miércoles, 6 de marzo de 2019

BIBLIÓMANOS Y PAGANOS

Pedro Conde Sturla
6 de septiembre de 2007

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        Desde la más oscura noche de los tiempos, el ser humano ha sucumbido a la tentación de explicar lo que no sabe o no entiende en términos mitológicos. Narraciones de héroes, de dioses, fabulaciones sobre el origen del universo remiten a este modo fantasioso de razonamiento. El origen de la historia primitiva es siempre  el mito, la religión es puro mito y el ser humano sigue siendo un devoto de la mitológía.     

martes, 5 de marzo de 2019

EL BUEN LADRÓN

Pedro Conde Sturla
14 de septiembre de 2006


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El buen ladrón (1960), novela de los años mozos de Marcio Veloz Maggiolo, años de iniciación, destaca en la narrativa dominicana por su frescura y constituye un punto de referencia obligatorio en la amplia bibliografía del autor. Tan grata y enriquecedora es su lectura que hasta un crítico perverso podría pecar por exceso en el elogio, incurrir quizás en la desmesura. Un juicio impresionista se justificaría en todo caso por la impresión que deja la obra. La obra brilla, en efecto, por su delicado lirismo, la concisión, la unidad, la felicidad de su expresión y la intensidad de la trama.

lunes, 4 de marzo de 2019

MEDALAGANARIO


Yo no recibo órdenes de la RAE.
Por eso escribo como me sale de los melones


El oficio consiste en ser tu mismo. El oficio consiste en encontrarte.      

La imaginación poética es una forma de locura, una membrana entre la imaginación y la alucinación, y creo que la alucinación está más cerca de la poesía.


La magia o destreza de un escritor consiste muchas veces en los giros inusitados que imprime al lenguaje, esos giros en qué las palabras se vuelven una sola cosa con el sentido que fundan. 

Las palabras son para retorcerlas, para desdoblarlas y descalabrarlas y despalabrarlas, incluso para mamarlas, para sacarles el jugo, la quintaesencia. El escritor no obedece a las palabras, las palabras obedecen al escritor o no es escritor.


La soledad acompaña al escritor y es la mejor compañera del escritor, pero escribir no es un ejercicio de soledad, es un acto regocijante muchas veces y a veces muy doloroso, y es siempre una forma de compartir con amigos o conocidos reales o imaginarios, vivos o muertos. La literatura, como la vida, sirve sobre todo para vivirse y compartirse

