sábado, 17 de julio de 2021

La resurrección de la bestia

Pedro Conde Sturla

16 julio, 2021

Foto de Trujillo después de la operación de ántrax

A la muerte de Jacinto Bienvenido Peynado y Peynado en 1940 —a mitad de su período como presidente títere de la República—, ocupó la presidencia otro títere de nombres y apellidos igualmente rimbombantes: Manuel de Jesús María Ulpiano Troncoso de la Concha.

sábado, 3 de julio de 2021

La noche quedó atrás (2 de 2)

Pedro Conde Sturla

2 julio, 2021

Foto autografiada de Jan Valtin, seudónimo de Richard Julius Hermann Krebs. 

La publicación de “La noche quedó atrás” (1941) en los Estados Unidos (cuando la Segunda Guerra Mundial se enseñoreaba en vastas regiones del planeta), desató un interés inusitado. En poco tiempo se vendió un millón de ejemplares y el éxito dio origen a unas agrias controversias sobre la autenticidad del autor y la obra. Se llegó a afirmar en algunos medios que Jan Valtin no existía o que no había escrito el libro. O bien que no era posible que alguien hubiera podido vivir y sobrevivir a tantas y tan temerarias aventuras.

sábado, 26 de junio de 2021

La noche quedó atrás

Pedro Conde Sturla

25 junio, 2021

Aquel poema al inicio de aquel libro me produjo una emoción parecida a una conmoción, un sacudimiento visceral. Era un poema desafiante, de William Ernest Henley, al que alguien le puso un título que el autor no le había puesto: “Invictus”. Un título preciso, impecable, que se corresponde perfectamente con el sentido del poema. Ha sido traducido muchas veces al español y de alguna manera conserva su fuerza. La versión que siempre he preferido es la que aparece a manera de epígrafe en aquel libro:

sábado, 19 de junio de 2021

El oficio de vivir

Pedro Conde Sturla

18 junio, 2021

Oficio de vivir. Oficio de escribir. Oficio de morir. Los tres oficios fueron un poco la misma cosa en la vida y en la obra del escritor César Pavese. Un escritor que vivía y escribía y moría intensamente y que dejó una huella indeleble en la literatura italiana contemporánea.

sábado, 5 de junio de 2021

Las leyes en la corte de los milagros

Las leyes en la corte de los milagros

Hay que destacar que las leyes en la corte de los milagros tienen un carácter didáctico, educativo, práctico, espartano.

07-06-2021 Gringoire en la corte de los milagros

Nadie puede imaginar cómo me sentía yo contemplando desde las páginas de Nuestra señora de París aquel ambiente tan sórdido y tenebroso adonde me había conducido, como quien dice de la mano, el gran Víctor Hugo en compañía de Pierre Gringoire. Era un lugar tan intrincado y peligroso que ni los mismos habitantes estaban allí seguros, y se perdían incluso de vez en cuando en su propio laberinto. Ningún extraño entraba, a menos que no fuera por equivocación o por la fuerza. Hasta los albañiles que por casualidad o demagogia eran designados para construir o reparar cualquier obra eran asesinados sin piedad. Además, todo olía peor que en Dinamarca.

sábado, 29 de mayo de 2021

Un juicio en la corte de los milagros

Pedro Conde Sturla

28 mayo, 2021

Víctor Hugo siempre tenía una mirada para los desposeídos, una manera de mostrar a sus coetáneos cómo vivía la mayoría de la gente, y en especial los menos afortunados. Se empecinaba muchas veces en hacernos ver el lado podrido de las cosas a las que la mayoría de la gente daba la espalda, las cosas que mucha gente ignoraba o pretendía ignorar.

