, en cambio, eligió servir a Trujillo con la devoción y sumisión de un perrito, o quizás Trujillo lo eligió a él. A sus amigos idealistas, cuando lo importunaban con preguntas incómodas, Peynado solía decirles: "Hace mucho tiempo que yo enterré al Quijote".

Pedro Conde Sturla30-11-2020 00:03


Arturo Logroño y otros devotos cortesanos fueron probablemente los autores del discurso trascendental y patriótico que la bestia dirigió a la nación en enero de 1938 para anunciar el retiro de su candidatura a un tercer periodo. Era, como de costumbre, un discurso ornamental, florido, lacrimoso, emotivo, retórico y abstruso. Trujillo lo pronunció, o más bien lo interpretó, con todo su patético histrionismo. No faltaron alusiones a la obra de Rabindranath Tagore, pasajes de inspirado misticismo, referencias a las grandes conquistas del pensamiento liberal y de la cultura democrática. Su "alejamiento del poder como rector de los negocios públicos" —dijo en tono probablemente lacrimoso, quizás también con lágrimas en los ojos, quizás con un sollozo ahogado—no debía y no debe de ninguna manera "provocar angustias ni zozobras en el ánimo de los hombres de orden, de paz y de trabajo; porque es una verdad indiscutible que las condiciones bonancibles en que se desenvuelven las actividades públicas y las actividades privadas de la complacida familia dominicana, ya no están expuestos a ser menoscabados por lamentables transgresiones al orden”.

Eso sí, la bestia dejó bien claramente establecido que hasta que siguiera latiendo su corazón no le faltaría a la patria ni su vigilancia ni sus servicios y que solo condicionalmente se apartaba de la vida y de la vía pública. Otro sería presidente en adelante, pero él seguiría presidiendo.

En consecuencia, solicitó al Partido Dominicano la nominación de Jacinto Peynado como candidato a la presidencia y la de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha a la vicepresidencia. Para desempeñar esas funciones, o mejor dicho, para no desempeñarlas en absoluto, no había personas más idóneas.

Un coro de lamentaciones se hizo sentir entonces en todo el país. El querido Jefe no podía dejar sumidos en el abandono a sus infinitos seguidores, no podía dejar en la orfandad a todo el pueblo dominicano. Los más fieles cortesanos se rasgaban las vestiduras, cada uno pugnaba por lucir más apesadumbrado que el otro.

Las mujeres dejaron escuchar sus voces en una multitudinaria y aparentemente alegre  manifestación. Manifestaron su aprecio por el monarca con la misma intensidad que su inconformidad por el retiro de su candidatura. Le  rindieron pleitesía, homenajes de amor incondicional, homenajes florales. Las madres de los presos, supuestas o reales, portaban pancartas que derramaban bendiciones sobre la bestia, lo bendecían por haber liberado a sus hijos, por haber dejado limpias las cárceles. También había letreros donde podía leerse que los políticos y la política dominicana, al igual que Magdalena, habían sido redimidos por su amor (por el amor de Trujillo) del pecado. Ningún elogio, ninguna alabanza, por desproporcionada que fuese, parecía quedarle grande al perínclito. Ni siquiera compararlo con Jesucristo. En los medios oficiales, el clamor de todo el pueblo pedía su repostulación, pero todo fue inútil.Trujillo persistió en su “inquebrantable decisión de entregar el poder”.

El pueblo entonces cedió, los dirigentes del Partido Dominicano cedieron, con grandes muestras de pesar, a los deseos del querido Jefe. Una disciplinada convención, que tuvo lugar en febrero de 1938, dio como resultado la proclamación de Peynado y Troncoso como candidatos a las más altas magistraturas del estado. El triunfo, en las elecciones del 16 de mayo fue arrollador. No se contó un voto en contra y más de trescientos mil a favor.

Jacinto Peynado era miembro de una prominente familia en la que sobresalía su hermano Francisco, un prestigioso abogado que había servido a su país en circunstancias cruciales y con el cual no tenía muchas cosas en común. De él decía  Rufino Martínez que era “uno de los dominicanos mejor estructurados para las manifestaciones nobles de la vida”.

Jacinto, en cambio, eligió servir a Trujillo con la devoción y sumisión de un perrito, o quizás Trujillo lo eligió a él. A sus amigos idealistas, cuando lo importunaban con preguntas incómodas, solía decirles: "Hace mucho tiempo que yo enterré al Quijote". Nunca sirvió, en efecto, a un ideal, sólo vivió para servir a Trujillo. Él y su esposa Cusa, la difícil doña Cusa, crearon y popularizaron la frase "Con Dios y Trujillo", pusieron en el frente de la casa un letrero que decía "Con Dios y Trujillo", luego pusieron otro más grande con el mismo Dios y Trujillo. Dicen que doña Cusa, o quizás el mismo Peynado, querían en un principio invertir los términos, pero la idea fue desestimada por atrevida o irreverente.