domingo, 3 de marzo de 2019

sábado, 2 de marzo de 2019

EL VIENTO FRÍO

El viento frío

Fue el sábado en la mañana, en el momento en que me estaba levantando, cuando sentí por primera vez el suave soplo del viento frío en las piernas y en los pies. Venía de abajo de la cama y eso fue lo que me extrañó. Entonces levanté las piernas y vi que los pies subían al mismo tiempo y dejé de sentirlo. Volví a bajar las piernas y los pies al mismo tiempo y volví a sentirlo.
El soplo del viento frío luego se hizo audible cuál si fuera una música de fondo, un rumor apacible como el que acompaña el correr de los arroyos en el monte. Pero el apacible rumor me causó un desasosiego en lugar de apaciguarme.
Yo sé que a veces las cosas, ese tipo de cosas, empiezan a mudarse debajo de la cama y el lugar se convierte en escondite de criaturas extrañas y a veces malignas. Nada bueno puede vivir debajo de la cama, pero ¿un viento, un viento frío? Quien podría imaginarse un viento frío escondido debajo de la cama. ¿Que hacía allí? Preferí ignorarlo. No sería yo quien lo averiguara metiendo la cabeza en aquel lugar oscuro que parecía ser cómplice del espejo del armario de caoba. Desde que era pequeño, desde el día en que los zapatos se deslizaron debajo de la cama aprendí por amarga experiencia que ciertos seres y enseres se deben sacar de ese lugar con un palo de escoba con escoba y manteniendo los ojos cerrados si no se quiere correr el riesgo de ver lo que no debe verse o ser visto.
Con esas criaturas extrañas y a veces malignas se puede convivir si uno no las molesta, pero el viento frío empezó a adquirir un comportamiento díscolo y poco discreto. Daba vueltas todo el tiempo y arreciaba de vez en cuando y se salía y movía las cortinas y abría las puertas del armario. En una ocasión me pareció que estaba a punto de tumbar el espejo y empecé a preocuparme. 
Una noche se produjo un concierto de ruidos tan terribles, o, mejor dicho, un desconcierto tan desafinado que no pude pegar un ojo. La cama se movía, se desplazó de su sitio y empezó a temblar, a sacudirse y a provocar en la pequeña habitación un desorden mayúsculo. Parecía que el viento frío y las otras criaturas extrañas pugnaban o se enfrentaban violentamente por el control o dominio del espacio, que era de por sí reducido antes de la llegada del viento frío.
Los altercados no sólo continuaron sino que fueron cada vez más aumentando. Yo estaba decidido a soportarlos, pero el ruido empezó a molestar a los vecinos y los vecinos empezaron a preguntarme por el origen de tanto escándalo a tan altas horas de la noche. Entonces los invitaba a pasar, les mostraba la habitación para ver si me ayudaban con su presencia a desalojar a los intrusos o desentrañar los misterios. Pero en presencia de extraños todo se apaciguaba.
El hecho es que miraban por todas partes en busca de lo que podía ser el origen del ruido, pero nunca debajo de la cama. Incluso se sentaban para  ver si los los muelles del bastidor eran la causa y revisaban todo y todo era, todo parecía inocente, una inocencia que provocaba mayores suspicacias. Pero nadie miraba debajo de la cama. Yo estaba dispuesto a todo, menos a mirar bajo la cama. 
Una noche se produjo una batahola infernal y tan ruidosa que los vecinos salieron a la calle y me exigieron ponerle fin al alboroto. Entonces volví a invitarlos, por enésima vez volví a invitarlos a entrar para que vieran o mejor dicho para que no vieran lo que sucedía, porque en cuanto entraron los vecinos se aplacó la batahola y el viento frío dejó de soplar. Sin embargo, era evidente que todos sospechaban de alguna manera que el culpable era yo y nadie más que yo. Para peor, en cuanto abandonaron la habitación, el viento frío apacible se convirtió en viento huracanado y el armario y el espejo y hasta el pobre gato y la cama conmigo arriba empezaron a dar vueltas. 
Esa vez, los hastiados vecinos me dieron un ultimátum. Tenía que solucionar el problema o abandonar la habitación donde había vivido toda la vida. Yo estaba dispuesto a todo, como ya he sugerido, menos a irme de la casa y a mirar bajo la cama. 
Extrañamente, después del ultimátum algo parecía que había comenzado a cambiar. El viento frío giraba día y noche y me congelaba las piernas y los pies al levantarme pero no se escuchaban ruidos de la pugna por el espacio vital. Parecía que el apacible viento frío había triunfado sobre las demás criaturas extrañas y a veces malignas. Tan sólo se escuchaba un leve soplo, un rumor leve de río subterráneo, y me invadió una ola de felicidad, de intensa paz espiritual, y un infinito sosiego se hizo dueño de mi ser. Ya podía vivir tranquilo escuchando el dulce soplo del viento frío, y una idea poco a poco empezó tomar forma en mi cabeza. Miraría, por fin, debajo de la cama, lo pensé una y mil veces. Me asomaría curiosamente. Nada podía pasarme ahora en el dominio gentil del viento frío que rondaba bajo la cama. Me prometí que miraría, hice de tripa corazón y decidí que finalmente miraría.
Esta noche, sin falta, o quizás cuando amanezca, cuando sienta en mis piernas el soplo del viento frío miraré…



