domingo, 21 de abril de 2019

CHAPITA: HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO (1-11).

Pedro Conde Sturla
17 de diciembre de 2018/25 de febrero de 2019 


Chapita (1) 

…bailemos un merengue de espaldas a la sombra / de tus viejos dolores, / más allá de tu noche eterna que no acaba, / frente a frente a la herida violeta de tus labios / por donde gota a gota como un oscuro río / desangran tus palabras. / Bailemos un merengue que nunca más se acabe, /bailemos un merengue hasta la madrugada: / el furioso merengue que ha sido nuestra historia.
Franklin Mieses Burgos
Paisaje con un merengue al fondo

Doña Julia Molina de Trujillo, como especie de caja de Pandora, parió una fiera tras otra en fila india, una más mala que la anterior y la posterior y viceversa. De su vientre  salieron todos malos. Allí no había términos medios, solo había malos y malas y peores, demonios y demonias. La futura Excelsa Matrona sabía parir, no cabe duda, aunque paría de mal en peor. Y una de esas fieras, quizás la más fiera de todas las fieras, estaba marcada por el destino, por el azar, la predestinación, por la historia y las circunstancias, por la suerte o por designios del imperio, por las fuerzas de ocupación norteamericanas, por lo que ustedes quieran.
El predestinado debutó en la escena nacional e internacional como un héroe de mil batallas a juzgar por los títulos militares que se concedió. No se conformó con el rango de general, tuvo que ser generalísimo, un rango que, sin embargo, le quedaba corto a su ego. El generalísimo era un megalómano como todos los de su clase, como sus contemporáneos y cofrades, los generalísimos Francisco Franco y  Chiang Kai-shek, con la diferencia de que el generalísimo criollo no participó nunca en batalla alguna y solo estuvo en guerra contra su pueblo. No carecía, por supuesto, de una adecuada formación militar porque las tropas del imperio se habían ocupado de ello, pero al parecer se graduó de generalísimo por correspondencia o por obra y gracias de sus aduladores.
A lo largo y a lo ancho de su vida le otorgaron o se hizo otorgar innumerables títulos que, sólo por casualidad, no incluían ninguno de nobleza. Así fue, entre otras cosas, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria nueva, Primer maestro dominicano y Generalísimo Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina. El supremo pato macho de la República Dominicana y el Caribe durante más de treinta años de tiranía.
Chapita
En realidad, sus títulos eran demasiados para ser contados. Uno de los más curiosos era el de Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos.
Era, además, Doctor Honoris causa por todas las facultades de la Universidad de Santo Domingo. Esto llevaba aparejado el cargo de Rector de la misma institución y la condición de Primer Maestro de la República, Primer Médico de la República, Primer Periodista de la República, Primer Abogado de la República, Primer Agricultor Dominicano.
Agréguese a todo lo anterior el nombramiento como Restaurador de la Independencia Financiera del país y el de Campeón del anticomunismo en América, Paladín de la Libertad y Líder de la Democracia Continental, Protector de Todos los Obreros, Héroe del Trabajo, Padre de los Deportes y otras cursilerías.
El colmo de los colmillos fue su postulación, en 1935,  para el Premio Nobel de la Paz (junto al presidente haitiano Sténio Vincent),
por la firma de un tratado que garantizaba la armoniosa convivencia entre Santo Domingo y Haití.
Como nunca le hicieron caso, creó su propio Nobel, el llamado Premio Trujillo de la Paz, con $50,000 dólares de dote según se dice.
Dos años después tuvo lugar la matanza haitiana, que provocó escándalo y repulsa internacional. No obstante, en 1940, con motivo de la firma del tratado Trujillo-Hull, Franklin Delano Roosevelt lo recibiría con honores, le regalaría una foto con una pomposa y halagüeña dedicatoria. Fue agazajado, en fin, con las más finas distinciones, condecoraciones, honorificencias.
Cuando visitó España en 1954 los diplomáticos dominicanos solicitaron discretamente que se le otorgara el título de marqués, o algo parecido, pero la petición fue desestimada con mucho tacto, de manera muy fina, a pesar de la cacareada amistad entre el generalísimo y el caudillo.
El generalísimo, según se dice, había horrorizado a la alta sociedad y al ejército de todas las Españas con su  tricornio emplumado y su ridículo uniforme de opereta  y no se lo consideró digno de una distinción tan refinada.
Ese mismo año, sin embargo, El papa pío XII, de ingrata recordación, le otorgó la Gran Cruz de la Orden Piana como recompensa por haber beneficiado a la iglesia católica con la firma del Concordato, que le otorgaba todo tipo de privilegios.
En enero de 1961 los cortesanos del sátrapa solicitaron al Vaticano que le otorgara el título de Benefactor de la Iglesia, pero en esa época Trujillo olía a muerto y la iglesia le dio largas al asunto y al final, sólo al final, lo enfrentó.
La descendencia y parientes cercanos  del generalísimo disfrutarían en menor medida del beneficio de títulos al por mayor y al detalle.
Su madre, Julia Molina, se convertiría en La Excelsa Matrona y su padre, José Trujillo Valdez  (alias Pepito, alías Pepe botella) sería nombrado diputado y condecorado varias veces y sería además sepultado  en la Capilla de los inmortales de la catedral primada de America, cerca de los restos de los Padres de la patria y las supuestas cenizas del Gran almirante.
“Jamás despojos tan ilustres -dijo Jacinto Peynado en el panegírico- han pasado bajo las arcadas de este templo para recibir cristiana sepultura”.
La esposa del generalísimo, María Martínez, se convertiría en La Prestante Dama y Primera Dama de las Letras Antillanas y también en una de las mujeres más redondas del país.
Su hermano favorito, Negro Trujillo, se convertiría igual que él en generalísimo y llegaría como él a ser presidente de la República.
Su primogénito, Ramfis Trujillo Martínez, se convertiría en La Promesa Fecunda y Príncipe Favorito, aparte de degenerado, violador  y drogadicto. En su brillante carrera militar alcanzó el cargo de Coronel a los cinco años y el de general de brigada a los nueve. El hermano menor,  Radhames, no se quedó atrás. A los cuatro o cinco años lucía el uniforme de mayor y a los nueve el de general. Y recibía, por supuesto, el salario correspondiente
La poco angelical Angelita, su hija mimada, la niña de sus ojos, sería algún día nombrada Princesa del Corso Florido y sería elegida en un concurso Reina de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre.
De modo, pues, que a los miembros más encumbrados de la familia no les faltaban títulos, honores, reconocimientos, mientras que al supremo pato macho le sobraban. Los tenía todos o casi todos…
Pero le decían Chapita.
Chapita le decían o dicen que le decían desde chiquito su mamá y sus hermanos porque le gustaban esos trocitos de metal  con un grabado delante y un sujetador detrás, las llamadas chapas o chapitas, quizás las medallitas  de la Virgen, de san Pedro, san Pablo, de la reina Victoria de Inglaterra o Isabel de España, quizás las tapas o chapas de las botellas de refrescos o ron y todo tipo de baratijas, todo lo que brillaba y se podía poner en el pecho o colgar del cuello…Algo, en fin, a lo que son aficionados o más bien adictos todos los  militares, sobre todo si son rusos. Especialmente si son rusos.
(Siete al anochecer [15]).

 (2)

Chapita era el cuarto de las fieras, de las once fieras que sobrevivieron a los incontables partos de Julia Molina. Tenían nombres bonitos y algo graciosos. Se llamaban Flérida Marina, Rosa María Julieta… Uno se llamaba José Arismendy y le decían Petán, quizás por no decirle Patán. Otro era Amable Romero y le decían Pipí, y después Luisa Nieves, Julio Aníbal, Pedro Vetilio, Ofelia Japonesa y Héctor Bienvenido, al que le decían Negro. Cariñosamente Negro.
Con este último, el volátil Chapita se llevaría casi siempre bien. Con Julio Aníbal se llevaría mal, muy mal, y el pleito acabaría como el de Caín y Abel.
En general fue generoso con todos. Durante su largo gobierno o gobiernazo, como le llamaban sus cortesanos, sus hermanos de madre y padre, menos uno, hicieron una brillante carrera como coroneles y generales del ejército.
Por parte de madre, de la muy querida Mamá Julia, Chapita era descendiente de Pedro Molina Peña, un campesino, y de Luisa Ercina Chevalier, una maestra de ascendencia haitiana. Gente de pocos medios y buena reputación. De esa ascendencia, Chapita renegaría o se declararía orgulloso algunas veces, de acuerdo al lugar y las circunstancias.