El hecho es que el mismo Dios y Trujillo aparecerían luego en una placa de bronce con la efigie de Trujillo que se vendía como pan caliente a los empleados del gobierno y que se hizo mandatorio colgar en un algún lugar visible de muchos hogares, preferiblemente la sala o el comedor. La efigie de Trujillo, a la larga, terminó desplazando a Dios, como querían Peynado y doña Cusa.

A Jacinto Peynado también se le atribuye ser autor de la frase: "En esta casa manda el jefe". Vivía para adularlo y lo adulaba para vivir. Pero Trujillo nunca agradeció sus desvelos. Le pagaría a Peynado, como pagaba a muchos de sus más serviles servidores, con humillaciones, desplantes, desconsideraciones de todo tipo.

Peynado había sido —casi sin pena y sin gloria—presidente interino putativo cuando sustituyó a Rafael Estrella Ureña en 1930 y había sido vicepresidente putativo bajo el gobierno de Trujillo desde 1934 hasta 1938, pero su ascenso a la presidencia putativa de la República fue, desde el principio, equivalente a un trago amargo, muchos tragos amargos. algo penoso y vergonzoso. Trujillo se propuso maniatarlo políticamente, si acaso no lo estaba ya, cortarle por completo las alas, abolir hasta los elementos simbólicos o más bien decorativos del poder que representaba en sus manos la presidencia de la República. Se empeñó, sobre todo, en recordarle a cada momento que quien mandaba era él, el generalísimo Trujillo, como si alguien en su sano juicio pudiera olvidarlo, como si de un hombre tan inofensivo y pusilánime pudiera temer algo.

La bestia disfrutaba envileciendo a sus cortesanos, manteniendo con ellos una relación de acercamiento y distanciamiento, dispensando a capricho favores y castigos, dosificando el terror que inspiraba para envenenarles sin remedio el alma.

Dicen que a Balaguer en esa época le llamaba Pupú, cariñosamente Pupú. A Jacinto Peynado, alias Mozo, lo trataba como si lo fuera.

HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO [50]

https://eltallerdeletras.blogspot.com/2019/04/historia-criminal-del-trujillato-1-35.html

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Rufino Martinez "Diccionario-biografico-historico-dominicano, 1821-1930".

Trujillo declinó seguir Presidencia en 1938 El Nacional (https://elnacional.com.do/trujillo-declino-seguir-presidencia-en-1938)


sábado, 5 de diciembre de 2020

Con Dios, con Trujillo y con Peynado (3 de 3)


Para el querido Jefe, fue creada la muy especial nueva Secretaría de Estado del Despacho del Generalísimo. Una de las más felices iniciativas del esposo de doña Cusa consistió en disponer que en las escuelas y oficinas públicas se pusiera el retrato del perínclito junto al de los Padres de la Patria con el propósito de conferirles mayor honra.

Pedro Conde Sturla07-12-2020 00:03


Desde el momento en que Mozo Peynado ganó las elecciones de 1938, con el apoyo aplastante de toda la población electoral, Trujillo le hizo sentir el peso de su brutal autoridad, lo sometió a un régimen de vejaciones, lo puso en ridículo públicamente, hizo todo lo posible por disminuirlo hasta su mínima expresión, degradarlo,

agraviarlo de todas las formas posibles.

Poco antes de juramentarse, el 16 de agosto, un diputado que seguía órdenes de la bestia declaró su inconformidad con el hecho de que Peynado hubiera sido elegido presidente, abiertamente le declaró su más firme y cordial enemistad y denunció que estaba formando a su alrededor una claque, una camarilla política. Intrigantes y conspiradores seguramente.

El flamante diputado se sintió en el deber de reafirmar su eterna lealtad a la bestia y advertir al mismo tiempo el peligro que representaba un hombre como Peynado en el poder. Otros miembros del congreso hicieron de inmediato causa común con él, y los medios de prensa no tardaron en unirse al coro de admoniciones y lamentaciones. Trujillo debería permanecer al mando a toda costa. Unos días más tarde, el querido Jefe se plegó a los deseos de sus intranquilos servidores y declaró en público que la juramentación de Peynado como presidente sería algo meramente nominal. Nada había que temer.

El 16 de agosto, en efecto, durante el solemne acto de toma de posesión del nuevo presidente (un acto de humillación en toda regla), Trujillo acaparó por completo la atención, lo eclipsó totalmente a Peynado. Y no podía ser de otra manera. Aunque en general Trujillo vestía de manera impecable y en ropa de civil lucía siempre elegante, se apareció en el acto con un uniforme tan estrambótico y ridículo como el que había usado en agosto de 1930, cuando se juramentó por primera vez en el cargo de  presidente.

A tono con el traje, que combinaba el atuendo de general con el de almirante y parecía una pieza de museo, pronunció un discurso rimbombante e igualmente ridículo sobre el septuagésimo quinto aniversario de la Restauración. Se cogió, en definitiva, todo el espectáculo para él. Había relegado a Peynado a un plano insignificante, pero le reservaba un final todavía más humillante, degradante, vejatorio e indignante a la vez, todo un bochorno, una ofensa, un ultraje de la más baja estofa. 