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Pedro Conde Sturla
1 marzo, 2019
Fue el sábado en la mañana, en el momento en que me estaba levantando, cuando sentí por primera vez el suave soplo del viento frío en las piernas y en los pies. Venía de abajo de la cama y eso fue lo que me extrañó. Entonces levanté las piernas y vi que los pies subían al mismo tiempo y dejé de sentirlo. Volví a bajar las piernas y los pies al mismo tiempo y volví a sentirlo.
El soplo del viento frío luego se hizo audible cual si fuera una música de fondo, un rumor apacible como el que acompaña el correr de los arroyos en el monte. Pero el apacible rumor me causó un desasosiego en lugar de apaciguarme.
Yo sé que a veces las cosas, ese tipo de cosas, empiezan a mudarse debajo de la cama y el lugar se convierte en escondite de criaturas extrañas y a veces malignas. Nada bueno puede vivir debajo de la cama, pero ¿un viento, un viento frío? ¿Quién podría imaginarse un viento frío escondido debajo de la cama? ¿Qué hacía allí? Preferí ignorarlo. No sería yo quien lo averiguara metiendo la cabeza en aquel lugar oscuro que parecía ser cómplice del espejo del armario de caoba. Desde que era pequeño, desde el día en que los zapatos se deslizaron debajo de la cama aprendí por amarga experiencia que ciertos seres y enseres se deben sacar de ese lugar con un palo de escoba con escoba y manteniendo los ojos cerrados si no se quiere correr el riesgo de ver lo que no debe verse o ser visto.
Con esas criaturas extrañas y a veces malignas se puede convivir si uno no las molesta, pero el viento frío empezó a adquirir un comportamiento díscolo y poco discreto. Daba vueltas todo el tiempo y arreciaba de vez en cuando y se salía y movía las cortinas y abría las puertas del armario. En una ocasión me pareció que estaba a punto de tumbar el espejo y empecé a preocuparme.
Una noche se produjo un concierto de ruidos tan terribles, o, mejor dicho, un desconcierto tan desafinado que no pude pegar un ojo. La cama se movía, se desplazó de su sitio y empezó a temblar, a sacudirse y a provocar en la pequeña habitación un desorden mayúsculo. Parecía que el viento frío y las otras criaturas extrañas pugnaban o se enfrentaban violentamente por el control o dominio del espacio, que era de por sí reducido antes de la llegada del viento frío.
Los altercados no sólo continuaron sino que fueron cada vez más aumentando. Yo estaba decidido a soportarlos, pero el ruido empezó a molestar a los vecinos y los vecinos empezaron a preguntarme por el origen de tanto escándalo a tan altas horas de la noche. Entonces los invitaba a pasar, les mostraba la habitación para ver si me ayudaban con su presencia a desalojar a los intrusos o desentrañar los misterios. Pero en presencia de extraños todo se apaciguaba.
El hecho es que miraban por todas partes en busca de lo que podía ser el origen del ruido, pero nunca debajo de la cama. Incluso se sentaban para ver si los los muelles del bastidor eran la causa y revisaban todo y todo era, todo parecía inocente, una inocencia que provocaba mayores suspicacias. Pero nadie miraba debajo de la cama. Yo estaba dispuesto a todo, menos a mirar bajo la cama.
Una noche se produjo una batahola infernal y tan ruidosa que los vecinos salieron a la calle y me exigieron ponerle fin al alboroto. Entonces volví a invitarlos, por enésima vez volví a invitarlos a entrar para que vieran o mejor dicho para que no vieran lo que sucedía, porque en cuanto entraron los vecinos se aplacó la batahola y el viento frío dejó de soplar. Sin embargo, era evidente que todos sospechaban de alguna manera que el culpable era yo y nadie más que yo. Para peor, en cuanto abandonaron la habitación, el viento frío apacible se convirtió en viento huracanado y el armario y el espejo y hasta el pobre gato y la cama conmigo arriba empezaron a dar vueltas.
Esa vez, los hastiados vecinos me dieron un ultimátum. Tenía que solucionar el problema o abandonar la habitación donde había vivido toda la vida. Yo estaba dispuesto a todo, como ya he sugerido, menos a irme de la casa y a mirar bajo la cama.
Extrañamente, después del ultimátum algo parecía que había comenzado a cambiar. El viento frío giraba día y noche y me congelaba las piernas y los pies al levantarme pero no se escuchaban ruidos de la pugna por el espacio vital. Parecía que el apacible viento frío había triunfado sobre las demás criaturas extrañas y a veces malignas. Tan sólo se escuchaba un leve soplo, un rumor leve de río subterráneo, y me invadió una ola de felicidad, de intensa paz espiritual, y un infinito sosiego se hizo dueño de mi ser. Ya podía vivir tranquilo escuchando el dulce soplo del viento frío, y una idea poco a poco empezó tomar forma en mi cabeza. Miraría, por fin, debajo de la cama, lo pensé una y mil veces. Me asomaría curiosamente. Nada podía pasarme ahora en el dominio gentil del viento frío que rondaba bajo la cama. Me prometí que miraría, hice de tripa corazón y decidí que finalmente miraría.
Esta noche, sin falta, o quizás cuando amanezca, cuando sienta en mis piernas el soplo del viento frío miraré….


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lunes, 25 de febrero de 2019

LA LITERATURA

Frecuentemente mis amigos se convierten en literatura y a veces, por esa misma causa, en enemigos. Pero se supone que yo soy el narrador y no el narrado, soy yo el que debe burlarse y no el burlado, sin embargo los amigos toman vida propia como personajes y a veces me salen malcriados, respondones y taimados. La soledad acompaña al escritor y es la mejor compañera del escritor, pero escribir no es un ejercicio de soledad, es un acto regocijante muchas veces y a veces muy doloroso, y es siempre una forma de compartir con amigos o conocidos reales o imaginarios, vivos o muertos. La literatura, como la vida, sirve sobre todo para vivirse y compartirse. 

