sábado, 20 de julio de 2019

Malaparte (2 de 2)

Malaparte (2-2)

Casi todo o por lo menos gran parte de lo que se dice sobre Curzio Malaparte puede ser verdad o mentira, ya que la vida de este escritor es parcialmente una novela escrita por él mismo y se confunde algunas veces con su obra. Es, de hecho, parte substancial de su obra.
Muchos se preguntan si es cierto que se alistó en la Legión extranjera cuando era apenas un muchacho y si pasó en verdad cinco años confinado en la isla de Lipari, como afirma en sus escritos, o si fueron solamente cinco meses. Otros ponen en duda que conociera personalmente a Mao Tse Tung y que le hiciera una entrevista, y se inclinan a creer que fue un invento parecido al de André Malraux. Una mentira como la del también mitómano y famoso Malraux, quien le hizo una entrevista, que resultó ser imaginaria, a Mao Tse Tung.
Curzio  Malaparte
Lo cierto es que Malaparte estuvo en China y que al parecer logró, por mediación del mismo Mao, la liberación de unos católicos que languidecían o se pudrían en las cárceles y que poco después de este hecho se descubrió que estaba enfermo de muerte. La noticia repercute a nivel mundial y la forma en que se produce su traslado a Italia quizás no sea una fábula, pero adquiere tintes fabulosos. Se supone que fue transportado en el avión personal de Nikita Jrushchov, el primer ministro soviético. Una vez instalado en lo que sería su lecho de muerte, subió al pináculo de la fama, si acaso ya no lo estaba. Su habitación de la clínica de Roma se convirtió en una especie de Meca a la que acudieron en peregrinación los mas altos dirigentes de todas las confesiones religiosas y políticas, los más acreditados escritores, artistas, figuras públicas. Se dice o se supone que Malaparte mantenía la compostura y el optimismo. Estaba convencido o quería convencerse de que no moriría. Decía estar seguro de que Dios no sería tan estúpido para dejarlo morir.
Lo cierto es que participó como combatiente en la primera guerra mundial y como corresponsal y capitán del ejército italiano en la segunda, junto a los miles de soldados que Mussolini envió patrióticamente a combatir y congelarse en el frente oriental. Se afirma que fue el único corresponsal de guerra que acompañó a los nazis en la fatídica invasión a Yugoslavia, que dejó a Belgrado y otras ciudades en ruina. Lo que cuenta Malaparte de ese suceso en “Kaputt”,  con su aparente o real distanciamiento, es algo que hace hervir la sangre y pone los pelos de punta:
“Las autoridades nazis habían impuesto como ‘poglavnik’ (caudillo) de Croacia al sanguinario Ante Pavelic, aquel que presumía ante Himmler, el ministro alemán y máximo responsable de los campos de exterminio de los hebreos en la Europa conquistada, que, para él, la llamada ‘cuestión judía’ no existía: ‘los he eliminado a todos’.
‘“El pueblo croata, – afirmó Ante Pavelic -, desea ser gobernado con bondad y con justicia. Y yo estoy aquí para afianzar esa bondad y esa justicia».
“En tanto decía esto, yo observaba una cesta de mimbre puesta sobre el escritorio del despacho, a la izquierda del ‘poglavnik’. La servilleta que la cubría, algo levantada, permitía apreciar que estaba lleno de frutos de mar, al menos así me parecieron a mí, y hubiese afirmado que eran ostras sacadas de su valva, como las que a veces se hallan en exposición sobre grandes fuentes en las vidrieras de la Fortnum and Mason, de Piccadilly, en Londres. ¿Son ostras de Dalmacia?, inquirí al poglavnik. Pavelic levantó la servilleta y me enseñó aquellos frutos de mar, aquella masa gris y gelatinosa, contestándome con su habitual bonachona y cansina sonrisa: ‘Es un obsequio de mis fieles ustachi. Son veinte kilos de ojos humanos’ ¡Así es, veinte kilos de ojos de serbios!»
Malaparte era, por supuesto, un espectador privilegiado. Paseaba por los campos de muerte donde veía cadáveres de soldados congelados y utilizados como señales de tráfico, aspiraba el aroma de la descomposición de los cuerpos, contemplaba cabezas de caballos que emergían de un río helado en Finlandia o se sentaba -como bien se sabe y se ha dicho y repetido- con los bestiales asesinos de Hitler a la mesa, compartía con ellos la buena comida, la música más refinada y escuchaba de sus bocas las más nutritivas conversaciones sobre la matanza de judíos en el gueto de Varsovia.
En algunos pasajes, como ya se ha visto, Malaparte describe con descarnada frialdad y distanciamiento los hechos más atroces y parece no conmoverse ni mostrar simpatía por las víctimas. Pero en lo que respecta al espectáculo degradante de los niños de Nápoles que describe en “La piel”, el distanciamiento y cualquier asomo de pretendida objetividad cede el paso a un sentimiento de malestar o repugnancia que no lo deja ni deja indiferente a nadie:
“Jamás, en tantos siglos de miseria y de esclavitud, se habían visto en Nápoles cosas semejantes. Siempre, en Nápoles se había vendido de todo, pero nunca chiquillos. En Nápoles se había hecho comercio de todo, pero jamás de los chiquillos. En Nápoles no se habían vendido nunca chiquillos por las calles. En Nápoles los chiquillos eran sagrados. Son la única cosa sagrada que puede haber en Nápoles. El pueblo napolitano es un pueblo generoso, el más humano de todos los pueblos de la Tierra, el único pueblo de la Tierra que aun la familia más pobre, entre sus chiquillos, sus diez, sus doce chiquillos, cría un huérfano recogido en el Ospedale degli Innocenti; y era entre todos el más sagrado, el mejor vestido, el mejor alimentado, porque era il figlio della Madonna y trae fortuna a los demás chiquillos. Se podía decir todo de los napolitanos, todo, pero no que vendiesen a sus chiquillos por las calles.
“Y ahora, en la plazuela de la Cappella Vecchia, en el corazón de Nápoles, al pie de los nobles palacios de Monte di Dio, del Chiatamone, de la Piazza dei Martiri, al lado de la Sinagoga, los soldados marroquíes iban a comprar por muy poco dinero los chiquillos napolitanos”.
Bibliografía mínima:
Malaparte – Roma eterna
“La piel”, de Curzio Malaparte (1949). – líneas sobre arte
Curzio Malaparte o el lado incorrecto de nuestra historia | Democresía – Revista de actualidad, cultura y pensamiento
Curzio Malaparte, la perfección del zig-zag
Malaparte, el camaleón
“Malaparte se parecía mucho a Truman Capote”
¿Cree usted que el mensaje de Margarita Cedeño conducirá a la unidad de Danilo Medina y Leonel Fernández?