Peynado tomó la palabra cuando por fin se la dieron y empezó a declamar un indigno discurso laudatorio que situaba a la bestia en una especie de Olimpo, en el terreno incontaminado de la divinidad. Bendijo Peynado el bendito 16 de agosto de 1930, la  dichosa ocasión en que el divino Jefe había tomado posesión por primera vez de los destinos patrios. Una y otra vez lo exaltó, lo describió con palabras ardientes como un hombre del destino, lo elevó a la cumbre de  Caballero de la Divina Orden del Genio, la única orden cuyas insignias el mismo Dios y sólo Dios concede, celebró el momento providencial de su aparición por primera vez en este augusto lugar con rayos de luz en su mano, le agradeció de mil maneras por haber traído a esta tierra la Civilización y así por el estilo.

Mozo Peynado no se cansaba ni se cansaría de adularlo cuando ocurrió lo que nunca creyó que podía ocurrir. Era un movimiento calculado con anticipación, pero la gente pudo haber pensado que Trujillo había sufrido una indigestión de halagos, que se había hartado o empalagado de lisonjas cuando lo vieron ponerse inesperadamente de pie, darle la espalda al fogoso orador, marcharse del lugar y provocar con su partida los más estruendosos aplausos. El público, emocionado, poseído de un entusiasmo visceral, y posiblemente harto también de tanto discurso, ovacionó en efecto su partida y probablemente nadie volvió a ponerle caso a Peynado.

Poco tiempo después un gracioso decreto presidencial le concedió a la bestia los mismos privilegios que al presidente de la República. Otro decreto concedió a su amada esposa María la dignidad de primera dama. En el mismo decreto, también su madre, la excelsa matrona, la llamada Mamá Juliá, fue ascendida a primera dama. Pero como doña Cusa era también primera dama, o por lo menos primera dama putativa, la República se dió el lujo de tener lo que ningún otro país probablemente tenía.

Nuevos decretos dictados por el supuesto nuevo mandatario, confirmaron en sus puestos a toda los secretarios y subsecretarios de estado y los demás funcionarios, a los miembros del ejército llamado nacional, a los del cuerpo de ayudantes del presidente y a los de la policía también llamada nacional.

Para el querido Jefe, fue creada la muy especial nueva Secretaría de Estado del Despacho del Generalísimo. Una de las más felices iniciativas del esposo de doña Cusa consistió en disponer que en las escuelas y oficinas públicas se pusiera el retrato del perínclito junto al de los Padres de la Patria con el propósito de conferirles mayor honra.

Dice Crassweller que Peynado entró prácticamente desnudó a su despacho del Palacio Nacional y que a las muchas humillaciones que recibía respondió patética o irónicamente, aumentando el tamaño del letrero con el "Dios y Trujillo" que tenía en el techo de su casa. Aún así su séquito de ayudantes personales se redujo de un cuerpo de ayudantes a un solo guardia somnoliento. Su oficina se redujo de una suite a una habitación.

Trujillo, en cambio, se acomodó en unas amplias oficinas con aire acondicionado, que era uno de los grandes lujos en esa época, y centralizó en ese lugar la administración militar y policial.

Peynado, mientras tanto, al margen de sus pocas obligaciones palaciegas, trataba de mantener en lo posible su rutina existencial. Hacía que le sacaran, contra el parecer de doña Cusa, su cómoda mecedora de caoba al parque Colón y allí permanecía en amable tertulia con sus amigos durante horas. Sí alguno le pedía un favor político, le aconsejaba que se dirigiera a alguien con autoridad. Solía decir que la única persona en el país que alguna vez llegó a creer que él era presidente de verdad era su esposa Cusa.

La bestia no le temía a Peynado, por supuesto. Peynado era menos que un títere, era un muñeco de trapo. Le temía a los amos del norte, temía, de manera paranoica  a sus enemigos internos, al odio o aborrecimiento de los muchos dominicanos, temía con razón al resentimiento que podía estarse incubando en las filas de las fuerzas armadas, en el seno del mismo  ejército en que había surgido el complot de Blanquito, del teniente coronel Leoncio Blanco. La bestia, por aquello de que quien tienen hechas tiene sospechas, es posible que le temiera hasta su sombra.Temía, razonablemente que las circunstancias, la presencia incluso de un pelele en la presidencia de la República, podría abrirle paso a cualquier conspiración, facilitar cualquier movida desde el extranjero para desplazarlo del mando sin crear un vacío de poder. Convertir el muñeco de trapo en un sustituto provisional. Es posible que nunca se sintiera cómodo ni seguro con el hecho de que alguien ocupara el cargo de presidente, aunque fuera de mentirillas. Eso explicaría la impaciencia, la prisa que parecía tener para devolver las aguas a su cauce original y recuperar su título, su dignidad oficial de presidente de la República.

HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO [51]

https://eltallerdeletras.blogspot.com/2019/04/historia-criminal-del-trujillato-1-35.html

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator

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