lunes, 2 de marzo de 2020

EL BARRIL DE AMONTILLADO

Pedro Conde Sturla




































 [Hay pocos relatos tan intensamente crueles, tan despiadadamente morbosos, tan atraídos obsesivamente por el afán de venganza como “El barril de amontillado” de Edgar Allan Poe (1809-1849), uno de los grandes genios de la literatura.
Es el fruto de aquella inteligencia y fantasía analíticas que dieron justa fama a Poe. Inteligencia y fantasía analíticas que éste poseía en grado ciertamente excepcional, hasta el punto de que cuando era redactor del Graham’s Magazine desafió “al mundo entero” a mandarle un criptograma (documento escrito en clave) que él no pudiera descifrar.
Además, en una ocasión intuyó y reveló al público el final sorpresivo de una novela de Charles Dickens que se estaba publicando por entregas y arruinó, por supuesto el suspenso, el aura de misterio. Desde Inglaterra Dickens se lamentó diciendo: “Este hombre debe ser un demonio”.

domingo, 1 de marzo de 2020

PEPE RODRÍGUEZ Y EL CÓDIGO DA VINCI

Pedro Conde Sturla
11 de julio 2006


Pepe Rodríguez es un erudito español con nombre de bodeguero. Tiene un sitio Web que parece una trinchera y en cierto modo lo es, porque Rodríguez vive atrincherado, un poco a la defensiva pero sobre todo a la ofensiva, en permanente lucha contra la intolerancia religiosa. La Web de Pepe Rodríguez ha recibido hasta la fecha casi tres millones y medio de visitas. Hay una dirección a la que se le puede escribir y a veces responde.
De acuerdo con la información disponible, “Pepe Rodríguez está considerado como uno de los mejores expertos en problemática sectaria y sus libros y artículos sobre sectas, adicciones, crítica de la religión o desarrollo de los mitos, entre otros, son una referencia obligada para todos los interesados en estas cuestiones.”
Su bibliografía incluye títulos como Adicción a sectas y Pederastia en la Iglesia católica (“¡¡¡Un libro que la Iglesia ordenó silenciar en los medios de comunicación!!!”).

sábado, 29 de febrero de 2020

Memoria y desmemoria de Monterrey (6)

Pedro Conde Sturla
28 febrero, 2020

Estudiantes dominicanos del Tecnológico de Monterrey. De izquierda a derecha: Emilio Castro Kunhardt, ¡?, Dinápoles de Jesús Soto Bello, Manuel Pérez Vázquez (el Fraile), Gustavo Alba Sánchez, ¡Carlos Dalmau?.

jueves, 27 de febrero de 2020

Memoria y desmemoria de Monterrey (1-12)

Memoria y desmemoria de Monterrey (1)
 27 de enero de 2020 | 


pastedGraphic.png





Yo ruego a la diosa voluble y arbitraria que preside los destinos
 de los hombres, que vuelque sobre todos nosotros
los dones de su favor... Pero, por mucho que quiera
protegernos, nunca nos dará tanto como hemos tenido;
como perdemos ahora. Podrá colocarnos en las que la
imbecilidad o cortedad de vista de las gentes llama cumbres; pero nunca volverá a ponernos tan alto como hemos estado, porque nunca más, ¡ay, amigos!, seremos
estudiantes!...

Alejandro Pérez Lugín
La casa de la Troya 
(estudiantina)


Memoria y desmemoria de Monterrey (1)

Pedro Conde Sturla
24 enero, 2020

Yo ruego a la diosa voluble y arbitraria que preside los des-
tipos de los hombres, que vuelque sobre todos nosotros
los dones de su favor... Pero, por mucho que quiera
protegernos, nunca nos dará tanto como hemos tenido;
como perdemos ahora. Podrá colocarnos en las que la
imbecilidad o cortedad de vista de las gentes llama cumbres; pero nunca volverá a ponernos tan alto como hemos estado, porque nunca más, ¡ay, amigos!, seremos
estudiantes!...