sábado, 22 de mayo de 2021

Los milagros de la corte

Pedro Conde Sturla

21 mayo, 2021

La Corte de los milagros

En el París renacentista, el que describe Víctor Hugo en Nuestra señora, no sólo había luz sino también mucha oscuridad y muchas cosas tenebrosas. En la ciudad de Roma uno puede leer por las calles una historia de dos mil setecientos y tantos años, pero el París del siglo XV era pura magia, una especie de conjuro donde se habían reunido todas las cosas bellas del mundo y algunas de las más apestosas. Había, en efecto, en algunos barrios de la ciudad luz, entre los más sórdidos espacios laberínticos de la inmensa urbe, mucha oscuridad y mucha mierda. El milagro en esos lugares era cotidiano. Nada más entrar, los ciegos veían, los tullidos volvían a caminar, las llagas y pústulas más horrendas desaparecían. Eran lugares donde malvivía —en comunión con la mugre y las ratas y los piojos y las pulgas, el crimen y la promiscuidad— lo más granado de la escoria social, el lumpen proletariado urbano. Es decir, mendigos y ladrones y asesinos a granel, prostitutas y bandoleros de toda clase, multitud de niños que aprendían desde la más tierna edad a “buscarse” la vida. Eran lugares temidos por la mayoría de la gente, pero también por las mismas autoridades. Allí no tenían vigencia las leyes y las normas por las que se regía la sociedad de la época. Tenían su propio gobierno, sus propios tribunales y reglamentos y la justicia era siempre expedita:

sábado, 15 de mayo de 2021

En la corte de los milagros

En la corte de los milagros

Como lector yo también corría peligro. Podía sucederme lo que al tipo aquel de Continuidad de los parques, un relato de Cortázar en que el lector termina siendo víctima del personaje del relato que está leyendo.

Ilustración de Gustave Doré para Nuestra señora de París. 
 Ilustración de Gustave Doré para Nuestra señora de París. 

Una de las cosas por las que estoy en deuda, tanto con Víctor Hugo como con Balzac, pero sobre todo con Víctor Hugo, es por haberme permitido conocer uno de los lugares más escabrosos e interesantes y peligrosos del París del siglo XV y haber salido de ese lugar con vida, vivir para contarlo, aunque con el corazón en la boca.

Fue algo casual, no planificado, que me tomó de sorpresa y me llenó de espanto. Yo había asistido, invitado por Víctor Hugo, a la Gran Sala del Palacio de Justicia durante la Fiesta de los locos a la presentación de una obra de Pierre Gringoire que fue del completo desagrado del público y quizás hasta del mismo autor.

En cambio la coronación de Quasimodo como Rey de los los locos fue todo un éxito. El caso es que Pierre Gringoire, que en la novela de Víctor Hugo es un poeta y filósofo y dramaturgo un poco menos que mediocre, salió del lugar con el moco para abajo, deprimido, triste, y empezó a deambular por París. En algún lugar se encuentra con la bella gitana Esmeralda, bailando cerca de una fogata, y cae de inmediato bajo su hechizo. Pierde como quien dice la razón y empieza a seguirla, pero la tarea no resulta fácil. La gitana se disimula, se escabulle entre los pliegues de la noche por unos intrincados callejones que conoce de memoria. Yo los seguía a los dos, página tras página, de derecha a izquierda, y empezaba a no gustarme la cosa. Página tras página me iba poniendo más nervioso y tenía razón para estarlo. Como lector yo también corría peligro. Podía sucederme lo que al tipo aquel de Continuidad de los parques, un relato de Cortázar en que el lector termina siendo víctima del personaje del relato que está leyendo.

Gringoire encontró a la gitana en el momento en que dos malvivientes intentaban raptarla y en cuanto quiso intervenir lo pusieron fuera de combate. Cuando se despertó veía estrellitas, se sentía desorientado y desamparado. Y lo peor de todo es que no estaba solo.

Se encontraba en un sucio callejón “desempedrado”, “fangoso”, en el que de “trecho en trecho (...) “rastreaban no sé qué masas vagas é informes”.

Una de esas cosas “no era ni más ni menos que un miserable lisiado sin piernas, que andaba sobre ambas manos, como una zancuda herida que no tiene mas que dos patas. Cuando pasó por junto á aquella especie de araña con semblante humano, alzó el pordiosero hacia él una voz lamentable.—¡La buena mancha, siñor! ¡la buona mancia!”.

El pordiosero le pedía o exigía limosna en italiano y Gringoire no entendió una palabra y lo mandó al diablo.

Más adelante encontró a otro pordiosero, “un tal tullido, cojo y manco á la vez, y tan manco y tan cojo que el complicado sistema de muletas y piernas de madera que le sostenían, hacíale parecerse á un maderámen puesto en movimiento”.

