El diablo y Pedro Animal
Recuerdo perfectamente el día en que Pedro Animal fue a buscar trabajo en la finca del diablo. El día en que me lo contaron, quiero decir. Eso no lo puedo olvidar por más que quiera, es un recuerdo imborrable, una mancha indeleble. Los pelos se me ponían de punta al escuchar la narración porque entonces tenía pelos, y la piel se me engranujaba, se me ponía de pronto como papel de lija, como carne de gallina.
Las luces amarillentas del alumbrado en Macorís del Jaya, la atmósfera enrarecida, la imaginación desbocada, mis tiernos años de vida y mis nervios de cervatillo contribuían a duplicar la tensión de las narraciones que se sucedían a veces sin cesar, una tras otras, en la voz de la contadora que creía firmemente en todo lo que contaba.