José Juan de Dios Trujillo y Monagas
La parte mala parece que le llegaba a Chapita por parte de padre, pero Mamá Julia la transmitía…
Ahora bien, aquí ahora las cosas se complican. El padre de Chapita, José Trujillo Valdez, alias Pepito y a veces Pepe botella, era hijo de un signo de interrogación. Su apellido materno era sin duda Valdez porque era hijo de Silveria, Silveria Valdez. Pero el apellido paterno era quizás Trujillo, solamente quizás, probablemente quizás y nada más. Pepito podía ser hijo de un tal José Juan de Dios Trujillo Monagas, que tuvo una relación con Silveria Valdez, pero también de Vicente y otros veinte.
Lo del abuelo paterno, en resumen, no está claro. Lo de Silveria, en cambio, no admite dudas, a menos que no le cambiaran el muchacho al nacer.
Silveria era un primor, un dechado de las peores virtudes. Alguna vez, dicen las malas lenguas, fue concubina del dictador Ulises Heureaux, alias Lilís, y tuvo amantes a granel, pero la peor fama le viene, entre otras cosas, por sus servicios a la causa del despótico Buenaventura Báez y del mismo Lilís, y por su condición de empresaria y relacionista pública de fondas y posadas y burdeles. Alguna otra vez, según según se comenta, en sus mejores años ejerció la prostitución al por mayor y al detalle, sobre todo al por mayor, y ganó fama entre las aguerridas tropas españolas que ocuparon el país durante la guerra de restauración. Las mismas que se vieron obligadas a abandonarlo con una mano detrás y otra delante.
José Trujillo Monagas, un español procedente de Cuba, donde había sido oficial de la policía, llegó al país en oscuras circunstancias y se estableció por un breve período. Se hospedó alguna vez en la pensión o casa de huéspedes que Silveria Valdez tenía en San Cristóbal, vivió maritalmente, brevemente con ella y luego se fue para no volver.
Silveria alumbró y le puso nombre y apellido al futuro padre de Chapita después que Trujillo Monagas, el amante ocasional, se había marchado del país y ningunapersona le discutió la paternidad. Trujillo se quedó y pudo ser Trujillo. Pero nadie (como dijo Freddy Beras Goyco en un programa de televisión) hizo la prueba de la parafina para averiguar quién había disparado.
Silveria crió a su hijo a su imagen y semejanza y, como cuenta Crassveller, sacó tiempo para desplegar todos sus talentos para la intriga y la violencia al servicio del régimen de Lilís.
En opinión de Sánchez Lustrino, era notoria “la compenetración que tenia Pepito con los impulsos e instintos de su madre”. Pepito Trujillo Valdez se parecía a su mamá por dentro y por fuera, y la emuló en casi todos los sentidos. Había asistido a la misma escuela que ella, la escuela de la vida, y había salido como ella, tan cuero y cortesano e intrigante como ella. 
Pepito se convirtió al crecer en comerciante, en un pequeño empresario de negocios turbios, todo tipo de negocios turbios o ilícitos, negocios de cosas ajenas por supuesto, que incluían  vacas, gallinas, cerdos, caballos, mulos, tierras, maderas, casas y cosas generalmente mal habidas.
Desde temprana edad ganó fama de cuatrero y estuvo preso, por supuesto, en varias ocasiones. De la cárcel duradera lo salvaron sus relaciones en el gobierno de Lilis, pero en alguna ocasión llegó a afectar con sus turbios negocios la reputación de su propio suegro.
Por lo demás, era o parecía ser un tipo agradable y amigable, como dice Crasweller, un sinvergüenza simpático, aunque notablemente rencoroso y sobre todo licencioso, libidinoso en grado extremo, fiestero, bebedor, inescrupuloso. 
Murió, lamentablemente, en 1935, apenas a los cinco años de haber llegado Chapita al poder. El mismo tiempo que, al decir de sus detractores, le duró la borrachera con la que celebró el magno acontecimiento.
No todas las opiniones sobre este personaje son coincidentes ni peyorativas, desde luego. El Vaticano, por ejemplo, vio con buenos ojos que fuera enterrado en la catedral, dio su visto bueno de buena gana.
Jacinto Peynado, por lo que dijo en su panegírico, consideraba que ninguno de los fieles difuntos que  poblaban los nichos del sagrado recinto de esa misma catedral primada de América eran más  ilustres que los de José Trujillo  Valdez, alias Pepito, alias Pepe Botella.
Al siguiente día del luctuoso acontecimiento, con el país cerrado en riguroso luto, en imponente duelo nacional de extremo a extremo, la señorial avenida Duarte, un bulevar de reciente inauguración, empezó a llamarse (y así se llamaría durante toda la era gloriosa) Avenida José Trujillo Valdez.
En los considerandos de la resolución que justificaba el merecido cambio, Virgilio Álvarez Pina, presidente del poder municipal del Distrito Nacional y un enfermizo colaborador de Chapita, dejó establecido lo siguiente: 
“Que los pueblos deben perpetuar la memoria de sus benefactores cuando han recibido de ellos servicios de alto linaje espiritual. Que el preclaro y excelso ciudadano José Trujillo Valdez, lamentablemente fallecido, además de sus virtudes cívicas y de sus relevantes méritos es acreedor del reconocimiento público por la circunstancia feliz de haber sido el progenitor muy amado del varón extraordinario que pone empeños inigualados en nuestra historia por la estructura de la Patria Nueva”. 
(Siete al anochecer [16])
Bibliografía 
La biografía de José Trujillo Valdez
Robert D. Crassweller, “The luce and times of a caribbean dictator”

(3)

Chapita nació en el que sería, por el simple hecho de haber nacido, un año fatídico en nuestra historia, un año agrio, nefasto, el 1891. Nació, por casualidad, en un poblado llamado San Cristobal que apenas tenía dos calles, y en cuyos alrededores sobraba espacio, sobraban ríos y montañas, todo lo que constituye la esencia de una vida pueblerina en un país rural y poco poblado: el país paisaje con un merengue al fondo en el que Chapita daría rienda suelta a su juventud desenfrenada, sin escatimar medios en la lucha por la supervivencia y como trepador social.
En opinión de Crassveler, la familia no era de origen humilde sino más bien de clase media o alta en relación al nivel de una pequeña comunidad rural y aislada. Los vecinos tenían a Julia Molina colgada del alma a causa de los tormentos que le infligía su infiel y a veces grosero marido, pero vivían en una de las más dignas casas del poblado, una que habían heredado de Ercina o Erciná Chevalier, la abuela materna de Chapita. Era una casa modesta y sin pretensiones, pero de generosas dimensiones, un rancho de madera techado de hojas de zinc pintadas de rojo, seis habitaciones, sala y comedor, un amplio patio con árboles frutales, letrina y cocina al fondo.
Trujillo
Todo indica que en sus años de infancia y en su época de estudiante, Chapita llevó una vida anodina y normal, pero en verdad no hay nada normal ni anodino en su biografía. Crassweller cuenta que  a los cinco años sufrió un severo ataque de difteria y se salvó de milagro gracias a la influencia de unos médicos que le proporcionaron una de las primeras dosis de antitoxina para combatir la enfermedad que habían llegado al país.
En el ánimo de Chapita, a partir de un incierto momento, se incubó de alguna manera el odio en la sangre, odio, resentimiento, frustración y revanchismo en los huesos y en la sangre a causa de sus delirios de grandeza y del rechazo que generaban su inconducta y la de sus hermanos. Pero no siempre fue así. No parecía ser así.
La mayoría de las fuentes describe el capítulo de la infancia y educación sentimental de Chapita como un período en el que nada presagiaba la naturaleza del monstruo que habitaba en su interior.
Ingresó a la escuela o escuelita de Juan Hilario Meriño, una de las cuatro o cinco escuelas hogareñas que había en San Cristóbal, y allí aprendió las primeras letras, se alfabetizó, aprendió a leer y escribir (la más valiosa o útil instrucción que un ser humano puede adquirir). Al cabo de un año pasó a la escuela de Pablo Barinas, un distinguido discípulo de Eugenio Maria de Hostos, alguien preocupado por impartir, así fuera en vano, la educación de los sentimientos. Su abuela materna, Ercina Chevalier se ocupó personalmente y sin duda amorosamente, de complementar en la medida de lo posible su formación académica. Por lo demás, alguien dice que en alguna ocasión fue monaguillo, brevemente monaguillo, si la información es cierta.
Por las manos del “joven y vigoroso” Pablo Barinas pasaron todos los miembros de la familia Trujillo Molina, los miembros de la tribu, y sólo por esto merecería una medalla, un título de reconocimiento.
A juicio de Pablo Barinas -dice Crassweller- Virgilio fue el mejor estudiante, Chapita el que mostró el mejor comportamiento y Petán lo peor de lo peor, alguien que sobresalió por su poca o ninguna aplicación al estudio, su mala conducta y su bien ganada fama de ladrón de pollos.
Chapita era tranquilo, a juicio de Barinas, dueño de una inteligencia despejada, una inteligencia natural, un muchacho que mostraba especial u obsesiva  preocupación por su apariencia, pulcritud, el aseo, la limpieza personal, alguien que en todo momento lucía o quería lucir acicalado, impecable.
En esos años, a finales del siglo XIX e inicios  del XX, consolida su relación con sus tíos Pina Chevalier, hijos del segundo matrimonio de su abuela Ercina, que había quedado viuda y se había vuelto a casar con un culto hombre de letras: Juan Pablo Pina.
Otra de sus grandes amistades es la que establece por la misma época con su padrino y pariente lejano Virgilio Álvarez Pina, el célebre, aunque no celebrado Cucho Álvarez.
Estos personajes y muchos de sus descendientes formarán parte de sus más fieles y cercanos servidores durante la era gloriosa.
Con Álvarez Pina ingresa Chapita a la verdadera escuela, la escuela o universidad de la vida, y empieza de alguna manera a torcerse, si acaso no había nacido torcido, a mostrar sus bajos instintos. En aquella época dorada, y en compañía de Álvarez Pina, Chapita se aficiona en modo particular a los caballos, se convierte en un jinete temerario, a caballo frecuenta los mejores balnearios, se convierte posiblemente en excelente nadador de mar y río y nace su afición por los perfumes y el baile. Crece, desde luego, su afán de pulcritud y de elegancia, a la vez que disminuyen sus escrúpulos. Su impecable figura ecuestre se hace popular, conocida en toda la zona. Surge o nace, o mejor dicho estalla de repente, su precoz interés en las mujeres. Las mujeres como aves de presa a las qué hay que conquistar por cualquier medio.
Gana fama por su comportamiento agresivo, su lujuria o lascivia impenitente, a flor de piel, las malas artes que afloran en su naturaleza de mujeriego empedernido, su vocación de amigo de lo ajeno.
Acumula cada día un mayor índice de rechazo, no por su condición social sino por su inaceptable comportamiento de ave de rapiña, y en la medida en que se generaliza el rechazo hacia el voraz depredador, se incrementa su odio contra la sociedad que lo desprecia y de la cual se vengará algún día.
(Siete al anochecer [17])
Bibliografía
La biografía de José Trujillo Valdez
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator

 (4)

El general Marcial Soto, un militar banilejo de pura cepa, recibió en alguna ocasión la encomienda de llevar a Chapita preso a Santo Domingo. Preso y bien amarrado, a lomo de mula, por robo de ganado. Cuando iban a pasar por San Cristóbal, Chapita le pidió humildemente por favor a Marcial Soto que lo  desamarrara mientras atravesaban esa población porque por ahí tenía una novia y no quería que ésta lo viera en esa situación. El general Marcial Soto lo complació. Chapita posiblemente adoptó en la medida de lo posible una postura digna, miraría quizás con desprecio, quizás con ojeriza, a quienes se fijaban en él y le guardaría un agradecido rencor o un rencor agradecido durante toda la vida al militar banilejo.
Cuando subió al poder, Marcial Soto no se alineó con él y Chapita lo mandó a matar o lo mandó a matar por el simple gusto de matarlo. El general había sido jefe militar en Baní, comandante de armas, y aunque apenas sabía escribir fue uno de los fundadores de la biblioteca pública. Ahora estaba medio ciego, cargado de años, pero la dignidad que le impedía inclinar  la cerviz ante un tirano le dio fuerzas para refugiarse en los montes situados entre el poblado de Galeón y el cruce de Ocoa,  acompañado de su hijo Pirolo, que contaba a la sazón catorce años. En esa zona tenía familiares que le llevaban alimentos a escondidas y lo protegían. Pero su mayor protección -como cuentan sus familiares- eran las oraciones que decía cuando Chapita mandaba guardias a rastrear la zona. Oraciones que -para que surtieran efecto-, tenía que decir con la cabeza gacha, sin levantarla bajo ninguna circunstancia hasta que pasara la tropa. 

Marcial Soto, el general banilejo que metió preso a Chapita
Las oraciones lo ayudaron aparentemente a hacer de alguna manera las paces con Chapita y vivir para contarlo. Algo insólito, inaudito: meter preso a Chapita, no plegarse a su  régimen, contrariarlo, irse al monte y vivir para  contarlo. Morir de viejo en su cama.
No sería esta la única vez que Chapita conociera la cárcel por dentro, aunque a la larga se convirtió en carcelero y metió al país entero en prisión. En el ínterin desempeñó, varios oficios, incluyendo el de jornalero y dependiente de pulpería, pero en lo que siempre sobresalió fue en el oficio de amigo de lo ajeno: falsificador de cheques, ladrón postal, asaltante de bodegas, cuatrero. Chapita nunca le tuvo miedo al trabajo. A cualquier cosa se dedicaba Chapita, a condición de que fuera deshonesta. Alguna vez fue declarado culpable de delitos menores y encarcelado por breves periodos. Nunca por el tiempo que en verdad se merecía.

La sagrada familia
Por el mismo camino iban sus hermanos, sobre todo Virgilio, Pipí, Aníbal, Petán. Con ellos a veces mantenía Chapita las peores relaciones, rencillas que se prolongarían a través de los años, incluso durante mucho tiempo después de su llegada al poder. Incluso toda la vida. Otras veces, sin embargo, se asociaban para delinquir y como buenos hermanitos delinquían. En compañía de Petán, cuando las cosas estaban bien entre ellos, arrasaba Chapita las fincas de los alrededores. Luego Petán se vio obligado a asilarse en el Cibao donde su desprestigio nunca disminuyó. Las noticias de sus fechorías y de las veces que entraba y salía de una cárcel llegaban de vez en cuando a su pueblo natal. En este sentido le fue peor que a Chapita, ya que llegó a caer preso hasta por acusaciones de homicidio seguramente fundadas.
Algunas de las hermanas de Chapita no se quedaban atrás y ganaban fama a su manera, como la célebre Nieves Luisa, la impoluta Nieves Luisa de la que habla José Almoina en el segundo capítulo de un despreciable libro de chismes que lleva por título “Una satrapía en el Caribe”. En ese nefasto capítulo, el ex secretario de Chapita denigra concienzudamente a casi todos los miembros de la familia Trujillo Molina, empezando por el fundador, el célebre y celebrado José Trujillo Valdez, alias Pepito, alias Pepe Botella. El texto infamante castiga sin misericordia al fundador de una dinastía que alcanzó en vida los honores máximos. Califica de abigeo, cuatrero, ladrón de ganado al hombre que fue senador de la República y Patricio, símbolo de la honestidad, esposo modelo, al prócer cuyo nombre se le dio a una provincia, canales, puentes, calles y plazas, cuya imagen fue colocada en el salón de sesiones del Congreso Nacional, junto a las de Duarte, Sánchez y Mella. El hombre, en fin, en cuyo homenaje se instituyó en el país el día del padre, el mismo cuyas cenizas reposan o reposaban en la Catedral primada de América, al lado de las de Colón, el que recibió a su muerte homenajes que no se tributan a los emperadores. A éste personaje, a éste prestigioso ganadero lo llama Almoina abigeo, cuatrero, ladrón de ganado. 
Para peor, Almoina acusa a Pepito de haber tenido un último hijo fuera del matrimonio, un último aporte a la Patria -sugiere despectivamente- que dejó al cuidado de la República. Se trata o trataba, al parecer, de un tal Nene Trujillo al que define como rechoncho, adiposo, ceceante, hidrocéfalo, un retrasado mental que a los doce años ya era coronel y propietario de una gran finca en Engombe y que vivìa con su avejentada media hermana Nieves Luisa.
Con Aníbal, Virgilio y José Arismendi no es menos generoso el Almoina. Fueron ellos -al decir de Almoina- los primeros que secundaron y emularon al padre en el robo de ganado durante algunos años. Los siguieron los hermanos menores, especialmente Chapita, no sin algunos tropiezos. Tropiezos que -según dice Almoina- les obligaron a comparecer ante los tribunales en ciertas ocasiones, tropiezos o tropezones que hicieron que las comarcas de Bonao y Baní conocieran las hazañas de los Trujillo, a quienes tienen o tenían por unos bandidos.
Aníbal sería, a juicio de Almoina, un loco de atar con el cerebro fundido, un vulgar esquizofrénico y alcohólicosifilítico. Dice que imitaba a Napoleón, que se vestía con una capa de colorines muy parecida a la de su hermano el sátrapa y formaba a los criados de su finca como a milites y a cada uno les adjudicaba un nombre ilustre. Tan loco estaba que su hermano Chapita tuvo que mandar a suicidarlo. 
Otros muchos afirman que se suicidó sin ayuda.
(Siete al anochecer [18])
Bibliografía
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator

 (5)

La sagrada familia (continuación)
Diatriba tras diatriba se acumula en el injurioso y jugoso capítulo que José Almoina dedica a la gloriosa estirpe de los Trujillo Molina. Algo que sería indignante si el lector no sospechara que todo o casi todo lo que se dice es verdad o por lo menos merecido. El que queda peor parado de la familia, si acaso alguno queda, es el abominable Petán o Patán Trujillo, un personaje repulsivo que parece haber sido hecho a mano por el más inescrupuloso creador. Un dechado de maldad, el arquetipo del bravucón y cobarde, un engendro, un personaje retorcido y perverso. Un trujillito.
Dice Almoina que la biografía del feroz José Arismendy Petán se resume en una serie de asesinatos, violaciones y sobre todo estupros, y que cuando la impotencia lo convirtió en eunuco abusaba de las muchachitas desflorandolas con los dedos.