Alejandro Pérez Lugín
La casa de la Troya 
(estudiantina)


Comenzaron a llegar en bandadas a partir de 1963 (el año aquel dichoso en que eligieron a Juan Bosch presidente de la República Dominicana), y en bandadas siguieron llegando por un tiempo. Llegaban como en racimo, en grupos de diez y quince y hasta cuarenta estudiantes, y seguirían llegando hasta ser más de cien. Un centenar de estudiantes dominicanos de todos los lugares del país, becados en su mayoría por la Corporación de Fomento Industrial, por el dichoso y visionario gobierno de Juan Bosch y Gaviño que Dios lo tenga en su gloria.

Llegaron jubilosos y en tropel, llenos de juventud, llenos de brío y grandes ilusiones a lo que resultó ser una tierra prometida: la surrealista y engañosamente apacible ciudad de Monterrey, sede del TEC.
El Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (el ya famoso y prestigioso ITESM), atraía estudiantes de muchos estados de México y de varios países latinoamericanos, y había allí un poco de todo. Docenas de venezolanos, panameños y otros centroamericanos, unos pocos sudamericanos y unos cuantos haitianos. Los dominicanos hicieron liga desde el primer momento con los dos primeros, más parecidos en el habla y las costumbres que los circunspectos mesoamericanos. La amistad con los haitianos, especialmente en lo que respecta a Michael Roy, se convirtió en una hermandad.
Los dominicanos provenían de todos los estratos sociales y formaban un grupo heterogéneo, había jóvenes de veinte y otros de treinta años que no habían podido costearse los estudios universitarios, que se ganaban el pan nuestro en empleos mal remunerados, sin esperanzas en un futuro mejor, y a los cuales la beca les cambió radicalmente la vida. Uno de ellos, llamado William Jerez, era marino y era músico y saltó como quien dice del barco para convertirse en pocos años en ingeniero. Dejó de ser marino, pero nunca dejaría ser músico. Otro, llamado Luis Arthur, dejaría de ser empleado público para convertirse también en ingeniero, pero nunca dejaría de ser Luis Arthur.
Unos pocos eran de clase holgada, otros de origen modesto, cuando no de origen humilde. Algunos eran avispados y tenían cierto aire mundanal, otros era más bien provincianos y algunos tenían todavía los cadillos pegados de las ropas y las greñas. Pero todos, sin excepción, tenían la inocencia y el asombro en los rostros, y sus ojos bailaban de alegría por la oportunidad que se les había presentado.
Se distinguieron desde el principio por bullosos, bacanosos, peleoneros, malapalabrosos, incluso indisciplinados, rebeldes, revoltosos. Se distinguieron, en pocas palabras, por lo que se distinguen los dominicanos, pero se distinguirían igualmente por ser buenos estudiantes. Algunos se distinguirían entre los mejores. Algunos, como el inolvidable Miguel Gil Mejía y Dinápoles Sotobello se distinguirían entre los mejores y más prestigiosos estudiantes que alguna vez pasaron por el TEC.
El choque de los becarios con el medio no tardó en hacerse sentir. Chocaron primero con el clima que es un clima díscolo, inestable en invierno, con una temperatura que sube y baja a todas horas del día. Chocaron con la comida, que es picante y muy diferente a la dominicana. Chocaron con el idioma plagado de mejicanismos que tuvieron que aprender para comunicarse correctamente y no meter la pata. El día que un dominicano le pidió a una mejicana un chin de agua, la mejicana se ofendió. Había que pedir tantita agua, un poquito de agua y nunca un chin porque la palabra chin se parece a chingada y es bien fea en México, refea, por lo menos entre las personas refinadas, de las cuales había que cuidarse para no ofender oídos sensibles. Las personas más refinadas en algunos lugares de México no dicen nalgas y ni siquiera posaderas, y mucho menos culo como los españoles. A esa parte del cuerpo le llaman delicadamente “las de sentarse”, ni siquiera sentaderas.
En Monterrey hay que agarrar y no coger el teléfono, agarrar y nunca coger a la izquierda o la derecha porque la palabra coger remite vulgarmente al acto sexual y no se usa entre personas decentes. Tampoco se podía coger la guagua y ni siquiera un taxi. En México se le llama camión a los autobuses y los dominicanos podían subirse en ellos pero nunca cogerlos. ¡Por el amor de Dios, qué salvajada!