PCS

LAS PALABRAS

Las palabras son para retorcerlas, para desdoblarlas y descalabrarlas y despalabrarlas, incluso para mamarlas, para sacarles el jugo, la quintaesencia. El escritor no obedece a las palabras, las palabras obedecen al escritor o no es escritor.

PCS

ACLARACIÓN

Yo no recibo órdenes de la RAE.
Por eso escribo como me sale de los melones

PCS

sábado, 23 de febrero de 2019

Chapita (11 de 11)

Chapita (11-11)

El trato deferente que los marines dispensaban a Chapita no se correspondía con el repudio que cosechaba socialmente en El Seibo durante los años en que se dedicó, o lo dedicaron, a combatir la insurgencia en la zona. El flamante uniforme de oficial que ahora vestía no deslumbraba a la población civil ni era objeto de admiración. Inspiraba por el contrario un hondo malestar y rechazo, igual que los desmanes y ultrajes de la soldadesca.
Chapita se encontraba en El Seibo en compañía de sus conmilitones José Alfonseca, César Lora, y Adriano Valdez, que habían entrado junto con él a la Guardia Nacional y ostentaban su mismo rango. Con el segundo de ellos mantenía una relación estrecha, según se dice, y el futuro les tenía reservado un reencuentro providencial.
En el Seibo, casualmente, Chapita probaría su suerte como advenedizo en la sociedad local y la suerte le fue adversa.
El hecho es que Chapita, que seguía casado formalmente con Aminta Ledesma (aunque ya en trámite de divorcio) se encaprichó o se enamoró de una joven con la cual planeaba un ventajoso matrimonio de conveniencia con el propósito de relacionarse, mezclarse -como dice Crassweler-con distinguidas familias de la provincia.
La familia que más le interesaba era la de Servando Morel, a la cual pertenecía la agraciada, la graciosa y dichosa criatura que se había hecho dueña de su corazón, la dulcinea Bienvenida Morel.
Chapita le ofreció matrimonio, según es de suponer, al cabo de ciertos galanteos, a la  Bienvenida hija de Servando y casi al mismo tiempo solicitó la membresía en el principal club de El Seibo. En el club le dieron bola negra sin compasión, lo rechazaron en varias votaciones consecutivas. Bienvenida Morel, por su parte, declinó el dudoso honor de ser su esposa y al parecer hizo bien, tomó la decisión correcta la gentil doncella, desairó al gentil caballero que esperaba su respuesta como el Quijote de Rubèn Darío, con la adarga al brazo, toda fantasía, y la lanza en ristre, toda corazón.
El teniente Chapita no era gracioso ni caía en gracia. Recibió un doble desplante, una doble humillación que nunca olvidaría, que hirió su ego y alimentó la caldera de sus odios y resentimientos.


viernes, 22 de febrero de 2019

Apocalípticos y desintegrados

Pedro Conde Sturla

6 de octubre 2010

En el lejano año 1964 Umberto Eco dio a conocer un libro de ensayos sobre la cultura de masas que se convertiría en paradigma de las ciencias sociales y en uno de los más grandes éxitos de venta de la época, “Apocalípticos e integrados”.