José Arismendy Trujillo, alias Petán
En Bonao estableció Petán lo que Almoina llama un bajalato, un territorio gobernado por un Bajá o Pachá. “A este megalómano –dice Almoina-, le había hecho su hermano Rafael a más de Mayor del Ejército, árbitro de las tierras de Bonao y explotador de la finca Rancho Grande”.
En Bonao, Provincia Monseñor Nouel en honor de un ferviente colaborador de Chapita, se hizo el petánico patán nombrar hijo adoptivo, rey o señor feudal, dueño de vidas y haciendas y empezó a cometer, según dice Almoina, todo tipo de crímenes para apoderarse de tierras y doncellas. A los peones de sus fincas, a los que pagaba una miseria, los enganchaba a la guardia sin que ellos lo supieran y se embolsillaba discretamente el salario, que triplicaba lo que recibían. En Bonao lo odiaban cordialmente, pero era un hombre valiente que repartía bofetadas a diestra y siniestra con el respaldo de sus guardaespaldas, un temerario que sólo se paseaba o se paseaba sólo en compañía de su celosa escolta.
No puede olvidarse que Petán fue el fundador de la emisora radial La Voz del Yuna, que luego se llamó La Voz Dominicana y fue trasladada de Bonao a la capital por órdenes de Chapita. Años más tarde, en 1952, se convirtió en el primer canal de televisión del país y uno de los primeros de América Latina.
La contratación de artistas latinoamericanos de mucho relieve convirtió la semana aniversaria de esa Voz Dominicana en uno de los eventos culturales más glamorosos de la era gloriosa. En éste se concentraba durante siete días la apasionada atención de los televidentes y muy especialmente la de Ramfis Trujillo, el impenitente lujurioso y violador que en más de una ocasión intentó meterle mano a más de una de las graciosas vedettes extranjeras.
Aparte de sus inquietudes artísticas y su gran debilidad por los caballos y vacas ajenas, Petán sentía un gran amor por la agricultura. Por eso Chapita le concedió el monopolio de frutos menores, la exportación y comercio de huevos, granos, guineos, aves, etc. En consecuencia, la venta de los productos, que con anterioridad constituían un libre mercado, se canalizó a través de grandes almacenes.
El miserable Petán –si es cierto lo que dice Almoina en su libelo– muy luego distribuyó por el campo dominicano destacamentos del Ejército, que obligaban a los campesinos a entregarles los productos de su trabajo a precios irrisorios. Hizo más; intervino en los muelles de los puertos para que sin su autorización no pudiera salir del país un solo racimo de plátanos. Quedó así, por el doble sistema de coacción directa o de intervención coactiva, todo el sistema en sus manos. En adelante no se consumirían frutos menores sin pasar por las manos de Petán. Él los mandaba a comprar directamente, a precios caprichosos, y el campesino no tenía otro remedio que vender. Este monopolio se amplió con el de la exportación de huevos y aves. La cosa se llevó al extremo de que el campesino que salía a la carretera y no entregaba sus productos a los esbirros de Petán, aparecía muerto, modo de sembrar el terror en la comarca”.
En otra época menos afortunada, esto hay que reconocerlo, Petán arriesgaba el pellejo para ganarse la vida y en incontables ocasiones -ya se ha dicho- cayó preso y mal preso. Un testimonio cristiano y casi conmovedor de las penurias por las que tuvo que pasar José Arismendy me ha sido proporcionado recientemente desde Miami por el apreciado amigo Tiberio Castellanos.
Tiberio vió en una ocasión que nunca se borraría de su memoria cuando a Petán lo llevaban preso por robo de ganado en el tren que venía de Sánchez hacia San Francisco de Macorís. El tren tardaba una eternidad en el trayecto, casi un día completo, y se detenía en Pimentel, un pueblo que originalmente se había llamado Partido del Cuaba y alguna vez se había llamado Barbero, gracias a un célebre personaje.
En Pimentel demoraba el tren otra eternidad. Allí -dice Tiberio Castellanos- la locomotora “bebía” agua de un gran tanque frente a su casa. Tiberio recuerda todavía claramente que Manuel Mora (que tenía el cargo de Síndico, Gobernador o algo parecido), subió a la portentosa y resoplante máquina a ver al preso y mandó que le trajeran comida y agua.
Dice Tiberio que la gente decía que Petán nunca olvidó esa atención.
(Siete al anochecer [19])

 (6)

La sagrada familia (continuación)
En comparación con Petán Trujillo, su hermano Héctor Bienvenido, alias Negro, parece haber sido un hombre decente, el más decentemente indecente de los Trujillo.
Alguna vez fue Secretario de Guerra y Marina y sucesor de Chapita en caso de muerte. Era de alguna manera su hermano favorito, o por lo menos con el que mejor se llevaba, y el único que, aparte de él, ostentaba el título de generalísimo, amén de que fue también presidente de la República.
Negro Trujillo mantenía un perfil relativamente bajo o mejor dicho discreto y tuvo una novia o marinovia formal llamada Alma McLauglinh Simó, con la cual contraería matrimonio en edad avanzada. La agraciada era hija de quien Almoina define como el indigno coronel Charles McLaughlin, uno que llegó al país durante la ocupación norteamericana y se quedo viviendo en calidad de consejero militar, traductor, socio empresarial de Trujillo y seguramente espía del imperio.
Negro Trujillo estuvo casado con Alma McLauglinh Simó hasta el fin de sus largos días, a la edad de 94 años, en la ciudad de Miami. En su testamento hizo constar que no tuvo ni un solo hijo y que su fortuna se la dejaba a ella y a dos sobrinas de ella. Muchas cosas podían inducir a pensar equivocadamente que era un compañero fiel y afectuoso. Pero en sus años mozos y no tan mozos, más que un marido o novio infiel era un depredador al que, según Almoina, se le escapaban muy pocas mujeres, generalmente jóvenes y atractivas. Cuando se cansaba de ellas las colocaba generosamente en algún puesto en el gobierno, en el Hotel Jaragua, en empresas particulares. Pero  Negro Trujillo tenía además un gusto morboso por las esposas de ciertos oficiales de alto rango, aunque no fueran agraciadas, y de sus relaciones descaradas con algunas de ellas se hablaba mucho entre los cortesanos de la era gloriosa. 
Antiguo faro casi centenario sobre el fuerte o fortín San José. Estuvo en pie hasta finales de los años de 1950
Por lo demás -dice el implacable Almoina- el Negro no desaprovechaba ningún medio deshonesto de enriquecerse, algo que era común a toda la familia, y al parecer sentía por la sangre, el derramamiento de sangre, el mismo amor que sus hermanos. Pocos meses después de abandonar el país en 1961, junto a casi toda su parentela (a causa del ajusticiamiento providencial de Chapita), se encontraron en algunas de sus fincas uno o varios cementerios sin cruces.
Otros hermanos de Chapita, como Virgilio y Pipí Trujillo, no eran menos despreciables, pero eran mucho más rastreros. Almoina dice que en un concurso de sinvergüenzas era Virgilio quien se llevaba el primer premio. Virgilio tenía un cargo diplomático en París cuando se derrumbó el frente republicano y miles de españoles salieron al exilio. Virgilio acudió generosamente en auxilio de muchos que buscaban con afán salir hacia las playas americanas y se entendió con ellos en términos de mercachifle. Dice Almoina que  recibió alhajas y oro en cantidad muy apreciable y cien dólares por cada refugiado que la República Dominicana aceptase. En consecuencia pasaron a Santo Domingo más de cinco mil españoles y Chapita se sintió contento porque quería blanquear el paìs, pero al mismo tiempo paró las orejas y exigió cuentas porque se trataba de un negocio y era un negocio redondo, jugosamente redondo. Virgilio rindió cuentas, pero las cuentas no cuadraron y el enojo de Chapita fue de mayor cuantía, proporcional al descuadre de la cuenta. Chapita procedió a destituir a su hermano 
Añade Almoina que en el asunto anduvo, como agente de Virgilio, Porfirio Rubirosa, a quien llama “el asesino Porfirio Rubirosa”, y que la operación fue tan turbia que para que se cumpliese el informal contrato de inmigración los exilados tuvieron que aportar nuevas cuotas al sustituto de Virgilio. Esto significa que Chapita y sus familiares no sólo eran ladrones sino que se robaban entre ellos.
En cuanto a Pipí Trujillo (Amable Romeo Trujillo Molina), lo primero que hay que decir es que era un poco lo que su apodo indica o implica: Un tíguere bimbín, como se dice en buen dominicano, un pillo de siete suelas, un arrastrado, un truhán, un pelafustán, un tipo de la más baja ralea, si acaso no lo eran todos sus hermanos.
De Pipí Trujillo se decía (entre muchas otras cosas de las que ninguna era halagüeña), que tenía por costumbre o por deporte chocar como al descuido los automóviles de personas que parecieran pudientes. Salía entonces como quien dice a inspeccionar el daño, se mostraba afligido, molesto, desencantado, entregaba finalmente la llave de su vehículo al agraciado dueño del  ehículo que había chocado y exigía con una petición perentoria que se lo cambiara por uno nuevo. (Algo parecido hacían algunos de los generales de Balaguer durante el fatídico régimen de Los doce años).
Quizás una de las cosas peores que hizo Pipí (con consentimiento de Chapita por supuesto) fue desmantelar un gracioso, un espigado faro casi centenario que se erguía en el antiguo fuerte de San José y que vendió miserablemente como chatarra. Toda una obra de arte, un monumento de gran valor histórico desmembrado pieza por pieza, montado en grandes camiones, llevado al matadero, condenado a la fundición.
En general, Pipí se dedicaba, según dice Almoina eufemísticamente, a la trata de blancas. Se dedicaba a la extorsión, a cobrar peaje a las prostitutas. En realidad parecería que Almoina exagera o miente o simplemente calumnia cuando afirma lo que afirma del Amable y Romeo Pipí Trujillo Molina. ¿Quién lo creería?:
Pipí no es un polluelo, es un padrote que monopoliza la trata de blancas. Este retoño del gran cuatrero dedica sus actividades a cobrar a dólar por día y mujera todas las que venden sus gracias, sea en las casas de lenocinio, sea en sus domicilios privados. Nadie puede ejercer en Ciudad Trujillo la prostitución sino entrega un dólar a Pipí. Es un monopolio que su hermano el déspota le concedió. Para que no se escape sin pagar, ninguna mujer que ponga venal su cuerpo, Pipí recorre, con sus esbirros, los lupanares, casas de citas, cabaretuchos, etc., noche a noche”.
Por coincidencia, a ese  mismo oficio de tinieblas, el de la prostitución, se dedicaba muy profesionalmente en sus mejores años su hermana Nieves Luisa, pero no es probable que Pipí le hubiera cobrado peaje.
(Siete al anochecer [20])
Bibliografía:
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”

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La sagrada familia (última parte)

La impoluta Nieves Luisa era la estrella de la familia Trujillo, quizás la primera que alcanzó notoriedad fuera del país. Se dio a conocer especialmente en Cuba donde ejerció con mayor éxito su profesión. La profesión de Silveria Valdez, su abuela paterna. Almoina dice en su execrable libelo que era cantonera en La Habana, es decir, prostituta callejera:
“Mujer en sus años juveniles de muy gentil donaire, había conocido los hoteles equívocos de La Habana en su totalidad. Quiere decirse que había estado en la capital cubana dedicada a vida ‘non santa’”.
Cosas impeorables dice de esta señora Pedro Andrés Pérez Cabral en su obra “El ladrón de San Cristóbal”, escrita casi con el mismo espíritu crítico, el mismo afán demoledor de la de José Almoina. Nieves Luisa Trujillo Molina -dice Pérez Cabral-“en su juventud se le conocía como ‘la Trujillito’, por su vocación protagónica cuando se entusiasmaba en los prostíbulos”. 