Sin embargo, la primera vez que un dominicano le preguntó a un mejicano qué vaina es esa, el mejicano respondió ¿de qué chingados me hablas? Allí la palabra vaina solo tiene significado en cuanto verdura y la palabra coño es desconocida, igual que la mayoría de los vulgarismos o indecentimos dominicanos. Se le podía decir y le decían impunemente lambefuiche o macañema a un mejicano y parecía cosa graciosa, a menos que no se le explicara el significado. Pero no le fueras a decir pendejo en cierto contexto porque se encojonaba o encabronaba en el sentido en que la gente se encabrona en México y te podía responder de mala manera. En cambio se le podía decir a una muchacha ¡mira nomás que cuero de vieja! y no se ofendía. Le estabas
diciendo que era bonita y joven.
En la medida en que fueron relacionándose con el medio, en la mente de los becarios fueron desvaneciéndose mitos, ideas, imágenes falsas y preconcebidas de la ciudad y del país al que habían llegado. Descubrieron con asombro que para los mejicanos los dominicanos cantan al hablar y no al revés, como nos parece a nosotros, descubrieron que en realidad cada manera de hablar y cada pueblo tiene su música propia.
Descubrieron que no podían limpiarse los zapatos con un limpiabotas. Que en México le dicen bolero a la persona que limpia calzados y por eso se llama así aquella famosa película de Cantinflas: El bolero de Raquel. Descubrieron, por supuesto, que la mayoría de la gente no anda con sombreros grandes como en el cine y que no todos llevan pistolas ni el tequila es famoso en todas las gargantas.
Descubrieron, en fin, que para adaptarse al ambiente cultural tenían que dominar un amplio léxico de modismos y regionalismos como quizás no tiene ningún otro país de América Latina. Había que tirarse al ruedo. Había que familiarizarse con una retahíla de palabras que en México tiene un significado a veces desconcertante. Ya no la mames, güey. Bájale de güevos, cabrón.
Había que descifrar y aprender a conjugar en todos sus tiempos los infinitos misterios, significados y significantes del verbo chingar, los sentidos y sinsentidos recónditos de la palabra chingada, que el chingón de Carlos Fuentes o quizás Octavio Paz había ejemplificado a nivel erudito hacía ya un chingo de años.
Había que dominar, definitivamente, esa palabra mágica que abre todas las puertas, el código enigma de la palabra chingada y sus derivados, sin los cuales no es posible remotamente ser mejicano ni entenderse con uno.



sábado, 22 de febrero de 2020

Memoria y desmemoria de Monterrey (5)

Pedro Conde Sturla
21 febrero, 2020
El equipo República Dominicana formado por estudiantes dominicanos en Monterrey, México. Son ellos, de pie: Luis Fontana, Julio Hiraldo U., Carlos Montero, Cristóbal Román, Emilio Castro K., Gumersindo Estevez, Gustavo Zeller, Héctor Cartagena, Félix García, William Jerez. En cuclillas: Osvaldo Padilla T., Darío Jones, Pedro Porrello, Manuel A. Pérez V. En el equipo participan también, Joaquín Cuesta Ortega y Manuel Amor Zalter, quienes no aparecen en la foto.

domingo, 16 de febrero de 2020

Shane, el desconocido

Pedro Conde Sturla
9 de marzo de 2015 | 12:08 am 
Hay quien dice que “Shane, el desconocido”, es el mejor western, la mejor vaquerada de la historia y no creo que sea cierto ni quiero que lo sea, pero es una de mis favoritas. La veo con los ojos de la infancia y con los del hombre maduro que está a punto de pudrirse y sigue siendo una de mis favoritas.
La trama, basada en la novela de Jack Schaefer, un autor muy prolífico, se desarrolla “en el pequeño valle de Wyoming en el verano de 1889” y reproduce, desde luego, todos los valores y lugares comunes de la ideología del western: la lucha entre el bien y el mal que ganarán los buenos y perderán los malos. La excepción como regla, diría Bertolt Brecht. Los malos son casi siempre indios o blancos feos que visten no casualmente de negro:
“Mientras Shane es un ‘ser’ luminoso y puro (Alan Ladd), el otro pistolero de esta historia adquiere la fuerza de una sombra amenazante. Todo de negro. Con una sonrisa torva. El silencio es su fuerte., el pistolero con el rostro de Jack Palance es la oscuridad, la amenaza, lo que hay que temer…”