Ese es el título de la obra que consolidó la fama de su autor,
un filósofo, un experto en semiótica, un erudito (“el hombre que lo sabía todo”), y que también se destacaría más adelante como novelista.
Lo que más llamó la atención fue el instrumental teórico con el que Eco emprendía el análisis de “la estructura del mal gusto”, el papel de televisión y de los medios audiovisales como instrumento cultural, la canción popular y sobre todo el de los personajes del mundo de los comics, tiras cómicas, paquitos, historietas ilustradas o como se les quiera llamar.
Que un hombre de tanta formación dispusiera de un bisturí crítico tan refinado como sus vastos conocimientos le permitían para diseccionar, por ejemplo, la figura de Superman parecía por lo menos desproporcionado, algo así como aplastar una mosca con un martillo.
Superman, sin embargo, constituye un fenómeno de masas desde 1938 y su presencia o mejor dicho su omnipresencia en series de radio, incontables programas de televisión, producciones y superproducciones cinematográficas, videojuegos e historietas ilustradas periódicas que se venden y revenden por cientos de millones ejerce una enorme, decisiva influencia a través de todo tipo de medio de comunicación a nivel mundial.
Y, como explica Humberto Eco, “no es cierto que los comics sean una diversión inocua que, hechos para los niños, puedan ser disfrutados por adultos, que en la sobremesa, sentados confortablemente en un sillón, consuman así sus evasiones sin daño y sin preocupaciones. La industria de la cultura de masas fabrica los comics a escala internacional y los difunde a todos niveles”: reproduce y manipula valores y creencias, modelos de comportamiento y pensamiento político, etc.
Supermán (la criatura que inventaron “el escritor estadounidense Jerry Siegel y el artista canadiense Joe Shuster en 1933” y que vendieron en 1938) no es un simple personaje de ficción, es una imagen simbólica de muy especial interés. El mito de Supermán, como explica Humberto Eco, gravita sobre múltiples aspectos de la sociedad:
“El héroe dotado con poderes superiores a los del hombre común es una constante de la imaginación popular, desde Hércules a Sigfrido, desde Orlando a Pantagruel y a Peter Pan.
A veces las virtudes del héroe se humanizan, y sus poderes, más que sobrenaturales, constituyen la más alta realización de un poder natural, la astucia, la rapidez, la habilidad bélica, o incluso la inteligencia silogística y el simple espíritu de observación, como en el caso de Sherlock Holmes.
Pero, en una sociedad particularmente nivelada, en la que las perturbaciones psicológicas, las frustraciones y los complejos de inferioridad están a la orden de día; en una sociedad industrial en la que el hombre se convierte en un número dentro del ámbito de una organización que decide por él; en la que la fuerza individual, si no se ejerce en una actividad deportiva, queda humillada ante la fuerza de la máquina que actúa por y para el hombre, y determina incluso los movimientos de éste; en una sociedad de está clase, el héroe positivo debe encarnar, además de todos los límites imaginables, las exigencias de potencia que el ciudadano vulgar alimenta y no puede satisfacer.
“Superman es el mito típico de esta clase de lectores: Superman no es un terrícola, sino que llegó a la Tierra, siendo niño, procedente del planeta Kriptón. Kriptón estaba a punto de ser destruido por una catástrofe cósmica, y su padre, docto científico, consiguió poner a salvo a su hijo confiándolo a un vehículo espacial.
Aunque crecido en la Tierra, Superman está dotado de poderes sobrehumanos. Su fuerza es prácticamente ilimitada, puede volar por el espacio a una velocidad parecida a la de la luz, y cuando viaja a velocidades superiores a ésta traspasa la barrera del tiempo y puede transferirse a otras épocas. Con una simple presión de la mano, puede elevar la temperatura del carbono hasta convertirlo en diamante; en pocos segundos, a velocidad supersónica, puede cortar todos los árboles de un bosque, serrar tablones de sus troncos, y construir un poblado o una nave; puede perforar montañas, levantar transatlánticos, destruir o construir diques; su vista de rayos X, le permite ver a través de cualquier cuerpo, a distancias prácticamente ilimitadas, y fundir con la mirada objetos de metal; su superoído, le coloca en situación ventajosísima para poder escuchar conversaciones, cual fuere el punto donde se celebran. Es hermoso, humilde, bondadoso y servicial. Dedica su vida a la lucha contra las fuerzas del mal, y la policía tiene en él un infatigable colaborador.
“No obstante, la imagen de Superman puede ser identificada por el lector. En realidad, Superman vive entre los hombres, bajo la carne mortal del periodista Clark Kent. Y bajo tal aspecto es un tipo aparentemente medroso, tímido, de inteligencia mediocre, un poco tonto, miope, enamorado de su matriarcal y atractiva colega Lois Lañe, que le desprecia y que, en cambio, está apasionadamente enamorada de Superman. Narrativamente, a doble identidad de Superman tiene una razón de ser, ya que permite articular de modo bastante variado las aventuras del héroe, los equívocos, los efectos teatrales, con cierto suspense de novela policíaca. Pero desde el punto de vista mitopoético, el hallazgo tiene mayor valor: en realidad, Clark Kent personifica, de forma perfectamente típica, al lector medio, asaltado por los complejos y despreciado por sus propios semejantes; a lo largo de un obvio proceso de identificación, cualquier funcionario de cualquier ciudad americana alimenta secretamente la esperanza de que un día, de los despojos de su actual personalidad, florecerá un superhombre capaz de recuperar años de mediocridad”.
Una variante más adulta y actual de Superman, no tan bondadosa, respetuosa y pasiva no es ajena a la carrera  presidencial en la que compiten un super hombre y una supermujer que se dicen dispuestos a mantener o recuperar la supremacía de cierto país en el mundo.
Ante esa perspectiva, quizás por eso es más apropiado que, en vez de apocalípticos e integrados, se hable hoy de apocalípticos y posibles desintegrados.