Nieves 
Luisa Trujillo Molina
Lo que es peor, dice un testigo de cargo, es que se destacó en su carrera de mujer pública en uno de los más sórdidos lupanares del este. De modo que “Cuando en enero de 1920 se procesó a Trujillo en San Pedro de Macorís por el estupro de una niña en Los Llanos, Nieves Luisa era popular en La Arena, zona de tolerancia de prostitutas en esa población. Que todavía existe”.
Salomón Sanz, un  cercano colaborador del régimen, cuenta que las noticias del degradante espectáculo que protagonizaba Nieves Luisa en el fastuoso escenario de “La Arena” y la vida desorganizada que le habían dado tanta fama avergonzaban al mismo Chapita. Esa mujer, su propia hermana, mancillaba sin duda el honor de su familia, hería  su sentido del pudor, su puntilloso pundonor, y siempre fue para él, según se dice, un problema agobiante, un estigma social, algo tan humillante como la falsa, seguramente falsa o supuesta acusación de estupro que lo persiguió durante muchos años.
Por suerte la Nieves Luisa se fue o le aconsejaron que se fuera a Cuba en 
los años veinte en busca de nuevos horizontes y allí alcanzó el estrellato, la consagración definitiva.
De ella y sus hermanas habla con ciertos detalles Crassweller y nada de lo que dice parece tener desperdicio. Pone el punto en las llagas, exactamente en las llagas y con la pus que destilan elabora cuatro perfiles: cuatros miniaturas en claroscuro dignas de Goya o de Rembrant.
Dice Crassweller (en traducción libre o libérrima) que las cuatro hermanas eran personas fuera de lo común, que Marina y Japonesa eran hogareñas y que se enriquecieron junto a sus esposos haciendo negocios que se beneficiaban de sus relaciones con el gobierno.
Marina, que era la mayor de los Trujillo Molina, gozaba de la protección de Chapita, según cuenta Crassweller, hasta el grado de que le permitía de vez en cuando, venderle al gobierno, a precios muy inflados, las casas que construía y que de seguro habían sido financiadas generosamente con dinero del mismo gobierno.
Julieta era la hermana extraña, incluso, en apariencia,  recatada. Dice 
Crassweller que nunca abandonaba su hogar, nunca se mezclaba en la vida pública, era casi una extraña para la familia. En cambio, su esposo, Ramón Saviñón Lluberes, era hiperactivo socialmente. Saviñón era rico de nacimiento y aumentó inmensamente su fortuna al obtener la concesión de la lotería del gobierno, la Lotería Nacional, una empresa rentable que dejaba legalmente unos dos millones de pesos al año, sin incluir otros beneficios provenientes de turbios manejos con billetes que no se vendían y luego aparecían entre los ganadores. 
En cuanto a la famosa Nieves Luisa, la cuarta hermana, dice Crassweller que aparte de diabética era muy similar a sus hermanos en carácter, inquieta, deshonesta y corrupta. Ella, afirma el indiscreto Crassweller, era la más inmoral de todos. 
Más adelante habla de algo a lo que ya se ha aludido: que se mudó a Cuba, que durante muchos años vivió en ese país, que demostró ciertos talentos ejecutivos y operativos, de los que Crasweller no da detalles ni explicaciones, y que se involucró al menos en dieciséis relaciones sexuales ilícitas de las que Crasweller tampoco da detalles ni 
explicaciones.
Lo que aparentemente hizo fue combinar la prostitución con la especulación en bienes raíces, vendiendo bienes inmuebles a precios altos después de desalojar a los propietarios mediante influencias políticas obtenidas en base a su innegable talento vaginal. 
La historia que, sobre este mismo personaje, cuenta el Dr. Lino A. Romero en su libro “Trujillo: el hombre y su personalidad”, difiere en ciertos matices de forma y fondo con lo que se ha dicho hasta aquí. El prestigioso siquiatra considera que “Nieves Luisa fue la contraparte femenina de su hermano” y que “fue una mujer inteligente, dinámica, emprendedora y con muy buen sentido del humor”, aunque igualmente “afectada por un trastorno antisocial de personalidad”.
El Dr. Romero no menciona a “La Arena” de San Pedro de Macorís como escenario de sus andanzas prostibularias, sino a “La Casa Blanca” de la ciudad capital. Es decir, una “Casa Blanca” que, a juzgar por el nombre y ubicación, debía tener cierto nivel de clase. Un viejo puertorriqueño 
llamado Don Juan era el dueño o gerente del centro de diversión y de vicio y tenía que ser bien conocido y frecuentado ya que se encontraba en la calle Estrelleta, al lado del Cementerio Municipal. “Nieves Luisa -dice el Dr. Romero- era una mujer atractiva, arrebatadoramente coqueta. Según dicen los que la conocieron, gustaba muchísimo y era prácticamente la estrella” del lugar y “una de las próstitutas más famosas de Santo Domingo”. La causa de su partida a Cuba fue una sarna “que se le presentó”. Viajaría entonces por motivos de salud y se perdería de vista hasta que Chapita llegó al poder.
En La Habana cosecharía muchos éxitos durante los fabulosos años veinte. Cultivó excelentes relaciones con oficiales del ejército y conocidos emprendedores y hombres de negocios con los que se involucraba como meretriz y empresaria de bienes raíces. Quizás a esto se refiera Crassweller cuando habla de sus talentos ejecutivos y operativos y de sus  relaciones sexuales ilícitas.
A su regreso al país tuvo amantes a granel, continuó con su vida 
licenciosa, pero ya no volvería a ejercer la prostitución, como no fuera por amor al arte. 
Chapita de alguna manera la metió en cintura, le puso un alto a su anarquía uterina mediante el sagrado vínculo del matrimonio, si acaso se lo puso. El hecho es que la casó con el militar  Manuel de Jesús Castillo, alias Lolo. Y cuando Lolo murió la casaron con el hermano. Éste logró sobrevivir mucho más tiempo a la unión y con mejor fortuna, pues llegó a ser jefe de la aviación. Además Nieves Luisa, que no tenía hijos, adoptó a Nene Trujillo, el hijo póstumo de Pepito, y se convirtió en buena madre.
Hasta la llegada de Flor de Oro y una hermana de Flor de Oro que aspira a excelsa matrona, no nacerían mujeres tan fogosas en la sagrada familia. Tan notorios o notables eran los excesos de Nieves Luisa, que hasta un hombre tan refinado y culto y taimado como Joaquín Balaguer se refiere a ella alguna vez en sus memorias de cortesano como “la oveja negra” de la familia. También dice que era atractiva físicamente o por lo menos la más atractiva de las hermanas. Quizás, sólo quizás, se sentía atraído por ella.
Al leer estas líneas cualquiera tiembla al pensar en el engendro que hubiera salido de un encate, un cruce o cruzamiento entre Balaguer y  Nieves Luisa.
(Siete al anochecer [21])
Bibliografía:
Dr. Lino A. Romero, “Trujillo: el hombre y su personalidad” 
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
Pedro Andrés Pérez Cabral, El ladrón de San Cristóbal. Caracas, s.p.i., 1946
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator

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Chapita tenía dieciséis años en1907, apenas dieciséis años cumplidos. Es una fecha que marca un antes y un después en su vida. Fue entonces que decidió como quien dice sentar cabeza y dar por terminadas o suspendidas sus correrías juveniles en compañía de Virgilio Álvarez Pina.Sólo mucho tiempo después se convertiría en jefe de la sagrada familia, el jefe de la manada de la que se ha tanto hablado hasta aquí.
El hecho es que en 1907, gracias a la mediación de su tío Plinio Pina, consigue empleo como telegrafista. Durante tres años serviría, en efecto, en las   oficinas de telégrafo de San Cristóbal, Baní y Santo Domingo donde ganaba la astronómica suma de veinticinco dólares mensuales. Nada despreciable para la época. Pero el puesto no colmaba sus aspiraciones ni el trabajo honrado como, ya se sabe, era su meta.