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Pedro Conde Sturla
19 julio, 2019

Curzio Malaparte.

Casi todo o por lo menos gran parte de lo que se dice sobre Curzio Malaparte puede ser verdad o mentira, ya que la vida de este escritor es parcialmente una novela escrita por él mismo y de confunde algunas veces con su obra. Es, de hecho, parte substancial de su obra.
Muchos se preguntan si es cierto que se alistó en la Legión extranjera cuando era apenas un muchacho y si pasó en verdad cinco años confinado en la isla de Lipari, como afirma en sus escritos, o si fueron solamente cinco meses. Otros ponen en duda que conociera personalmente a Mao Tse Tung y que le hiciera una entrevista, y se inclinan a creer que fue un invento parecido al de André Malraux. Una mentira como la del también mitómano y famoso Malraux, quien le hizo una entrevista, que resultó ser imaginaria, a Mao Tse Tung.
Lo cierto es que Malaparte estuvo en China y que al parecer logró, por mediación del mismo Mao, la liberación de unos católicos que languidecían o se pudrían en las cárceles y que poco después de este hecho se descubrió que estaba enfermo de muerte. La noticia repercute a nivel mundial y la forma en que se produce su traslado a Italia quizás no sea una fábula, pero adquiere tintes fabulosos. Se supone que fue transportado en el avión personal de Nikita Jrushchov, el primer ministro soviético.
Una vez instalado en lo que sería su lecho de muerte, subió al pináculo de la fama, si acaso ya no lo estaba. Su habitación de la clínica de Roma se convirtió en una especie de Meca a la que acudieron en peregrinación los más altos dirigentes de todas las confesiones religiosas y políticas, los más acreditados escritores, artistas, figuras públicas. Se dice o se supone que Malaparte mantenía la compostura y el optimismo. Estaba convencido o quería convencerse de que no moriría. Decía estar seguro de que Dios no sería tan estúpido para dejarlo morir.
Lo cierto es que participó como combatiente en la primera guerra mundial y como corresponsal y capitán del ejército italiano en la segunda, junto a los miles de soldados que Mussolini envió patrióticamente a combatir y congelarse en el frente oriental. Se afirma que fue el único corresponsal de guerra que acompañó a los nazis en la fatídica invasión a Yugoslavia, que dejó a Belgrado y otras ciudades en ruina. Lo que cuenta Malaparte de ese suceso en “Kaputt”, con su aparente o real distanciamiento, es algo que hace hervir la sangre y pone los pelos de punta:
“Las autoridades nazis habían impuesto como ‘poglavnik’ (caudillo) de Croacia al sanguinario Ante Pavelic, aquel que presumía ante Himmler, el ministro alemán y máximo responsable de los campos de exterminio de los hebreos en la Europa conquistada, que, para él, la llamada ‘cuestión judía’ no existía: ‘los he eliminado a todos’.
‘“El pueblo croata, – afirmó Ante Pavelic -, desea ser gobernado con bondad y con justicia. Y yo estoy aquí para afianzar esa bondad y esa justicia”.
“En tanto decía esto, yo observaba una cesta de mimbre puesta sobre el escritorio del despacho, a la izquierda del ‘poglavnik’. La servilleta que la cubría, algo levantada, permitía apreciar que estaba lleno de frutos de mar, al menos así me parecieron a mí, y hubiese afirmado que eran ostras sacadas de su valva, como las que a veces se hallan en exposición sobre grandes fuentes en las vidrieras de la Fortnum and Mason, de Piccadilly, en Londres.