“Shane, el desconocido” (o “Raíces profundas” como la llaman en España donde son famosos por traducir entupidamente y echar a perder los títulos de las películas), es pues, como se ha dicho y repetido, la típica obra en que todos los personajes tienen un lugar asignado, un destino, un final previsible. Todo lo contrario de lo que ocurre, por ejemplo, en  “El gran silencio”, ese extraño huevo antológico dirigido por el italiano Sergio Corbucci. En esta cinta fuera de serie (western spaghetti con mayonesa y sauerkraut), el feoculísimo y perverso alemán Klaus Kinsky (más perverso en la vida que en la pantalla) termina cocinando a balazos al buenísimo y bellisímo francés Jean-Louis Trintignant, que interpreta a un mudo.
Pero dentro del esquema habitual lo que interesa es la realización, la puesta en escena de “Shane”, la relevancia de los actores de reparto. En pocas películas tienen los mismos tanta importancia y están tan definidos. En la familia de granjeros que acoge a Shane, destacan tanto el padre como la madre y sobre todo el niño de mirar azorado y ojos inolvidables (el Brandon De Wilde que moriría trágicamente a los treinta años). Jack Palance, por supuesto, impone como siempre su presencia, la de un artista que viviría encasillado como el malo por excelencia, hasta el punto de que le dieron un Oscar por una película en que se parodiaba a sí mismo.
De igual manera resalta el protagonismo de los animales y los elementos paisajísticos. Los animales juegan un papel protagónico, las montañas nevadas juegan un papel protagónico. El lodo es uno de los principales protagonistas. Hay lodo por todas partes desde el principio al final.
El rol de los perros es sobresaliente en todos los sentidos. Hay un perro que no se despega del niño y se convierte junto a éste en espectador del duelo final. Hay un perro que en la más emotiva escena quiere acompañar al amo a la tumba. Hay otro perro en el escenario del duelo final que intuye que las cosas se ponen feas y se quita rápidamente, cómicamente del medio.
Protagónica es la presencia del ciervo, si es un ciervo, en la primera escena, y de vacas y caballos en la parte mejor lograda del film desde el punto de vista de la sintaxis, de la composición cinematográfica. No se trata del duelo final sino de la pelea entre Shane y su amigo granjero en presencia de su esposa y el hijo. El incidente inicia cuando Shane,  parado en el umbral de la puerta  de  la cabaña de troncos trata de impedirle, y le impide, marchar hacia una muerte segura, a un enfrentamiento a tiros. El primer golpe, un golpe de granjero, saca a Shane del ambiente casero y la pelea continua su curso en el exterior, pero la cámara no los acompaña, se queda con la madre y el hijo que observan angustiados desde una ventana y luego desde otra, sin que el público pueda darle seguimiento a la acción más que a través de los relinchos despavoridos de los caballos.

Al cabo de unos breves segundos de espera interminable, sale por fin la cámara al patio y allí registra la escena en toda su brutalidad, situándose entre las patas de un caballo que se encabrita y relincha, una brutalidad acentuada más aún por otros caballos y vacas que en sus respectivos corrales dan muestra de la misma desesperación que provoca el pugilato que va perdiendo Shane. Dos de los animales logran saltar la barda. Shane pone fin a la contienda con la cacha del revolver.
Del duelo final Shane sale herido, nunca sabremos si mortalmente, pero está herido, lo estaba desde el principio de la película, desde antes de iniciar. Igual que el actor que lo representa (uno de los grandes suicidas de Holywood), es un personaje herido que no puede escapar de sí mismo.




Amazon.com: Pedro Conde Sturla: Books, Biography, Blog, Audiobooks, Kindle 
http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0