Guardia Campestre
Poco tiempo después de tan amarga experiencia laboral, Chapita se involucraba en falsificación de cheques y se le consideraba sospechoso de haberle metido mano a un dinero en una oficina postal. Por el primer delito -dice Crassweller- fue condenado por un juez de San Pedro de Macorís, pero de alguna manera se libró de la cárcel.
Al término de su carrera de telegrafista y falsificador de cheques empieza lo que Crassweler denomina el período oscuro de su vida, aproximadamente seis años, entre 1910 y 1916.
Se supone que en ese tiempo hizo un poco de todo tipo de cosas malas, cometió todas las bellaquerías, se convirtió, junto a Petán, en el azote de los ganaderos en los alrededores de Santo Domingo y posiblemente en las provincias cañeras del Seibo y San Pedro de Macorís. Se convirtió, en resumen, en un delincuente profesional. Se supone o se sabe que en algún momento se hizo miembro de una pandilla de asaltantes y se supone que en los tribunales se acumularían acusaciones en su contra, pero no existe documentación al respecto. No hay documentos históricos y muy pocas referencias sobre esta parte de su vida. Es un periodo cuya documentación fue deliberadamente destruida en incendios provocados por los interesados para hacer desaparecer expedientes contra la familia.
Algo que si se sabe a ciencia cierta es que cada día se iba haciendo de mayor fama como azote de las mujeres que se ponían a su alcance. Una de sus primeras víctimas fue Aminta Ledesma, a quien conoció en 1913 y con quien contrajo matrimonio. Siempre se dijo que su familia lo despreciaba  cordialmente y sólo accedió a la unión  porque la muchacha estaba en cinta. Deshonrada y en cinta.
Con ella tuvo una hija llamada Julia Génova y otra llamada Flor de Oro. Crassweler cuenta que la primera murió al cabo de un año, no sin que el padre hiciera esfuerzos desesperados por llevarla a un médico, tratando de salvarla. Cosa que le impidió un temporal, la crecida de ríos que interrumpieron las comunicaciones y el transporte. Esa pérdida de la que fue su  primera hija lo afectó sensiblemente.
Con la segunda hija tuvo muchas veces relaciones conflictivas y se decía que la hizo salir del país para no tener noticias de los frecuentes escándalos en que se veía envuelta o comprometida. Flor de Oro estuvo casada con el cantante Lope Balaguer después de haber caído en las garras de Porfirio Rubirosa,  o viceversa, y por fortuna no tuvo hijos con él ni con ninguno de sus ocho maridos ni con ninguno de sus  incontables amantes.
Por esa misma época -cuenta Crassweler- empiezan a manifestarse las primeras inquietudes políticas de Chapita. Aparece firmado con su nombre, en el Listín Diario, un documento concerniente a una figura pública y hace campaña a favor de Horacio Vásquez. Lo motiva el oportunismo del trepador social, no el idealismo. En su caso, y en la mayoría de los casos, la política es una extensión, una variante, una rama de la delincuencia, una forma de ascender por la escalera social o perecer en el intento.
A Chapita le fue mal en principio. Participó en una montonera contra el presidente Juan Isidro Jimenes en 1915, uno de los tantos levantamientos que se produjeron y fueron aplastados ese mismo año, y se vio obligado a huir y a esconderse. Después de un tiempo salió de su escondrijo y se presentó en condiciones piadosas ante el Ministro de justicia, que era Jacinto Peynado, y pidió perdón humildemente.
El episodio, que Crassweler relata, resulta a la vez extraño y sorprendente. Todas las fuentes conocidas describen a Chapita como un tipo limpio, aseado, atildado, acicalado, preocupado en grado extremo desde la infancia o adolescencia por la apariencia, esmerado en el vestir. Incluso cuando era pobre las pocas ropas que tenía estaban siempre en excelente condición. Su gran amistad con su tío Plinio Pina -dice Crassweller- sólo se alteraba, así fuera discretamente, cuando Chapita se apropiaba de sus corbatas.
El hombre que describe Crassweler, el que se presentó ante Jacinto Peynado a pedir perdón para poder regresar a su casa, estaba vestido de harapos y en deplorable condición física, había perdido muchos dientes a causa de desnutrición, golpes u otras causas, y estaba sumido en un total abandono y parecía además un tipo insignificante.
Peynado lo miró tal vez con pena y desprecio, quizás con indiferencia y ordenó que lo dejaran en libertad, pero antes de que se fuera le preguntó casualmente su nombre y la respuesta fue:
“Rafael Leonidas Trujillo, de San Cristobal”.
Después de tan  bochornosa, tan degradante y poco rentable aventura, Chapita no volvería a tomar parte o participar en ningún movimiento político como peón de la montonera. Lo dirigiría desde lo más alto cuando la ocasión fuera propicia. Y mientras tanto volvió a las andadas, se dedicó nuevamente a actividades criminales, a su vida de maleante, si acaso alguna vez dejó de  serlo. Así, en 1916 se hizo miembro junior -como dice Crassweler- de una copiosa pandilla de rufianes que años más tarde usaría para llegar al poder. Uno de los miembros más distinguidos o conspicuos era Miguel Ángel Paulino, un matarife vesánico, uno de esos demonios siempre sedientos de sangre que con el tiempo formarían parte de la élite de asesinos luciferinos de la era gloriosa, junto a Josè Estrella, Boy Frapier, Emilio Ludovino Fernández, Fausto Caamaño, Felix W. Bernardino, José María (el Guaraguao) Alcántara,  Federico Fiallo, Arturo (Navajita) Espaillat, Jhonny Abbes García, Candido (Candido) Torres, Roberto Figueroa Carrión, Espaillalito, Cholo Villeta, Dante Minervino, Alicinio Peña Rivera y tantos otros torturadores y asesinos de menor y mayor cuantía.
La pandilla, conocida como La 44, se dedicaba al robo de bodegas de las que abastecían los bateyes, soborno, extorsión, chantaje, robo de ganado, asaltos a mano armada, asesinatos por encargo.
El negocio no parecía ir muy bien o comportaba riesgos que Chapita no estaba dispuesto a correr. El hecho es que, por alguna razón, posiblemente ajena a su voluntad, a finales de año, el 1916, buscó empleo en un ingenio, un central azucarero, y durante una zafra trabajó en el pesaje de la  caña, un tarea muy ingrata o por la menos aburrida en la que debió sentirse poco a gusto. Su buena estrella comenzó a brillar cuando lo nombraron guarda campestre, una combinación de vigilante y policía privado. Ahora Chapita andaría a caballo y vestiría de uniforme, llevaría en el pecho una placa, una chapa o chapita de metal, símbolo de autoridad, y portaría un fusil, una bayoneta o un tremendo revólver al cinto. Ahora sí, por fin, Chapita se sentía más o menos en su aguas. Tenía veinticinco años y una ambición desmedida y un inmenso caudal de mala leche del que se alimentaban todos sus perversos proyectos.
(Siete al anochecer [22])
Bibliografía
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator

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El empleo de guarda campestre traía aparejado un salario de treinta dólares mensuales y convertía al maleante, casi por arte de magia, en un agente del orden público, una combinación de vigilante y policía privado, toda una autoridad en el cerrado y estrecho mundo del central azucarero.
El guarda campestre, dice Crassweller, trabajaba doce horas al día todos los días de la semana y también de noche cuando era necesario. Llevaba uniforme de mezclilla azul (especie de tela de jeans o vaqueros) y una placa que representaba la ley, el orden. Era una figura familiar que aparecía en cualquier lugar a caballo, con un poncho o capote enrollado en la silla para el caso de que lloviera, lo cual era casi constante o por lo menos muy frecuente en esa época.
El trabajo de guarda campestre, según Crassweler, no era de mucho prestigio, aunque tampoco era objeto de desdén. Más bien infundía respeto o temor o ambas cosas, porque el guarda campestre era en general una persona deshonesta, carente de sensibilidad y escrúpulos, muchas veces un abusador, cuando no un vulgar matarife. Sin embargo, mucho debió contribuir esta posición a la afirmación o reafirmación del orgullo y autoestima de Chapita. Y sin lugar a dudas lo preparó para la siguiente y definitiva etapa de su vida: la carrera militar.
Como guarda campestre, dice Crassweler, Chapita desempeñaba múltiples funciones. Tenía que proteger el dinero de la paga que se distribuía semanalmente, prevenir y detener peleas que se producían con frecuencia en fiestas y galleras, mantener a raya a los agitadores que se infiltraban en los bateyes a predicar doctrinas foráneas. Mantener el orden, en general. El mantenimiento del régimen opresivo de cualquier central azucarero.
Todo parece indicar que el guarda campestre se beneficiaba de las ganancias que generaban las peleas de gallos y juegos de azar ( las llamadas rifas de aguante) y de seguro no era ajeno a ciertos tipos de negocios turbios como la extorsión o la usura. Chapita se convertiría entonces en esa figura tenebrosa que es posible imaginar, una figura lúgubre, a veces bajo la lluvia, con un capote que semejaba un traje de difunto, la tétrica silueta a caballo, armado hasta los dientes bajo el sol o la lluvia o al amparo de las sombras. Casi un señor de horca y cuchillo.
Pero Chapita sólo duraría un par de años en ese empleo. Los yanquis le conseguirían, o se lo conseguiría él mismo, otro mejor, uno que le duró toda la vida.
Los yanquis gobernaban entonces directamente el país. Habían desembarcado en Santo Domingo (igual que habían hecho en Haití) para convertirlo definitivamente en un enclave azucarero, pero con el pretexto siempre loable de establecer el orden y preservar las instituciones o restaurar la democracia. Luego, en el fatídico 29 de noviembre de 1916 (casi en el mismo período en que Chapita había conseguido su trabajo de guarda campestre), un capitán de navío llamado Harry Shepard Knapp emitió una proclama desde un buque llamado Olimpia. La proclama de Knapp desconocía, en nombre de su gobierno, a la República Dominicana como estado soberano y establecía un régimen militar de ocupación que duraría ocho años.
Los tropas del imperio procedieron de inmediato a disolver el ejército y a desarmar en la medida de lo posible a toda la población, crearon una especie de servicio de espionaje para vigilar a los opositores bajo un régimen de dictadura férrea que implicaba censura, amenazas, encarcelamientos, torturas y asesinatos.
Ocupar el país de los dominicanos fue un poco más fácil que someterlos. Se produjeron episodios de oposición y levantamientos y protestas en diferentes zonas. Pero fue en el este, en las provincias de San Pedro de Macorís y el Seibo, donde se le presentó al invasor la más enconada resistencia, una que corría pareja con la más feroz represión. En esas zonas, de muy difícil acceso, surgieron o se reavivaron numerosos focos de insurgencia que mantuvieron en jaque varios años a las fuerzas de ocupación. En general los insurrectos recibían el mote despectivo de gavilleros, cuando no de ladrones o saqueadores, pero era muy heterogénea la composición de sus fuerzas. Había entre ellos verdaderos patriotas nacionalistas, bandas que habían hecho del pillaje una forma de vida, algún fanático religioso, y sobre todo campesinos que habían sufrido (igual que en otras partes del país) el despojo de sus tierras a manos de los capitalistas extranjeros vinculados al imparable desarrollo de la industria azucarera durante los primeros quince o veinte años del siglo.
El combate contra los gavilleros se llevó a cabo de una manera brutal, pero muy poco fue lo que pudieron hacer en principio las tropas del imperio.
Los insurrectos no presentaban un frente unido ni tenían, en general, un propósito político definido, aparte de la lucha por la supervivencia frente a los invasores. Además, actuaban sin coordinación entre ellos, en diferentes frentes guerrilleros y gozaban de amplio apoyo popular. Solían atacar y replegarse como quien dice a su antojo, asaltaban bateyes, ingenios y bodegas. Ocasionalmente incendiaban los inmensos plantíos de caña o chantajeaban a los administradores de los ingenios para que les pagaran a cambio de no hacerlo. Después se ocultaban en montañas y cuevas, en la espesura de un territorio densamente arbolado o quizás tupido de maleza punzante y de mosquitos, inhóspito y desconocido para las tropas del imperio.
Para enfrentar el problema y evitar que se generalizara en otras regiones del país, los altos mandos de las tropas de ocupación decidieron crear una guardia nacional y la crearon, una guardia nacional antinacional. Y así, oficialmente, Harry Shepard Knapp, el 7 de abril de 1917 emitió una orden ejecutiva, la número 27 del gobierno militar, que establecía la organización de un ejército de tropas cipayas llamado eufemísticamente Guardia Nacional Dominicana, pero comandada por oficiales norteamericanos. Tenía en principio unos ochocientos efectivos, un selecto grupo de personas de la peor ralea al servicio del imperio.
El reclutamiento de oficiales no fue tarea fácil, como dice Crassweler, porque los dominicanos con la requerida educación o formación eran renuentes a servir. De hecho, el repudio del pueblo contra la intervención era generalizado y una gran parte no disimulaba su hostilidad. En cambio, a Chapita y otros de su calaña les pareció ver el cielo abierto cuando se presentó la oportunidad de hacer carrera en esa guardia que llamaban nacional y se ofreció como voluntario.
La carta de solicitud que, con fecha 9 de diciembre de 1918 Chapita dirige al coronel C. F. Williams, comandante de la Guardia Nacional Dominicana, es todo un primor, algo que revela la candorosa hipocresía, el cinismo casi angelical de Chapita el grande.
Chapita solicita humildemente su ingreso, una humilde posición como oficial en la Guardia Nacional Dominicana. Pide excusas protocolares por molestarlo al Coronel Williams y afirma decorosamente que es un hombre al que no se le conocen vicios, que no fuma ni bebe y que no ha sido, sobre todo, de ninguna manera convicto, involucrado en ninguna corte por ningún tipo de delito.
Explica que en su ciudad nativa de San Cristóbal, a treinta kilómetros de distancia de esta ciudad de Santo Domingo, ha pertenecido y pertenece a la mejor sociedad, que tiene 27 años de edad y es casado. Un marido ejemplar seguramente.
Añade finalmente que en San Cristóbal y en la ciudad de Santo Domingo pueden dar testimonio de su conducta y buenas maneras Rafael A. Perdomo, Juez de instrucción de la primera jurisdicción, Eugenio A. Álvarez Álvarez, Secretario de la corte de primera instancia y el abogado Armando Rodríguez, consultor jurídico de la secretaría de estado de justicia.
Finalmente firma:
Sinceramente suyo 
Rafael L.Trujillo
El 18 de diciembre presenta otra carta, una de recomendación, escrita en papel timbrado, del gerente o administrador del Central Boca Chica, donde Chapita había trabajado como guarda campestre.