Aquel desgraciado “le saludó al paso colocando su sombrero al nivel de la barba de Gringoire, como una bacia de afeitar, y gritándole en los oídos:—Señor caballero, para comprar un pedazo de pan”.

Esta vez le pedían limosna en español y Gringoire tampoco entendió. “Quiso apretar el paso; pero por tercera vez un informe objeto se le puso delante. Aquel objeto, ó más bien aquel individuo, era un ciego, un cieguecito pequeñito, de cara hebrea y barbuda, que remando en el espacio con un palo y llevado a remolque por un perrazo, le dijo con acento húngaro: ¡facitate caritatem!”.

El pordiosero hablaba “una lengua cristiana”, pero Gringoire “volvió las espaldas al ciego y prosiguió su camino” y de repente ocurrió un milagro:

“...el ciego apretó el paso detrás de él, y fue la diablura mayor, que también el tullido y el lisiado sin piernas sobrevinieron cada cual por su lado con gran premura y ruido de voces y muletas. Y luego todos tres tropezando unos con otros detrás del pobre Gringoire, empezaron á cantarle su canción:

“— ¡Caritatem! -cantaba el ciego.

“— ¡La buona mancia! -cantaba el hombre—araña.

“Y el cojo levantaba la frase musical repitiendo:— ¡un pedazo de pan!

“Gringoire se tapó las orejas:— ¡Oh torre de Babel! exclamó”.

Sin saber qué hacer, el desgraciado Gringoire se echó a correr y de inmediato ocurrió otro milagro:

“El ciego, el cojo y el lisiado sin piernas corrieron también. Y a medida que iba internándose en la calle, nuevos lisiados, ciegos y cojos pululaban en torno de él”, lo asediaban “mancos y tuertos y leprosos con sus llagas”, que salían de sus casas, “ de los respiraderos, de los sótanos, aullando, chillando, ladrando (...) cayendo y levantando, arrastrándose hacia la luz y hundidos en el lodo, como babosas después de la lluvia”.

¡Donde diablos nos habíamos metido.Gringoire no lo sabía, ni yo tampoco. “El ciego, el cojo y el lisiado sin piernas” corrían más rápido que él.

“Gringoire, acosado por sus tres perseguidores, y sin saber en qué diablos pararía todo aquello, iba sofocado en medio de todos, costeando los cojos, saltando por cima de los que iban á rastras, hundidos los pies en aquel hormiguero de avechuchos, como cierto capitán ingles que se metió en un rebaño de cangrejos.

“Ocurrióle entonces la idea de volver atrás, pero ya era tarde: toda aquella legión se había cerrado detrás de él, y sus tres mendigos no le soltaban. Continuó pues su camino impelido a la par por aquel irresistible torrente, por el miedo y por un vértigo que le hacia ver todo aquello como un horrible ensueño.

“Llegó por fin á la extremidad de la calle, la cual desembocaba en una inmensa plaza, donde oscilaban mil luces confusas entre la vaga niebla de la noche. Entró en ella Gringoire, esperando sustraerse con la celeridad de sus piernas á los tres espectros inválidos, que le tenían asido por el cogote.

“— ¿Adónde vas, hombre? gritó el cojo arrojando las muletas y corriendo tras de él con las dos mejores piernas que trazaron jamás un paso geométrico en el suelo de París.

“Y el que andaba á rastras, ora derecho sobre sus pies, ceñía á Gringoire en torno del cuello los trapos y tablas sobre que se arrastraba, y el ciego le miraba de hito en hito con ojos reventones.

“— ¿Dónde estoy? dijo el poeta estupefacto.

“— En la corte de los milagros, respondió un cuarto espectro que acababa de agregarse á los demás”






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sábado, 8 de mayo de 2021

sábado, 6 de marzo de 2021

Patria

Patria

No se olvide, no se olvide nunca, que en esta pequeñita geografía la palabra macho es una catedral desde muchacho, que aquí la voz está en el cinto,

Era una vez un país de verdad que era completamente imaginario. Los atardeceres se posaban en su lomo como un paisaje dulce y reposado y el sol tardaba siglos en ponerse. Los amaneceres eran tórridos, pateados, de una luminosidad fluvial, ensordecedora, y las montañas caían por los ríos, se despeñaban por los desfiladeros, corrían ríos amargos de azúcar y de alcohol.