¿Son ostras de Dalmacia?, inquirí al poglavnik. Pavelic levantó la servilleta y me enseñó aquellos frutos de mar, aquella masa gris y gelatinosa, contestándome con su habitual bonachona y cansina sonrisa: ‘Es un obsequio de mis fieles ustachi. Son veinte kilos de ojos humanos’ ¡Así es, veinte kilos de ojos de serbios!”
Malaparte era, por supuesto, un espectador privilegiado. Paseaba por los campos de muerte donde veía cadáveres de soldados congelados y utilizados como señales de tráfico, aspiraba el aroma de la descomposición de los cuerpos, contemplaba cabezas de caballos que emergían de un río helado en Finlandia o se sentaba -como bien se sabe y se ha dicho y repetido- con los bestiales asesinos de Hitler a la mesa, compartía con ellos la buena comida, la música más refinada y escuchaba de sus bocas las más nutritivas conversaciones sobre la matanza de judíos en el gueto de Varsovia.
En algunos pasajes, como ya se ha visto, Malaparte describe con descarnada frialdad y distanciamiento los hechos más atroces y parece no conmoverse ni mostrar simpatía por las víctimas. Pero en lo que respecta al espectáculo degradante de los niños de Nápoles que describe en “La piel”, el distanciamiento y cualquier asomo de pretendida objetividad cede el paso a un sentimiento de malestar o repugnancia que no lo deja ni deja indiferente a nadie:
“Jamás, en tantos siglos de miseria y de esclavitud, se habían visto en Nápoles cosas semejantes. Siempre, en Nápoles se había vendido de todo, pero nunca chiquillos. En Nápoles se había hecho comercio de todo, pero jamás de los chiquillos. En Nápoles no se habían vendido nunca chiquillos por las calles. En Nápoles los chiquillos eran sagrados. Son la única cosa sagrada que puede haber en Nápoles. El pueblo napolitano es un pueblo generoso, el más humano de todos los pueblos de la Tierra, el único pueblo de la Tierra que aun la familia más pobre, entre sus chiquillos, sus diez, sus doce chiquillos, cría un huérfano recogido en el Ospedale degli Innocenti; y era entre todos el más sagrado, el mejor vestido, el mejor alimentado, porque era il figlio della Madonna y trae fortuna a los demás chiquillos. Se podía decir todo de los napolitanos, todo, pero no que vendiesen a sus chiquillos por las calles.
“Y ahora, en la plazuela de la Cappella Vecchia, en el corazón de Nápoles, al pie de los nobles palacios de Monte di Dio, del Chiatamone, de la Piazza dei Martiri, al lado de la Sinagoga, los soldados marroquíes iban a comprar por muy poco dinero los chiquillos napolitanos”.
Bibliografía mínima:
Malaparte – Roma eterna
https://www.republica.com/roma-eterna/2015/03/01/malaparte/
“La piel”, de Curzio Malaparte (1949). – líneas sobre arte
Curzio Malaparte o el lado incorrecto de nuestra historia | Democresía – Revista de actualidad, cultura y pensamiento
Curzio Malaparte, la perfección del zig-zag
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/09/actualidad/1352481091_030338.html
Malaparte, el camaleón
https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20121116/malaparte-el-camaleon-2251093
“Malaparte se parecía mucho a Truman Capote”
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/09/actualidad/1352475746_470818.html


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