 (10)

La carta de solicitud de Chapita a la Guardia nacional fue acogida favorablemente en pocos días, casi como si la hubieran estado esperando. Ciertas influencias, como las de Teódulo Pina Chevalier, del capitán James J. MacLean y posiblemente del capitán Fred Merkle no fueron insignificantes. Teódulo era su tío materno, el hermano de Plinio, y mantenía las mejores relaciones con las tropas del imperio y era sobre todo amigo de MacLean, mientras que Merkle, el fatídico Merkle, era amante o cliente asiduo de Nieves Luisa. Por esto último decía Ramón Alberto Ferreras que Trujillo se enganchó a la guardia gracias a las nalgas de su hermana (Nieves Luisa en su mejor época). De cualquier manera, no cabe duda que Chapita era el tipo de hombre que los marines estaban buscando. Un tipo de moral plegadiza o simplemente inmoral, carente de escrúpulos, de empatía, dispuesto a jurar y a matar por la bandera de sus amos.

Grupo guerrillero de Vicente Evangelista
Chapita recibió su nombramiento como segundo teniente a fines de diciembre de 1918 y se juramentó en enero del siguiente año. En un registro de la Guardia Nacional  aparece junto a un total de dieciséis segundo tenientes con el número quince. En el examen médico de rutina se hizo constar que su estado de salud era satisfactorio, tenía cinco pies y siete pulgadas de altura y pesaba ciento veintiséis libras. Estos datos, en caso  de ser ciertos, pondrían en evidencia que estaba bastante flaco.
La Guardia Nacional Dominicana tenía, entre otras cosas, la misión de colaborar con las tropas interventoras que perseguían en la región este a los llamados gavilleros dominicanos que defendían su territorio con las armas en la mano. De modo que, persiguiendo patriotas y gente que luchaba por no morirse de hambre se ganó Chapita la confianza del imperio norteamericano. Desde el principio, según los reportes oficiales, llamó la atención por “la corrección y limpieza de su uniforme y su persona”, su bien templada disciplina”, por ser  “extremadamente cuidadoso y correcto”. El mayor Watson, Thomas E. Watson, dijo que lo consideraba como “uno de los mejores oficiales en servicio. Casi todos los reportes hablaban de su eficiencia, eficiencia y obediencia al servicio de sus amos.
Entre 1920 y 1921, mientras Chapita estaba de servicio en el Seibo, tuvo lugar la intensificación de lucha contra los gavilleros. A esa época -dice Crassweler- pertenece una serie de  leyendas que se crearon para glorificar su figura egregia. El solo o con un grupo de valientes habría capturado toda una banda de rebeldes, habría penetrado en la jungla, en la oscuridad, enfrentado la muerte a cada paso mientras avanzaba. Finalmente arrestó y  esposó o encadenó a todos los supuestos criminales. A nadie mató, a nadie hizo mal este hombre de tanto valor.
Crassweler considera que esos relatos no son, por supuesto, más que fantasías. Asegura que Chapita, en ese tiempo, era un oscuro segundo teniente y nunca ejerció el mando en ninguna actividad contra los gavilleros y que su rol en la campaña fue mínima.
Participó, eso sí, en cierta especie de operación militar por la que recibió felicitaciones del mayor Watson. Una de tantas operaciones consistentes en la destrucción o quema de bohíos (con los marines al mando) para infundir terror entre los campesinos que apoyaban o se creía que apoyaban a los gavilleros. Ese tipo de iniciativa terrorista era algo rutinario que se hacía por lo menos semanalmente y que tenía efectos contraproducentes porque motivaba a mayor número de hombres y también mujeres a sumarse a la guerrilla.

Una mujer en la guerrilla
Las tropelías que tenían lugar iban más allá de lo que podría suponerse. El aislamiento de la zona y el difícil acceso a la misma impedía o
Dificultaba en grado extremo las labores de contrainsurgencia y al mismo tiempo permitía cometer con impunidad todo tipo de horrores. Lo que se estableció en el este del país fue -como dice Crassweller-, un reino de terror que recrudeció en los años de 1920 y 1921. Los marines del imperio, ahora auxiliados por la Guardia Nacional, se especializaban en abusos y crueldades, torturas de las clases más  brutales, y hay razones de peso para suponer que Chapita no se mantuvo ni le iban a permitir mantenerse al margen.
Cientos de personas fueron vejadas, apresadas, asesinadas, martirizadas con hierros al rojo vivo, obligadas a beber agua hasta reventar, arrastradas por caballos desbocados, incluso descuartizadas, todo un baño de sangre en gran estilo. El historiador Roberto Cassá afirma que en muchas ocasiones los infantes de marina quemaron bohíos pertenecientes a gavilleros o a familiares de gavilleros con todo y gente adentro.
El hecho es que las noticias de las barbaries que se cometían se esparcieron por el país a través de radio bemba, el rumor público, y llegaron a conocimiento del congreso norteamericano y fueron también confirmadas por investigadores del congreso norteamericano.
La dotación militar, o parte de ella, fue objeto de una aspaventosa purga, una purga más o menos real o supuesta, y la persona que fue señalada como principal responsable, es decir, el principal chivo expiatorio, fue el  capitán Fred Merkle, el ya mencionado amante o cliente asiduo de la mencionada Nieves Luisa. Merkle fue removido de su cargo, encerrado en la cárcel de Nigua y sometido a corte marcial en 1922.
Era tan evidentemente culpable y había cometido tantas atrocidades que sus compañeros decidieron ahorrarle el sufrimiento y evitar de paso un mayor escándalo, ventilando en un juicio sus incontables fechorías, y le proporcionaron un arma en su celda: una invitación a que se suicidara volándose los sesos. En una palabra, lo sacrificaron en aras del bien común, lavaron con su sangre la mancha en el supuesto honor de los marines. Alguien asegura que fue el primer suicida de la cárcel de Nigua, el primero de muchos que se suicidarían o serían suicidados en la oprobiosa cárcel de Nigua.
Mientras tanto, en las provincias de San Pedro de Macorís y el Seibo continuaron las expediciones punitivas de los marines y la Guardia Nacional contra los insurrectos y los pobladores locales, que sufrían los efectos colaterales. Muchos gavilleros (y un incierto número de marines), fueron muertos en combate o pasados por las armas, pero no fueron las armas las que determinaron el cese de la lucha (que había durado ya cinco o más años), sino las negociaciones y concesiones. Al final, en 1922, el gobierno de ocupación ofreció una amnistía general que formaba parte del Plan Hughes-Peynado, con el que se instauró un gobierno provisional y se puso fin a la primera (o segunda) intervención militar yanqui.
El legado de miedo y odio y un resentimiento visceral permanecieron iguales o intactos por mucho tiempo en la zona, hasta que la desmemoria y el olvido fueron haciendo su trabajo, borrando poco a poco el pasado.
(Siete al anochecer [24])
Bibliografía:
Luis D. Santamaría, “Los ‘Gavilleros del Este’, ejemplo de patriotismo”.
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator

 (11-11)

Chapita se encontraba en El Seibo en compañía de sus conmilitones José Alfonseca, César Lora, y Adriano Valdez, que habían entrado junto con él a la Guardia Nacional y ostentaban su mismo rango. Con el segundo de ellos mantenía una relación estrecha, según se dice, y el futuro les tenía reservado un reencuentro providencial.
En el Seibo, casualmente, Chapita probaría su suerte como advenedizo en la sociedad local y la suerte le fue adversa.
El hecho es que Chapita, que seguía casado formalmente con Aminta Ledesma (aunque ya en trámite de divorcio) se encaprichó o se enamoró de una joven con la cual planeaba un ventajoso matrimonio de conveniencia con el propósito de relacionarse, mezclarse -como dice Crassweler-con distinguidas familias de la provincia.
La familia que más le interesaba era la de Servando Morel, a la cual pertenecía la agraciada, la graciosa y dichosa criatura que se había hecho dueña de su corazón, la dulcinea Bienvenida Morel.
Chapita le ofreció matrimonio, según es de suponer, al cabo de ciertos galanteos, a la  Bienvenida hija de Servando y casi al mismo tiempo solicitó la membresía en el principal club de El Seibo. En el club le dieron bola negra sin compasión, lo rechazaron en varias votaciones consecutivas. Bienvenida Morel, por su parte, declinó el dudoso honor de ser su esposa y al parecer hizo bien, tomó la decisión correcta la gentil doncella, desairó al gentil caballero que esperaba su respuesta como el Quijote de Rubèn Darío, con la adarga al brazo, toda fantasía, y la lanza en ristre, toda corazón.
El teniente Chapita no era gracioso ni caía en gracia. Recibió un doble desplante, una doble humillación que nunca olvidaría, que hirió su ego y alimentó la caldera de sus odios y resentimientos.











Tropas de ocupación en la zona colonial de Santo Domingo.

Chapita demostraría  muchas veces que a pesar de la imagen de oficial y caballero que quería proyectar, seguía siendo el mismo abusador, atropellador de mujeres y violador, alguien que persistiría hasta el último día de su vida en su condición de ave rapaz, de gavilán pollero. En una ocasión (una de las  ocasiones de que se tiene noticia), mientras patrullaba en busca de guerrilleros, abusó varias veces de una muchacha y fue sometido ante una corte marcial en 1920. Las evidencias eran abrumadoras y habrían sido más que suficientes para condenarlo, pero Chapita era muy valioso para el imperio y, según se sabe, una junta de oficiales norteamericanos se negó a condenarlo.
Chapita era un hombre con suerte, después de todo, aunque no en el amor. En realidad, más que afortunado, era fortunatissimo, como dicen los italianos. Los yanquis habían creado la Guardia Nacional y crearían al poco tiempo una unidad de oficiales de élite para dirigirla cuando desocuparan el país. Para tal fin, en el mes de agosto de 1921 fundaron la Academia Militar de Haina y reclutaron a veintidós segundo tenientes para un curso o cursillo de cuatro meses. Chapita estaba casualmente entre ellos.
Crassweler explica que los rangos fueron anulados y todos se convirtieron en simples cadetes. La restitución o reconfirmación de esos mismos rangos dependería del desempeño académico. En diciembre, con un excelente récord de notas, Chapita recibió la suya y fue designado comandante de San Pedro de Macorís. Ahora era teniente segundo de verdad. A partir de este momento la carrera de Chapita iba a ser tan exitosa que a veces daría la impresión de que todas las circunstancias se conjuraban o conspiraban a su favor.
Así, en enero de 1922 el comandante del Departamento Norte de Santiago, nada más y nada menos que el ahora mayor César Lora, pidió que fuera asignado a su comando. Lora era su amigo, aquel con el que había confraternizado desde que entró a la guardia y durante su estadía en el Seibo. Además le tenía a Chapita, según el mismo decía, una absoluta confianza.
El  flamante segundo teniente Chapita fue entonces trasladado al Cibao y al poco tiempo, mientras se encontraba de servicio en San Francisco de Macorís, fue ascendido al rango de capitán sin pasar por el de primer teniente. Una distinción que ningún otro oficial recibió.
Esta promoción -dice Crassweller- ocurrió simultáneamente con la reorganización de la Guardia Nacional Dominicana que entonces se convirtió en Policía Nacional Dominicana. La policia que luego pasaría a ser Brigada Nacional y finalmente Ejercito Nacional.
Chapita fue trasladado a Santiago donde lo pusieron al mando de una compañía, como corresponde a un capitán. A poco tiempo de su llegada, un favorable reporte exaltaba de nuevo sus méritos y cualidades:  “Este oficial es muy eficiente, uno de los mejores oficiales dominicanos en el Departamento Norte”.
En 1823 realizó otro curso de unos cuatro meses, esta vez en la Escuela de Oficiales del Departamento Norte: estudios de administración, topografía, ingeniería de campaña, derecho y maniobras de compañías y batallones. Chapita no sólo le sacó provecho a los estudios, sino que dio inicio o reafirmó una valiosa amistad con el coronel Thomas Watson, que era unos de los instructores, y al poco tiempo fue nombrado inspector del Primer Distrito Militar.
Chapita ocupaba entonces una de las más altas posiciones en mando y uno de sus superiores era ese mayor César Lora que había pedido su traslado del Este al Norte, su gran amigo y canchanchán J. César Lora, a quien Chapita tanto tenía que agradecer y agradecía.
Lora era el oficial que los yanquis se proponían dejar al mando, el favorito de los ocupantes para tomar las riendas del poder militar cuando se produjera la desocupación del país, que ya era inminente. Pero en 1924 el mayor Lora murió de muerte innatural, de muerte que parecía casi providencial.
Según  dicen las malas lenguas, el mayor César Lora tenía un enredo con una mujer ajena, una casada infiel, y alguien lo chivateó. El marido era dentista y era teniente y una tarde o una noche en que se apagaron los faroles y se encendieron los grillos (como en el poema de Lorca), encontró al mayor bajo un puente, montando su potra de nácar sin bridas y sin estribos. Bajo un puente del río Yaque del Norte encontró el teniente al mayor Lora sobre su mujer, o quizás viceversa, y se cobró con sangre la afrenta. El suceso no fue una obra de la providencia, no tan providencial.
Chapita no tenía nada que ver con el incidente, a pesar de lo que puedan pensar los malpensados, se lo impedía su condición de oficial y caballero, su honor de cuatrero y violador y el agradecimiento que dispensaba al mayor Lora. El dentista se había cobrado una deuda de honor, al fin y al cabo, y Chapita no tenía, por razones de empatía, grandes motivos para  lamentar esa muerte, pero por lo mucho que tenía que ganar debió ponerse por lo menos contento o resignarse de buena gana ante el hecho consumado.
La naturaleza, como se sabe, odia el vacío y, diez días después de la ejecución de Lora,  Chapita había ocupado su lugar y se hizo con el rango de mayor.
Chapita, que era un furioso apasionado del  merengue, pudo escuchar al poco tiempo la pieza que refería la tragedia de su mentor y amigo en versos casi festivos:
“Debajo del puente Yaque / mataron al mayor Lora / por estarle enamorando / al teniente su señora.
Cuando las tropas invasoras dejaron el paísen 1924, el mayor Chapita ocupaba la tercera posición en el escalafón militar. Y ese mismo año, contrariando todos los pronósticos electorales, que favorecían a Francisco José Peynado, ganó Horacio Vásquez la elección a la Presidencia de la República.
Horacio tenía una simpatía o debilidad  enfermiza por Chapita y Chapita supo aprovecharla, y supo además maniobrar, con su innata astucia y falta de escrúpulos, para desplazar del mando a otros competidores como el capitán Ramón Saviñon y el coronel Buenaventura Cabral y Baéz. De esta manera allanó el camino, pudo quedarse sólo como candidado al máximo escalafón militar.
Al poco tiempo de su llegada al poder Horacio lo ascendió a teniente coronel, el 13 de agosto de1927 lo promovió a brigadier general y en 1928 a brigadier general y Jefe de Estado Mayor.
Fabricado militarmente como quien dice al vapor en apenas diez años, el brigadier Chapita muy pronto se haría dueño del país, se lo metería literalmente en un bolsillo.
(Siete al anochecer [25]).

2 comentarios:

TOGADO DIGNO dijo...

Sin desperdicio!

Felix Arroyo dijo...

Quien poblaba La Miel, Dajabon e Independencia en 1935? La respuesta confirma lo que no se queria que repitiera con los pueblos de San Miguel de la Atalaya, San Rafael, Hinchas y Las Caobas. Es antidominicano no fijar la frontera y "dominicanizarla". El vecino tenia millones de gente (presion demografica) y RD vulnerable a la invasion con instituciones debiles y poca densida demografica. Piensen antes de evaluar!